En Egipto, el arqueólogo encontró templos que no solo funcionaban como lugares de culto, sino como laboratorios antiguos. Cada pirámide contenía cámaras ocultas donde los sobrevivientes almacenaban ADN y herramientas avanzadas. Las tablillas detallaban cómo los gigantes transportaban enormes bloques de piedra, mientras los híbridos supervisaban la construcción y realizaban experimentos genéticos.
Los registros mencionaban alianzas temporales con los Anunnakis y reptilianos, negociaciones y traiciones, y cómo los gigantes, aunque poderosos, fueron eliminados para controlar el conocimiento y la genética. Los templos indios, mesopotámicos y americanos reflejaban el mismo patrón: estructuras alineadas con precisión astronómica, laboratorios subterráneos y minas de oro ocultas. Cada ubicación tenía un propósito estratégico, no solo religioso sino también científico y militar.
Mientras descendía por corredores subterráneos, el arqueólogo descubrió cámaras selladas que contenían fragmentos de ADN, restos de híbridos y herramientas que utilizaban láseres y cristales para grabar información. Comprendió que los templos eran nodos de conocimiento conectados globalmente, y que la humanidad moderna heredó sin saberlo un legado de ingeniería, genética y estrategia que databa de milenios antes de cualquier civilización conocida.