Entre las tablillas y restos encontrados, una historia se repetía con crudeza: la gran guerra entre los gigantes constructores y los ejércitos de los Anunnakis. Los gigantes, aunque creados por manipulación genética, desarrollaron una conciencia propia. No querían ser esclavos ni simples obreros, y pronto comenzaron a rebelarse contra sus amos.
Los registros relataban batallas colosales: templos incendiados, ríos teñidos de sangre, y montañas que se derrumbaron tras el choque de fuerzas que parecían mover la misma tierra. Los híbridos, atrapados en medio, debieron elegir bando: algunos defendieron a los gigantes, otros se sometieron a los Anunnakis por miedo o ambición.
El arqueólogo, al recorrer galerías secretas en Egipto y Sudán, encontró murales que mostraban gigantes llevando piedras enormes y luego cayendo bajo rayos de armas desconocidas. Una inscripción decía:
"Los que ayudaron a erigir el orden fueron condenados al olvido, para que su memoria se borrara de la faz del mundo."
Comprendió entonces el misterio de su desaparición: los gigantes no se extinguieron naturalmente, fueron exterminados en una guerra de control genético y político.