Capítulo 30 – La mina dorada

El clímax de este tramo se reveló en una cueva perdida en Sudamérica. Allí, los exploradores encontraron una cámara inmensa, un laberinto subterráneo repleto de vetas de oro que brillaban bajo las linternas. No era una simple mina: estaba diseñada como un santuario, con columnas que mostraban la fusión de culturas egipcias, mayas y sumerias. Era la prueba de que los anunnaki habían explotado recursos en distintos continentes al mismo tiempo.

Los textos encontrados describían que ese oro no era solo metal: contenía propiedades energéticas que al ser trabajadas con la tecnología de los dioses podía alterar la biología y prolongar la vida. Por eso los híbridos eran necesarios, aunque imperfectos. Por eso la sangre se degradaba y los humanos modernos ya no superaban los 120 años. El oro era la clave de la longevidad perdida.

El arqueólogo entendió que estaba ante la mayor revelación de la historia. Pero también comprendió que sacar ese secreto a la luz atraería fuerzas que no dudarían en eliminarlo a él y a su equipo. Lo que estaba en juego no era solo la historia, sino el futuro de la humanidad.