Origen de la verdad pérdida

Capítulo 34 – Ecos del Diluvio

Las visiones regresaron con violencia. El arqueólogo vio mares desbordados, ciudades sumergidas y barcos improvisados flotando en aguas interminables. No era el diluvio bíblico tal como lo contaban los textos sagrados: era una catástrofe global registrada por sumerios, mayas, indios védicos y egipcios.

El sarcófago proyectaba hologramas de aquella época: los gigantes luchando contra las aguas, los humanos intentando sobrevivir. Los Anunnaki, desde naves orbitando la Tierra, contemplaban el desastre sin intervenir. El agua no era solo un castigo divino: era una herramienta de control, un reinicio planificado para borrar lo que consideraban una humanidad rebelde.

—El diluvio no destruyó a todos —explicó el líder de la Hermandad—. Algunos sobrevivieron gracias a sus pactos. De esa línea descendemos.

El arqueólogo negó con la cabeza. —No, lo que yo veo aquí no es obediencia. Es resistencia. Los sobrevivientes conservaron fragmentos de la verdad y los escondieron en templos, en cuevas, en pirámides. Y ustedes se apropiaron de ello.

Las paredes temblaron. El sarcófago lanzó un nuevo destello. Esta vez, apareció el mapa de un continente perdido: Atlantis. Torres, canales, templos circulares. La ciudad que Platón describió, ahora revelada como real.

Los encapuchados murmuraron con fervor. La Hermandad sabía que ese era su objetivo final: recuperar la tecnología atlante, la llave que podía devolver a la humanidad al poder de los dioses.

El arqueólogo sintió que la historia universal, todas las religiones, todos los mitos, estaban entrelazados como piezas de un rompecabezas. El diluvio había borrado a una humanidad demasiado adelantada, pero las huellas permanecían en cada cultura. Y ahora él las estaba viendo con sus propios ojos.




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