De repente, la sala se estremeció. Desde túneles laterales, columnas de fuego azul se alzaron como barreras. Del interior de esas llamas emergieron figuras humanoides, altos, con armaduras resplandecientes. Eran los Guardianes de Fuego, protectores del sarcófago desde hacía milenios.
La Hermandad retrocedió aterrada, pero no huyó. El líder levantó la llave de obsidiana y la energía del fuego se abrió ante ellos como un portal. El arqueólogo comprendió que habían esperado ese momento durante siglos.
Uno de los guardianes habló con voz metálica que vibraba en el pecho de todos:
—El tiempo aún no ha llegado. La humanidad no está lista para portar la verdad.
El arqueólogo se adelantó, temblando, pero decidido. —¿Y cuándo lo estará? Ustedes han guardado secretos mientras el mundo sufre guerras, hambre, ignorancia. ¿No ven que ya hemos sido manipulados demasiado?
El guardián lo observó en silencio, luego volvió la vista hacia los encapuchados. —Hay traición en vuestra sangre. Solo uno de entre vosotros puede abrir el camino.
El suelo se abrió, revelando una escalera descendente que llevaba a un abismo iluminado por cristales rojos. El arqueólogo supo que ese era el Corredor de las Verdades Ocultas, la última prueba para descubrir la historia perdida.