Origen de la verdad pérdida

Capítulo 36 – El Corazón de la Mina

El descenso fue interminable. Cada peldaño parecía absorber energía vital, como si la propia escalera exigiera un tributo. El arqueólogo se sostuvo en las paredes, mientras los encapuchados avanzaban sin miedo, guiados por un fanatismo ancestral.

Finalmente, llegaron a una caverna tan vasta que parecía un mundo subterráneo. Cristales dorados emergían del suelo, formando columnas naturales que brillaban como soles. Entre ellos, ríos de agua transparente corrían en silencio. Y en el centro, un mar de oro puro se extendía como un lago metálico.

El arqueólogo quedó sin aliento. Comprendió que no era solo una mina: era un almacén de riqueza que había motivado imperios, conquistas y guerras. Esa era la verdadera razón por la que los dioses habían elegido la Tierra. El oro no era solo un metal precioso: era energía, era vida, era el combustible que necesitaban para sobrevivir en sus mundos lejanos.

El líder de la Hermandad levantó los brazos. —Aquí yace el tributo de los hombres a sus creadores. Aquí está la llave de la inmortalidad.

Pero el arqueólogo lo vio de otra forma: ese mar dorado era la cadena que había atado a la humanidad durante milenios, la raíz de la avaricia, la sangre que había teñido de guerras toda la historia.

En ese instante, comprendió que la verdadera batalla no era por descubrir la verdad, sino por decidir qué hacer con ella. Revelarla significaba arriesgarse a un caos global, donde gobiernos y corporaciones se pelearían por controlar el oro de los dioses. Ocultarla lo convertiría en cómplice de los mismos que habían manipulado la historia durante siglos.

Mientras meditaba, el sarcófago, allá arriba, volvió a vibrar. La elección estaba a punto de llegar.




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