Orígenes de Sangre. El Clan Oculto

Capítulo 2 – La noticia

La mañana encontró a Meissa más despierta de lo habitual. En realidad, no había pegado un ojo en toda la noche. No por miedo, como quizá cualquiera hubiera pensado al escuchar lo ocurrido en el bosque, sino por todo lo contrario: lo que había sentido entre las sombras la mantenía en un estado extraño de alerta, como si algo dentro de ella se hubiera encendido y ahora ardiera con una llama imposible de apagar.

Cada vez que intentaba cerrar los ojos, la escena volvía con una nitidez aterradora. Podía revivir el resplandor plateado de la luna filtrándose entre los árboles, el frío áspero del muro contra su espalda, y aquella figura pálida que había surgido del silencio con la calma inquietante de quien no teme nada. El recuerdo era tan real que, incluso ahora, podía escuchar el eco de su voz: baja, profunda, retumbando en su pecho como si perteneciera a un sueño del que no quería despertar.

“Nos volveremos a ver, Meissa.”

La frase resonaba en su mente una y otra vez, como un juramento grabado en el aire.

La mayoría de sus compañeros, de haber sabido lo ocurrido, habría jurado que no era más que una pesadilla alimentada por los rumores del campamento, un mal sueño que se disolvía con la primera luz del amanecer. Pero Meissa no era como la mayoría. Ella nunca había sentido el miedo de la misma manera que los demás. Desde pequeña había aprendido a enfrentarlo, a desafiarlo, incluso a buscarlo.

Recordaba con claridad cómo, cuando era niña, los demás niños del vecindario corrían a esconderse de las sombras que se alargaban en los callejones, mientras ella caminaba hacia ellas con una linterna en la mano, queriendo descubrir qué se ocultaba detrás. Recordaba también los juegos en las noches de tormenta, cuando los truenos hacían llorar a algunos, pero a ella le parecía que el cielo hablaba un idioma secreto que solo los valientes podían escuchar.

Esa curiosidad feroz, casi temeraria, era lo que la hacía diferente. Y ahora, en lugar de mantenerla asustada, era lo que la mantenía intrigada, atrapada, como si un velo hubiera caído de sus ojos y finalmente pudiera vislumbrar lo que había más allá del muro.

Mientras sus compañeros regresaban del campamento comentando lo cansados que estaban o riendo por las anécdotas de la fogata, Meissa caminaba en silencio, con la mirada fija en el suelo y la mente atrapada en otra parte. Su paso era firme, casi desafiante, como si en su interior llevara un secreto imposible de compartir: los ojos rojos que la habían observado en la oscuridad y la promesa velada que él había pronunciado.

Esa misma tarde, al llegar a la ciudad humana, notó de inmediato que algo no encajaba. El aire parecía distinto, cargado, denso, como si la propia población contuviera la respiración. Las calles estaban más concurridas de lo normal, los comercios abiertos pero con menos gente en su interior, pues la mayoría se agrupaba afuera, en esquinas y plazas, murmurando entre sí con gestos nerviosos.

Los rostros eran un espejo de tensión: ceños fruncidos, labios apretados, miradas huidizas. Nadie se movía con naturalidad. Hasta los vendedores callejeros, siempre tan bulliciosos, trabajaban en silencio, atentos a lo que se comentaba.

Meissa se abrió paso con cierta dificultad, su curiosidad creciendo a cada paso. El rumor de voces la llevó hasta la plaza central, donde ya se reunía una multitud compacta. Los niños intentaban trepar a los postes para mirar mejor, los ancianos se aferraban a sus bastones con ansiedad, y los jóvenes cuchicheaban entre sí con la energía de quienes presienten que algo grande está por ocurrir.

En el centro, frente al edificio del gobierno, se alzaba una tarima improvisada. Sobre ella, el alcalde aguardaba con un porte solemne, acompañado de varios hombres y mujeres de uniforme, representantes de la guardia y del consejo de la ciudad. Sus expresiones eran graves, pero en los ojos del alcalde brillaba una determinación férrea.

El murmullo de la multitud se intensificó hasta convertirse en un oleaje inquieto. Entonces, él levantó la mano.

—¡Ciudadanos de Eryden! —su voz resonó clara y poderosa, proyectándose por encima del bullicio hasta que poco a poco los murmullos se fueron apagando—. ¡Hoy damos inicio a una nueva era!

Un silencio expectante se extendió como un manto sobre la plaza. Nadie se movía, nadie respiraba demasiado alto. La promesa de una revelación colgaba en el aire.

—Durante siglos —continuó el alcalde, alzando la voz con solemnidad— hemos permanecido divididos por muros, por reglas estrictas y por temores antiguos. Humanos, vampiros y hombres lobo: cada uno encerrado en su propio territorio, separado por la desconfianza, por la hostilidad, por la sangre del pasado.

El eco de sus palabras pareció pesar más que el aire mismo. Algunos asentían con gestos graves, otros miraban alrededor con nerviosismo.

—Pero ese tiempo de separación ha terminado.

Un murmullo inquieto recorrió la multitud como una corriente eléctrica. Y entonces, con voz firme, el alcalde pronunció el anuncio que cambiaría el destino de la ciudad.

—A partir del próximo ciclo escolar, los jóvenes de las tres comunidades asistirán juntos a la secundaria Instituto Central de Eryden.

El silencio se quebró en mil pedazos. La plaza estalló en un rugido de voces: protestas, exclamaciones, aplausos y gritos se mezclaron como un trueno que sacudía los muros de piedra alrededor.

—¡Está loco! ¡Nos condenará a todos! —vociferó una mujer, con lágrimas de rabia en los ojos.
—¡Por fin! ¡Era hora de dejar de vivir en miedo! —respondió un joven, aplaudiendo con fuerza hasta enrojecer las palmas.
—¡No podemos permitirlo! ¡Nuestros hijos no estarán seguros! —clamó otro hombre, empujando a los de adelante para hacerse escuchar.

Los guardias descendieron de la tarima intentando mantener el orden, interponiéndose entre los grupos que empezaban a discutir con creciente agresividad. El caos crecía como fuego avivado por el viento.



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En el texto hay: destino, sombras, sobrenatural

Editado: 23.08.2025

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