Orígenes de Sangre. El Clan Oculto

Capítulo 3 – El Instituto Dividido

El verano había quedado atrás, y con él los últimos vestigios de calma que la ciudad había conocido. El Instituto Central de Eryden volvía a abrir sus puertas, pero no era el mismo lugar al que los estudiantes habían asistido antes de las vacaciones. Todo había cambiado.

Las semanas de descanso no solo habían traído reformas visibles en la estructura del edificio, sino también una transformación más profunda: la imposición de una convivencia que muchos deseaban y otros temían. Era el inicio de una nueva era, aunque nadie podía predecir cómo terminaría ni qué precio traería consigo.

El imponente edificio de piedra gris se alzaba sobre la plaza como una fortaleza. Sus muros eran altos, macizos, decorados con gárgolas que parecían vigilar a los estudiantes desde lo alto de los ventanales. El aire de la mañana estaba impregnado de nerviosismo. El sol iluminaba las fachadas, pero la claridad no conseguía borrar la sombra de tensión que parecía extenderse sobre todos.

En el interior, la primera gran impresión era inevitable. Los pasillos del instituto ya no eran corredores libres y abiertos como antes; ahora estaban atravesados por rejas negras de hierro que lo dividían en tres secciones paralelas. Eran barrotes sólidos, oscuros, que brillaban con un barniz reciente. Aquella era la nueva normalidad: los muros que alguna vez habían mantenido alejadas a las razas no habían desaparecido, solo habían cambiado de forma y de lugar.

Allí estaban, recordando a todos —cada vez que levantaban la vista— que la separación aún existía, aunque disfrazada de integración.

A la derecha, se extendía el sector humano: aulas pintadas de blanco, pupitres alineados con precisión, carteles escolares que anunciaban próximos exámenes y actividades. Todo en orden, todo en apariencia normal.

Al centro, se encontraba el corredor vampírico: más sombrío, con vidrios polarizados que filtraban la luz del sol y lámparas ajustadas para crear una penumbra artificial. Era un ambiente calculado, diseñado para que ellos se sintieran cómodos en un mundo que no los quería bajo el día.

A la izquierda, se abría el sector de los hombres lobo: las paredes no habían sido recubiertas, dejando la piedra cruda a la vista; los bancos eran más robustos, como si esperaran soportar el peso de cuerpos más fuertes que los humanos; y en el aire flotaba un olor a tierra húmeda, intenso, que parecía adherirse a la piel.

El sonido metálico de las puertas al abrirse anunció el ingreso de los estudiantes. Avanzaban en grupos compactos, agrupados por raza, cada uno con la mirada fija hacia adelante, pero siempre atentos a las miradas de los otros a través de las rejas. El roce de las suelas sobre el suelo resonaba con una cadencia tensa, como si cada paso estuviera cargado de sospecha.

Meissa caminaba junto a sus dos mejores amigas, Lariza y Sonya. Ellas hablaban en voz baja, intercambiando comentarios nerviosos, pero Meissa apenas escuchaba. Sus ojos se movían de un lado a otro, devorando cada detalle. Había esperado este momento desde que escuchó el anuncio del alcalde en la plaza: el día en que las razas compartirían un mismo espacio, aunque aún separadas por hierro y desconfianza.

Su corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de anticipación. Algo estaba a punto de comenzar.

Un murmullo recorrió todo el pasillo central cuando hicieron su entrada los vampiros. No fue necesario que nadie los anunciara: su presencia se imponía sola. Avanzaban con un paso elegante, casi silencioso, impecables en sus uniformes negros, como si cada movimiento estuviera ensayado.

Había algo hipnótico en ellos: rostros pálidos, expresiones frías, miradas intensas que parecían atravesar la piel para descubrir lo que uno ocultaba en el alma. En sus manos, todos llevaban el mismo detalle: un anillo plateado en el dedo anular, con una rosa tallada con precisión minuciosa.

Los rayos de sol que lograban colarse por las ventanas se reflejaban sobre esos anillos, produciendo destellos suaves que parecían latir con vida propia.

—Son los Rosarios de Sangre… —susurró un estudiante humano detrás de Meissa, como si temiera que alguien más lo oyera—. Mientras lo lleven, el sol no los destruye.

Meissa arqueó una ceja. Fascinada, se inclinó un poco hacia los barrotes para observar mejor. En el reflejo de la luz, la rosa metálica parecía absorber el sol mismo, transformándolo en una energía distinta, casi protectora. Un talismán que les permitía caminar bajo un cielo que debería ser mortal para ellos.

La idea la hizo sonreír. Los depredadores más temidos, aquellos que durante siglos habían sembrado terror, necesitaban un amuleto para poder adaptarse al mundo humano.

Pero antes de que pudiera perderse demasiado en sus pensamientos, un portazo resonó desde el sector izquierdo.

Era la llegada de los hombres lobo.

Su presencia era imposible de ignorar. Entraron en grupo, ocupando el espacio como una marea indomable. Eran altos, de complexión fuerte, y aunque vestían el mismo uniforme que los demás, en ellos la tela parecía tensarse, rebelarse contra sus cuerpos marcados por músculos y cicatrices.

El aire se volvió más denso en cuanto cruzaron el umbral. Sus pasos resonaban con una cadencia distinta, pesada, como si cada movimiento recordara a todos que eran bestias contenidas en forma humana.

En el cuello de cada uno brillaba un collar metálico, del que colgaba un colgante en forma de rasguño: tres marcas paralelas, como garras grabadas en plata. Eran los talismanes que les permitían mantener su forma humana dentro de la escuela.

Lariza, a su lado, no pudo ocultar un estremecimiento.
—Mientras lleven el talismán, no se transforman… —explicó en voz baja, casi como si necesitara convencerse a sí misma—. Pero siguen siendo lobos, mírales los ojos.

Y tenía razón. A pesar del uniforme y de la apariencia humana, había en ellos algo imposible de disimular. Sus ojos dorados brillaban con intensidad, demasiado salvajes, demasiado vivos para parecer completamente humanos. Sus colmillos asomaban apenas al hablar entre ellos, y en sus brazos y cuellos podían verse cicatrices antiguas, marcas de batallas libradas bajo la luna.



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En el texto hay: destino, sombras, sobrenatural

Editado: 23.08.2025

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