Pasaron unos diez minutos más, en ese tiempo, el mundo estaba empezando a dejar de bailar a mi alrededor. El sonido de mi celular me hizo pegar un brinco, y también hizo que mi cerebro volviera a tener señal, pues me había quedado en blanco.
<< ¿Qué me está pasando? >>.
- ¿Hola?
- Hola, ¿en dónde estás?
- ¿No tenías clase?
- El profesor no vino. – dijo Alejandro contento.
Sabía que se pondría bravo si le decía la verdad, pero realmente quería salir de aquel salón.
- Me imagino la tristeza que te está embargando en este momento por no tener clase.
Se escuchó una carcajada.
- ¡Estoy desecho!... Bueno, ¿me vas a decir en dónde estás?
- En el salón de Ensayo Literario.
- ¿Todavía? – dijo extrañado.
- Otra vez me dio eso… - dije tras soltar un suspiro.
- Voy para allá. – dijo Alejandro, y colgó.
No me gustaba que los demás se tuvieran que preocupar por mí, detestaba cuando tenían que dejar de hacer sus cosas sólo porque a mí me pasó algo tan insignificante, porque para mí, esto era insignificante; pero en una ocasión, en el semestre pasado, en donde gracias a un mareo perdí una clase y me lavé toda, pues estaba cayendo una lluvia torrencial; todos mis amigos se habían reunido, sólo para reprenderme el no haberles llamado, y que si ellos acudían a mí, era porque me querían y porque yo les importaba, así que yo también tenía que demostrar el mismo grado de aprecio, contando con ellos e incluyéndolos en mi vida.
Debo admitir que muchas veces no los llamaba, pues no lo veía de suma urgencia; pero en esta ocasión, aunque ya me sentía mejor, realmente el lugar en el que me encontraba no me ayudaba mucho a recuperarme.
- Aquí estás. – dijo Alejandro, entrando como un tornado al salón - ¿Cómo te encuentras?
- Hola, gracias por venir tan pronto, - dije mientras me daba los besos – y me encuentro un poco mejor, pero este lugar me está asfixiando y no ayuda.
- Ven, ya vine al rescate. – dijo Alejandro levantándome lentamente y rodeándome con un brazo la cintura.
- ¿A dónde quieres ir?
- ¿Qué te parece al bosque?
En la universidad, en la parte trasera del coliseo, había un pequeño bosque, el cual era excelente para relajarse, estudiar, hacer picnic, y muchísimas cosas más; era mi lugar preferido, mucho de mi tiempo libre, la pasaba allí, estudiando o leyendo, mientras escuchaba música.
- Tú y tu bosque. – dijo Alejandro, mientras iniciaba la marcha – Tú quizás seas alguna ninfa del bosque y no te hayas dado cuenta.
- ¿Ninfa?... Tengo entendido que las ninfas son bonitas, cantan y bailan, además de ser encantadoras; y me temo querido Alejo, que yo no encajo en ninguna de esas categorías; además, por lo que sé, las ninfas siempre andan semidesnudas, y a mí lo del exhibicionismo, no se me da.
Alejandro soltó una carcajada.
- ¿De dónde sacas todas esas cosas? – dijo Alejandro tratándose de calmar – Además, te he escuchado cantar, y no lo haces nada mal; y en cuanto a bailar… ¡lo haces excelente! Siempre que salimos pareces un trompo, no hay nadie que te detenga. Y en cuanto a belleza, Danna, créeme que estás más que calificada. Y bueno, ya sé que no eres exhibicionista, pero eso con el tiempo se te puede ir pasando la pena.
- ¡Alejandro! – le di un puño al costado, no había parado de reír ante todas las tonterías que decía.
Para cuando llegamos al bosque, yo ya me sentía mucho mejor, parte de mí, se lo adjudicaba a Alejandro, pues con él me sentía siempre mejor, y tranquila.
- Ven, apoya tu cabeza aquí. – dijo Alejandro señalando sus muslos.
- ¿Seguro que no tienes que hacer algo más? – dije arrodillándome con cuidado con ayuda de él.
- Seguro, ahora mueve tu trasero y acuéstate, que no te puedes perder de mis masajes cerebrales, te aseguro que con uno de ellos, te vas a olvidar de una vez por todas de esos fastidiosos mareos.
Solté una carcajada, no dejaba de reír siempre que mencionaba sus famosos masajes cerebrales.
Me acosté, apoyando mi cabeza en sus piernas, él deshizo mi coleta, y empezó a masajear mi cuero cabelludo, enredando sus dedos en mi pelo; era extremadamente agradable lo que él hacía, me permití cerrar mis ojos, y dejarme llevar.
- Una ninfa, también tendría un rico aroma en su pelo… como lo tiene el tuyo.
- Deberías dejar ya eso… - dije sonriendo – si una ninfa de verdad nos escucha, te vas a meter en problemas, por rebajarlas a mi nivel.
- No digas eso. – dijo Alejandro algo serio.
- Vamos, vamos, sólo estoy bromeando. – Alejandro reanudó el masaje.
Sabía que a ellos no les gustaba que hablara de esa manera, pero era algo que muchas veces no podía evitar. Era cierto, yo era de esas chicas que se menospreciaban, pero cuando vives una vida entera pareciendo que todo el mundo te rechaza, simplemente terminas por creer todo lo que dicen de ti, hasta el punto que tu propia opinión no es válida o de importancia.
Cuando los conocí, todos se propusieron el hacer que yo me viera de manera diferente, que me apreciara por quién y cómo era, y que los eventos del pasado no marcaran mi futuro. Y aunque en el instante en que estaba con ellos yo me sentía un poco más fortalecida, al estar sola, esa pequeña fortaleza se desvanecía, como castillo de arena arrastrado por el mar. Y eso sucedía aún más, cuando me hacían algún tipo de cumplido; pues en lo que llevaba de vida, los cumplidos los había catalogado en dos ramas distintas; o se estaban burlando de mí, y estaban siendo sarcásticos, o lo hacían por lástima. Yo, había recibido de las dos, por lo que se podía decir que los cumplidos para mí eran casi un insulto.
- No voy a tolerar ese tipo de cosas, Danna… - decía Alejandro, mientras las yemas de sus dedos hacían círculos en mi cien – no sabes cuánto espero el día en el que te veas como realmente eres, y no una versión retorcida creada por las personas que te hicieron daño.
Cerré mis ojos con más fuerza, detestaba pensar en eso; a veces deseaba que un hada viniera y me concediera el deseo de olvidar mi pasado, y empezar de ceros; pero había un par de problemas con eso, la primera, que el deseo en sí, era imposible, y la otra, que yo no creía en las hadas.
- Ssshhh… tranquila, no voy a seguir hablando de eso. – al parecer Alejandro me conocía muy bien, algo que en ese momento sí agradecía – Quiero que te relajes… ¿Cómo te sientes?
- Mucho mejor. – dije tras un hondo suspiro – Siento que debo pagarte, así que la próxima vez yo voy a hacer el papel de masajista, pero te advierto que no soy tan buena como tú, pero haré todo lo posible para que te relajes.
- Entonces espero con ansias ese masaje, y eso de que no eres mejor que yo, te doy la razón, nadie me puede superar.
Reí, ahí estaba el Alejandro que había conocido en un inicio, pero con el paso del tiempo, me daba cuenta que eso sólo era una fachada que él utilizaba para no ser lastimado por nadie.
- Tú. – dijo un tipo acercándose a nosotros mientras me señalaba.
El tipo era alto y bastante musculoso, tenía gafas oscuras, y su pelo era dorado.
- ¿Qué quieres? – dijo Alejandro levantando la vista hacia él, que ya estaba parado a nuestro lado.
- Tú, - dijo dirigiéndose a mí, e ignorando a Alejandro – levántate.
Lo miré extrañada, no parecía una petición, sino una orden.
<< ¿Qué se cree este tipo? >>.
- ¿Y por qué debería hacer eso? – dije altanera.
- ¡Que te levantes! – rugió, asustándome.
Sin darme tiempo a pensar, se agachó, me agarró de las manos y me levantó de un tirón.
- ¡¿Qué te pasa?! ¡Suéltala! – dijo Alejandro levantándose de inmediato.
Pero en ese momento, fue como si una gran fuerza invisible hubiera tirado a Alejandro hacia atrás.
- ¡Alejandro! – grité angustiada de que se hubiera lastimado.
El tipo giró mis muñecas, de modo que mis antebrazos quedaban expuestos.
- Tú te vienes conmigo. – dijo muy serio.
- ¡¿Qué?! ¡Por qué?! – estaba confundida, pero más aún, estaba preocupada por Alejandro, pues éste no se movía en absoluto - ¡Suéltame! ¿Qué le hiciste a Alejandro?
Intenté zafarme de su agarre, pero no lograba nada. Empezó a caminar conmigo, como si fuera alguna condenada.
- ¡Que me sueltes! ¡Quítame tus malditas manos de encima!
El tipo haló de mis manos hacia abajo, de modo que yo tuve que acercarme a él.
- Calladita te ves más bonita Cyrene. – lo miré extrañada, bueno a sus gafas, pues éstas no me dejaban ver sus ojos.
<< ¿Cy… qué? >>.
Luego deduje que él simplemente se estaba equivocando de persona.
- Oye, suéltame yo no soy Cyre, o Sirena, o como sea, yo me llamo Danna, así que suéltame y deja esta payasada.
En su rostro se dibujó una mueca, seguramente algún intento de sonrisa.
Me giró de manera que mi espalda diera contra su pecho, de modo que mis manos quedaban atrapadas entre los dos, y a trompicones me hacía avanzar.
Me estaba empezando a desesperar, si esto se trataba de una broma de primípara, se estaban pasando de la raya. Así que, traté de calmarme, pues yo sabía que a ellos les encantaba cuando sus víctimas se ponían como locas y hasta lloraban; yo no les iba a dar ese gusto, sólo esperaba que a Alejandro no le hubiera pasado nada, porque de lo contrario, se las tenían que ver conmigo.
- ¿A dónde me llevas? – dije tratando de armarme una escena de lo que me pretendían hacer. Miraba a mi alrededor buscando más gente, quizás algunos grabando, pero no se veía a nadie más.
<< Deben estar muy bien escondidos. >>.
- Muy lejos. – dijo susurrando a mi oído.
Tuve que hacer un esfuerzo enorme, para contener un estremecimiento.
La situación era absurda, había pasado mucho tiempo allá sola, y ahora, ¿sucede esto?
- ¿Qué me van a hacer? – trataba de que mi voz no dejara ver mi nerviosismo.
- Eres demasiado impaciente Cyrene.
De nuevo me llamaba así, si no se trataba del nombre de otra persona, ¿sería alguna clase de apodo o código?
Justo en ese momento, el tipo se detuvo abruptamente, él veía algo a la distancia, y pude sentir cómo se ponía totalmente rígido. Fijé mi vista en la dirección en el que él estaba viendo, pero no veía nada.
<< ¿Y ahora qué? >>.
- Te salvaste por esta vez Cyrene, pero te prometo que vendré de nuevo por ti.
Una vez dicho esto, me soltó, de modo que caí al piso, cuando me logré sostener y estabilizarme, al girarme no había nadie. No tenía tiempo para pensar demasiado en lo que había sucedido; me levanté en seguida y salí corriendo hacia donde había quedado Alejandro.
- ¡Alejandro, Alejandro! – dije sacudiendo a mi amigo, había visto con cuidado alrededor de su cabeza, pero no había visto sangre - ¡Por favor despierta!
No reaccionaba, miraba a mi alrededor, y no había nadie.
<< Los muy imbéciles no ayudan. >>.
Pensaba irritada y presa del pánico.
Justo en ese momento, vi a alguien acercarse, era un profesor.
Salí corriendo hacia él, a medida que me acercaba, el profesor se quedaba mirándome expectante.
- Por favor, venga, a mi amigo lo hicieron caer, y no despierta. – sonaba desesperada, sin darme cuenta, unas lágrimas se escapaban de mis ojos.
No necesité más, le señalé en dónde estaba, y él de inmediato salió en su ayuda. Con ayuda de él, y de otros dos profesores, quienes habían llevado una camilla tras recibir la llamada del profesor que yo había abordado, llevaron a Alejandro a enfermería.