- ¿Danna? – dijo una voz a mi lado.
- Lore… - dije con la voz ahogada, me levanté y la abracé.
Había estado sentada en el pasillo de enfermería por casi dos horas. Les había enviado un mensaje a todos hacía aproximadamente diez minutos, pues estaba tan aturdida, que no había caído en cuenta de avisarles.
- ¿Cómo está? – dijo Lorena, mientras que nos sentábamos y sosteniéndome de una mano.
- Lo han estado revisando, y le han hecho algunos exámenes, pero no ha despertado aún. – dije con la angustia tiñendo mi voz – Dicen que toca esperar a que salgan los resultados, pero que no parece nada grave, pues no se le ve alguna contusión externa en la cabeza.
- ¿Entonces por qué no despierta?
- Eso mismo les he preguntado, pero no tienen una respuesta.
- Bueno, pero ¿qué fue lo que pasó?
- Estábamos…
- ¿Danna?
Lorena y yo nos giramos, inmediatamente me levanté.
- ¿Sí? – dije mirando fijamente al doctor.
- Ya despertó, Alejandro ha pedido verte.
Sentí que el alma me volvía al cuerpo.
- Ve, los demás no deben tardar en llegar, yo los esperaré aquí. – dijo Lorena apretándome ligeramente la mano y soltándomela.
Asentí, y seguí al doctor.
- ¿Cómo está él? – dije caminando por el pasillo.
- Está bien, justo acabé de recibir los resultados de los análisis y todos están perfectamente.
- ¿Entonces por qué no despertaba?
- La verdad no tengo muy claro eso, quizás sólo tardó un poco más de lo normal en reaccionar. – dijo el doctor un poco cortado.
Entré a la habitación, y Alejandro se estaba empezando a levantar.
- ¿Qué crees que estás haciendo? – dije mientras corría hacia él, y ponía mis manos sobre su pecho para detenerlo.
- Iba a salir a buscarte, sabes que no me gusta esperar.
Puse los ojos en blanco. Al menos su actitud no se había visto afectada.
- ¿Qué fue lo que pasó? ¿Por qué estoy aquí?
- Te empujaron, y caíste al suelo… no despertabas. – dije sin poder ocultar mi angustia.
Su cara de confusión y desconcierto, me dijo que no tenía ni idea de qué estaba hablando.
- ¿No recuerdas nada?
Sacudió la cabeza.
- Lo último que sé, es que estaba en el suelo contigo, masajeando tu cabeza.
Levanté una ceja, aunque no hubiera señales del golpe, lo cual de por sí ya era bastante extraño; éste sí le había afectado bastante.
En ese momento Lorena entró, junto con Mary y Sam, quienes tenían la preocupación dibujada en sus rostros.
Después de que todos nos acomodáramos en esa pequeña habitación, relaté lo que había sucedido. No estaban muy convencidos con mi teoría de que se trataba de una broma, pero ninguno pudo darle otra explicación por lo que terminaron aceptando la mía.
- ¿De verdad no les viste la cara? – preguntaba por enésima vez Alejandro con los dientes apretados. Estaba furioso, porque si no fuera por ese profesor que se había acercado, no sabríamos qué broma pesada me hubieran jugado.
- Ya te dije que no… - mentí, conocía a Alejandro lo suficiente como para saber que él no se iba a quedar de brazos cruzados; quería evitar más problemas, por lo que además de eso, también había omitido la amenaza de ese tipo de continuar con su bromita.
- Lo importante es que tú estás bien, y que no le pasó nada a Danna. – dijo Mary ya aliviada de ver a Alejandro.
- Mary tiene razón, Alejo, - dijo Sam – quizás esos tipos estaban por todos lados, y así fue como se enteraron de la presencia del profesor; no creo que se vuelvan a meter con ustedes, pues ellos pensarán que Danna si los puede reconocer.
Sam se veía calmado, pero ya lo conocía lo suficiente, para saber que se estaba conteniendo, y estaba tratando de ser objetivo.
Pero en ese momento, estaba viendo a Lorena, quien extrañamente permanecía totalmente callada, parecía algo pensativa.
- Lore, - dije levantándome – ¿me acompañas a traer algo de comer para todos?
- Sí, claro. – dijo Lorena levantándose.
- Ya venimos chicos. – dije cerrando la puerta.
- ¿Qué te pasa? – le dije a Lorena, mientras caminábamos hacia la cafetería.
- ¿Qué me pasa de qué?
- Te conozco, no has dicho una sola palabra, algo te sucede.
Ella se detuvo un momento.
- Danna, ¿realmente no reconocerías a esos tipos?
Solté un suspiro fingiendo aburrimiento.
- No, no recuerdo nada, ya te dije tenía gafas oscuras, y apenas me levantó, me puso de espaldas a él.
Se quedó de nuevo pensativa.
- Es que se me hace extraño… ¿Por qué sólo te quería a ti? ¿Por qué Alejandro no recuerda nada si no tiene un golpe visible en la cabeza?
- Mira, lo del golpe, no tengo una buena explicación para eso, pero en cuanto a que me quisieran solamente a mí, yo lo veo más como algo que ellos escogieron al azar.
- Las casualidades y las coincidencias no existen Danna.
Suspiré, realmente era raro ver a Lorena tan seria y preocupada.
- Por favor, ya no le des más vueltas, ¿quieres? Sólo era un grupo de tontos tratando de hacer una broma.
Suspiró, al parecer ya lo iba a dejar pasar.
Continuamos en la enfermería, hasta que al fin el doctor le dio salida a Alejandro, al no encontrar nada fuera de lo normal. Todos se despidieron de Alejandro, ya que tenían clases; en cuanto a mí, lo acompañé, pues habíamos decidido que mejor cogiera un taxi, en lugar de manejar hasta su apartamento.
- ¿Seguro que no quieres que te acompañe a casa? – le dije a Alejandro.
Alejandro se detuvo, y me agarró de los hombros quedando frente a mí.
- Seguro, estoy bien, no te preocupes; además, si vas hasta mi casa, prácticamente tienes que atravesar toda la ciudad para llegar a donde vives… - arrugó el entrecejo – la universidad debería dar mejores lugares para vivir.
- No me puedo quejar, sabes que si no fuera por esa beca con sostenimiento, simplemente no estaría aquí.
- Y tú como no aceptas que te ayuden. ¿Cuándo entenderás que no se trata de ninguna limosna, sino de algo que realmente quiero darte porque te lo mereces? – dijo reprochándome.
Hacía mucho no hablábamos al respecto, pues entre él y Lorena, habían querido que yo me mudara del lugar en donde estaba, pero no podía aceptar su ayuda; de ninguna manera permitiría que ellos terminaran ayudándome económicamente.
- Ya hemos hablado de eso Alejo; además no está mal el lugar, sólo un poquito lejos.
- ¿Qué no está mal? – dijo Alejandro con cara de terror – ¡Si apenas y cabes tú! ¡Además de ser totalmente oscuro y frío! – sacudió la cabeza.
Reí, él lo veía todo de un modo exagerado.
- Cuídate, y avísame cuando llegues a casa. – le dije dándole un abrazo.
- Creo que, con este trato, me quedan ganas de desmayarme todos los días.
- ¡Ni se te ocurra! – dije riendo, había hecho como una princesa en apuros.
- Bueno, vale me voy, ten cuidado tú también. – me dio dos besos y se fue.
Me devolví a la universidad, antes de irme quería pedir unos libros prestados para estudiar en la noche, además de adelantar el trabajo que teníamos con Lorena, ya que, debido a lo sucedido no habíamos hecho nada.
Salía de la biblioteca cuando una voz me sobresaltó.
- Hola.
Me giré, la voz venía de mi espalda.
- Hola. – le dije a Adrián, no pude evitar un sentimiento de alegría al ver que me había saludado, y más con lo que había sucedido el día anterior.
- ¿Cómo estás?
- Bien, ¿y tú? - estaba apenada por como lo habían tratado ayer Lorena y Alejandro.
- Bien. – lo notaba algo raro, pero en el fondo sabía que era por lo sucedido con mis amigos.
- Perdóname por lo de mis amigos, ellos son buenos, sólo que les cuesta abrirse a las personas, pero una vez los conozcas, y ellos te conozcan, sé que se van a llevar bien.
Él se limitaba a observarme, me estaba poniendo algo nerviosa.
- ¿Pasa algo? – dije ya sin aguantar el tenso silencio.
- ¿Segura que estás bien?
Lo miré extrañada, ¿a qué se refería?
- Sí, ya te dije… - luego caí en cuenta… << ¡El mareo! >> - ¡¡¡Aaaahh!!! Ya te entendí, - dije sonriéndole – no te preocupes, ya estoy bien, eso no dura tanto tiempo.
Él se quedó dudando un momento, y luego me sonrió, al ver su sonrisa pude notar no sólo que tenía dientes perfectos, sino que en sus mejillas se formaban unos hoyuelos que lo hacían ver aún más simpático, si es que eso era posible.
- Me alegra, entonces… ¿a dónde vas con todos esos libros?
- Eeeee… ¿qué?
<< ¡Me había hablado y no le había prestado atención! >>.
- Los libros, ¿a dónde llevas todos esos libros?
- A casa, - dije sonrojándome, ya me estaba portando como una tonta - los llevaré porque hoy no pude estudiar mucho, así que…
- ¿Por qué no pudiste estudiar? – dijo siguiéndome, pues yo empezaba a caminar.
- Mmmmm, hoy se presentó un pequeño inconveniente con Alejo, así que no tuvimos tiempo de muchas cosas. – dije vagamente.
- ¿Él está bien? – dijo rápidamente.
Me alegraba que a pesar de todo, Adrián parecía preocupado por Alejandro.
- Sí, no te preocupes, sólo tuvo un pequeño golpe en la cabeza, que ni siquiera le dejó marca. – dije tranquila, por cómo habían resultado las cosas.
Él asintió.
- Ven, te ayudo. – dijo tomando mis libros, sin darme tiempo a negarme.
- Gracias.
- ¿En dónde vives?
- ¿Hace cuánto estás aquí?
Él se quedó mirándome.
- Hace una semana. – dijo finalmente.
- Entonces, vivo a aproximadamente a una hora en bus.
Él me miró un poco perdido.
- Te pregunté eso, porque ya que no conoces la ciudad, no vale la pena hablarte con más detalles.
Él sonrió, asintió y siguió caminando.
- Vives un poco lejos. – había dicho más para sí mismo, por lo que no contesté.
Cuando llegamos a la parada del autobús, él me regresó los libros.
- Cuídate, nos vemos mañana. – dijo serio y hasta de una manera un poco seca.
Fruncí el ceño, al parecer no estaba del todo bien conmigo como había pensado.
- ¿Estás bien? – dije sin poder evitar preguntar.
- Me tengo que ir. – dijo y en cuanto esas palabras salieron de su boca, dio media vuelta y a grandes zancadas desapareció entre las personas.
Me quedé como una tonta mirando por donde había desaparecido, preguntándome si por mi actitud él había salido prácticamente corriendo.
Esa noche, me acosté alrededor de las 12. Aunque yo misma le había restado importancia a lo que había sucedido, no dejaba de pensar en qué hubiera sucedido si a ese profesor no se le hubiera ocurrido hacer un recorrido por ese lugar, algo que, pensándolo bien, nunca había sucedido, pues desde que yo iba a aquel bosque, no había visto a un sólo docente pasar por allí. Y debo admitir, no sólo era eso lo que rondaba mi cabeza, pues la actitud de Adrián me había dejado realmente desconcertada.
Suspiré irritada conmigo misma, estaba perdiendo neuronas en cosas insignificantes. Cerré los ojos, y dejé que el tren de los sueños me llevara a donde quisiera.