Orión

Capítulo 7

Sin mediar más palabras, caminamos con Alejandro por toda la universidad, hasta llegar a la salida; justo había un auto negro allí parqueado, lo reconocí al verlo en anteriores ocasiones, pues Alejandro lo alternaba entre ese y otro de color rojo.
- Yo me puedo ir en bus. – le dije; traté de detenerme, pero él no me lo permitió y seguimos avanzando hasta llegar al auto.
Sin decir nada me abrió la puerta del copiloto, e hizo que me subiera.
Él subió a su lugar y arrancó el coche. Las calles eran una escena algo melancólica, la lluvia golpeaba con furia el parabrisas, los conductores conducían con mayor precaución debido a las resbaladizas autopistas.
 - ¿Estás enojado? – dije al fin, rompiendo el incómodo silencio.
- Estoy cansado de que me hagas a un lado y no cuentes conmigo… o con los demás. – dijo sin mirarme, y apretando las manos alrededor del volante.
- No es que no cuente contigo, o con los demás, Alejo; - dije tratando de calmarlo un poco – es sólo que realmente no… no me di cuenta del tiempo transcurrido; últimamente me ha dado más fuerte, por lo que me desorienta un poco y no me permite actuar como debería.
Casi no tenía sentido lo que decía, prácticamente estaba hablando incoherencias, pero realmente no tenía una explicación a todo lo que acababa de suceder, además no quería involucrarlos en algo de lo que ni siquiera yo tenía conocimiento.
<< Mañana todo volverá a la normalidad. >>.
- Sólo… sólo te pido que en cuanto te sientas mal nos llames, no quiero que te pase nada grave, no sabes lo preocupados que nos tenías.
Ahogué un grito, se me había olvidado por completo los demás.
- Están bien, ya les envié un mensaje de que te llevaría a casa, quizás te llamen más tarde para saber cómo estás. – dijo Alejandro quien había visto mi expresión.
- Gracias. – dije ya más tranquila, mientras el coche volvía a andar con la luz verde del semáforo.
Estaba acostada en mi cama mirando a un punto en el techo; Alejandro me había dejado con mil recomendaciones y mil promesas en la puerta de la residencia hacía un poco más de una hora.
Me negaba rotundamente a pensar en lo sucedido, pero como muñeco golpeador inflable, cada que sacaba corriendo aquellas imágenes, éstas volvían una y otra vez.
Con un suspiro de exasperación conmigo misma, me levanté, y empecé a estudiar, era el único modo de ocupar mi mente en algo que de verdad valiera la pena.
- ¿Danna? – alguien golpeaba a mi puerta, vi el reloj, eran las ocho de la noche.
- ¿Sí? – dije levantándome y abriendo la puerta; allí de pie estaba una compañera también de la universidad, aunque muy poco nos hablábamos, nos llevábamos bien.
- Hola, abajo hay alguien, ¿la dejo pasar?
- Hola, sí; qué pena contigo.
- No te preocupes… nos estamos viendo. – dijo ella alejándose por el pasillo.
Asentí, y dejé la puerta abierta.
- Tú y tu exceso de confianza. – dijo Lorena entrando en la habitación y cerrando la puerta tras de sí.
Le sonreí, la abracé y justo en ese momento se me hizo un nudo en la garganta.
- ¿Estás bien? – dijo Lorena también abrazándome.
- Creo que estoy en mis días… - dije a modo de broma, mientras me soltaba de ella, y le hacía señas de que se sentara en la cama – he estado un poco sensible.
- No creo que se deba a que estés en tus días… - dijo algo seria; había fracasado en mi intento de quitarle espinas al asunto – hablé con Alejo, está preocupado por ti… - dudó un momento - ¿no te has planteado la posibilidad de que lo que tengas sea algo hereditario?
Sentí como si un cuchillo fuera atravesado en mi pecho, realmente odiaba ese tema.
- Si es así, no hay nada qué hacer, ¿no crees? – dije algo cortada.
- Lo siento Danna, sé que no te gusta hablar de eso, pero y si realmente es así, podrías…
- Podría nada, Lore; y como bien has dicho, no quiero hablar de eso. – me levanté y me dirigí a la puerta.
- ¿Me vas a echar? – dijo Lorena algo sorprendida.
- ¡No! – dije con una media sonrisa en mi rostro, la cara de incredulidad que acababa de poner Lorena era muy graciosa – Te voy a traer algo de jugo que tengo en la nevera. 
Dicho esto, me fui a la cocina, en donde nosotros teníamos nuestro espacio, y podíamos cocinar.
- Toma, es de naranja. – dije mientras le entregaba el vaso a Lorena y me sentaba a su lado.
- ¿Y si te haces más exámenes? – dijo Lorena mirándome fijamente.
Suspiré con resignación, realmente era muy terca.
- Ya te dije que no me interesa…
- No de esos… - dijo Lorena interrumpiéndome. << Al parecer todo el mundo me quiere interrumpir hoy. >> - sólo para ver si ha avanzado en algo la medicina y descubran de una vez por todas lo que tienes.
- Ya me he sometido a muchos exámenes Lore… - dije algo aliviada porque dejara el otro tema atrás – además, quizás se deba a que he estado un poco estresada, eso es todo.
Lorena se quedó mirándome por un instante y ahora fue ella quien soltó un suspiro de resignación.
- Está bien, no creas que me has convencido, - dijo tras ver mi sonrisa de triunfo – pero también hay algo que quiero saber…
- ¿Qué cosa?
- ¿Quién es el tipo con el que te encontró Alejo?
Me reí un poco, estaba casi un cien por ciento segura que ese había sido el tema principal por el que ella viniera hasta aquí.
- ¿Qué? – dijo inocente – Una amiga tiene el deber de saber todo a cerca de su mejor amiga.
Seguí sonriendo, aunque ella no lo supiera, estaba extremadamente agradecida con su visita.
- Se llama Zarek, pero es sólo un compañero de clase, el cual no soporto, por cierto.
Lorena levantó una ceja perfectamente delineada, era obvio que le causaba curiosidad mi expresión.
- Bueno; primero, ¿no te parece que Zarek es un nombre un poco raro?
- Me parece raro sí, pero es único.
- ¿Qué? – dije, pues se había quedado mirándome.
- Nada… - dijo algo reservada y enigmática – segundo, - dijo señalando su dedo corazón, como llevando la cuenta de algo - ¿por qué te cae mal?
- No es que me caiga mal… es sólo que no lo soporto.
Lorena soltó una carcajada.
- ¿Sabes lo raro que suena eso?
Me encogí de hombros, no podía darle unas palabras más exactas a lo que sentía cuando estaba con él. Pero no sólo estaba el hecho de que me hiciera sentir rara, sino que había algo que me hacía sentir de manera extraña, no sabía lo que era, pero tampoco tenía mucho interés en averiguarlo.
- No sé, simplemente, él logra sacarme de mis casillas.
- Bueno, bueno, eso ya es mucho decir amiga; para que alguien te saque a ti de tus casillas, debe estar esmerándose demasiado.
- Ni te imaginas.
Hablamos un poco de todo, al parecer ya se había desencantado del chico de aquella clase que la tenía encandilada; conocía a Lorena, y era muy difícil para que ella se fijara mucho tiempo en alguien.
 - ¡Por Dios… mira la hora! – dijo Lorena saltando de la cama.
Reí, a mí también se me había pasado el tiempo volando.
- No me gusta que te vayas tan tarde. – le dije mientras Lorena buscaba sus zapatos por todos lados - ¿Por qué no te quedas? Ya sabes que no es muy cómodo, pero al menos no llegarás tan tarde a tu casa.
- Me encantaría quedarme Danna, pero sabes que no traje nada, y no me gusta ponerme la misma ropa dos días seguidos… - como estaba ocupada amarrándose los zapatos, afortunadamente no pudo ver la cara de decepción que seguramente se dibujaba en ese momento en mi rostro.
- Ok, entonces cuídate, y mándame un mensaje cuando llegues, ¿vale?
- Prometido. – se levantó me dio un beso, me abrazó y se despidió.
Tal y como había temido, esa noche, no pude dormir casi nada; y cuando al fin el cuerpo no me dio más y me dormí en la madrugada, soñé con ese tipo raro, cuyos ojos no podía ver gracias a sus gafas oscuras, y cuya única palabra entendible de todo lo que me decía, era Cyrene.




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