Orión

Capítulo 10

- ¿Danna? – escuché la voz de alguien, pero se escuchaba muy lejos. – Danna, despierta, por favor.
La voz se escuchaba preocupada. Poco a poco fui siendo arrastrada a la realidad.
Abrí los ojos muy despacio, como temiendo con qué me fuera a encontrar.
- Por fin despiertas. – dijo Adrián, quien estaba sentado a mi lado, cuando lo miré, un recuerdo de sus ojos verdes brillando me golpeó, por lo que me fijé inmediatamente en ellos, pero estos eran azules normales, con vetas verdes.
<< ¿Lo habré imaginado todo? >>.
El desfile de imágenes que pasaron en ese momento me aturdieron, y justo cuando estaba decidida a darlas por una muy extraña pesadilla, veo las marcas que la cuerda me había dejado alrededor de las muñecas; no lo pude evitar, solté un gemido de horror.
- ¿Qué… qué ha pasado? – tuve que luchar contra el nudo en mi garganta.
- Tranquila, - dijo Adrián tomándome de la mano – por favor, sólo respira, no quiero que te vuelvas a desmayar.
Me obligué a escucharlo, no podía perder el tiempo quedando inconsciente.
Después de un par de minutos, mis manos habían dejado la intensidad con la que temblaban.
- ¿En dónde estamos? – dije en un susurro.
- En enfermería, no sabía más a dónde llevarte.
- ¿Qué pasó con aquel sujeto?
- En realidad no sé qué hicieron con él. – dijo encogiéndose de hombros.
- ¿Hicieron? ¿Quiénes?
- Seguridad; por lo que sé, lo llevarían a rectoría; lo mínimo que pueden hacer es correrlo de aquí, ¿no crees?
- ¿Tú… tú le viste los ojos? ¿Viste lo que estaba haciendo? Dijo que era un portal, que me llevaría con él… Me había cegado… - había empezado a hablar como loca.
Él me miró extrañado, así que me quede en silencio.
- ¿Estás bien? – dijo algo preocupado.
- ¿Qué si estoy bien? – dije ahora como si el loco fuera él - ¿No escuchas todo lo que te estoy diciendo? ¡Me había dejado ciega! ¡Los árboles sólo se mecían a nuestro alrededor! ¡Sus ojos eran totalmente rojos!
- ¡Danna cálmate! – dijo Adrián tomándome de los hombros.
Cerré los ojos, las imágenes de todo lo que había sucedido, pasaban una y otra vez por mi cabeza.
Pasaron unos cuantos segundos, hasta que Adrián dio por hecho de que yo estaba calmada.
- Mírame. – dijo muy serio.
Abrí los ojos muy lentamente; me daba miedo encontrarme con otra cosa fuera de lo común.
- Todas esas cosas que crees que has visto, no son reales.
Lo miré furiosa; me sentía como cuando a un niño le dicen que su amigo imaginario no existe; sólo que, en este caso, ¡todo era real!
- Te hicieron unos exámenes… - continuó diciendo, ignorando mi mirada – en ellos sale que utilizaron algún tipo de droga… eso, y con el susto que viviste, te llevaron a ver e incluso escuchar cosas que no son reales.
No dije absolutamente nada, mi mente iba a mil por hora, rogando que lo que acababa de decir Adrián fuera cierto; pero por más que intentara pensar, no recordaba que el loco ese me diera algo.
- Pero no…
Me detuve abruptamente; un recuerdo borroso del tipo de la discoteca tirado en el suelo, se estrelló en mi mente. Abrí los ojos de manera significativa al recordar lo que el tipo me había hecho.
<< ¡Estaba drogada! >>.
A pesar de todo, sentí un gran alivio al saber que todas esas cosas tan locas que había escuchado y visto, eran un muy pésimo efecto secundario de la droga que me habían suministrado.
- ¿Pasa algo? – dijo Adrián, quien no se había perdido un sólo detalle de mis movimientos.
Desvié la mirada, me daba vergüenza haber actuado como una completa demente.
- Tienes razón… - dije casi en un susurro y sin atreverme aún a mirarlo a los ojos – estaba drogada.
- ¿Cómo te drogó? – dijo tras unos segundos de silencio.
- Él no me drogó.
- ¡¿Había alguien más?! – dijo alarmado.
- ¡No! – dije por fin mirándolo a los ojos; los cuales, por cierto, se veían de nuevo verdes intensos.
<< ¿La droga todavía está haciendo efecto? >>.
- Entonces, ¿me quieres explicar quién te drogó? – dijo con la paciencia escapándose de sus manos.
<< Bueno, al menos no ha dado por hecho de que yo me pude haber drogado. >>.
- Tranquilízate, ¿quieres? Ayer salí a bailar, y un tipo quiso drogarme… bueno, lo logró, pero no me hizo nada más.
Realmente no quería darle muchas explicaciones; pero al menos quería dejar claro que el bromista no me había drogado.
Pero Adrián no quedó para nada contento con mi evasiva respuesta.
- ¡¿Te drogó, pero no te hizo nada?! – gritó, mientras se levantaba y caminaba de un lado a otro; estaba furioso.
- Te estoy diciendo la verdad; no le des más vueltas al asunto, lo importante es que nada pasó, y que estoy bien. – dije lo más calmada que pude, pues tenerlo a él así, y viendo sus ojos cada vez más verdes, me estaba poniendo nerviosa.
Él se detuvo ante mis palabras, y me dirigió una mirada dura.
- ¿Quién es el tipo? – tenía tan apretada la mandíbula que apenas y le salían las palabras.
- No lo sé, no recuerdo, además un… compañero me ayudó.
- ¿Quién?
- ¿Importa? – no soportaba el interrogatorio; bastante había tenido con Zarek en la mañana, además, ¿a él qué le importaba? – Mira, lo único que quiero hacer en este momento, es irme a casa y descansar, hoy ha sido un día realmente largo.
Adrián se sentó a mi lado e inyectó sus ojos en los míos, poco a poco, estos iban adquiriendo su normal tono azul… Realmente necesitaba descasar.
- Entonces vámonos. – dijo tendiéndome la mano, para ayudarme a levantar.
- No es necesario que me lleves, ya has hecho suficiente por mí. – dije pensando que a pesar que él me había salvado del imbécil, el comportamiento de ayer no se me había olvidado.
- Ya dije que te llevaría; además, quizás te sientas un poco mal por lo que te dieron. – dijo con un tono de reproche, pero lo ignoré.
- Adrián, puedo ir perfectamente sola a mi casa. – lo miré muy seria a los ojos mientras me levantaba ignorando su ayuda – Créeme en esta ocasión puedo escapar sin ningún problema.
No lo pude evitar, pero pensar en cómo había reaccionado por el simple hecho de nombrar que quería escapar de mis problemas, me hacía revolver el estómago.
La cara de Adrián mostró arrepentimiento y no sabía si lo adivinaba bien, pero me parecía que también vergüenza.
- Siento lo de ayer… sé que me porté como un imbécil, no tengo excusas para mi comportamiento, lamento los inconvenientes y las molestias que te causé.
Por un momento no supe qué decir o cómo reaccionar, pero es que no sólo la disculpa de Adrián me había dejado sin palabras, sino la manera en cómo la había dicho, por un momento me sentí leyendo una novela histórica, y como mi mente no lo podía evitar, me imaginé a Adrián vestido con unos pantalones anchos en las caderas y cuyo ruedo terminaba dentro de unas botas negras de cuero, también lo imaginé con una camisa blanca a medio abotonar dejando entrever su pecho…
<< ¡Basta! >>.
Me reprendí a mí misma y no pude evitar que los colores se me vinieran a la cara mientras soltaba una sonrisita nerviosa.
- ¿Te estás burlando? – dijo Adrián perplejo, pero no parecía enojado.
- ¡No! – dije más abochornada aun – No me hagas caso por favor. Y… está bien, hagamos de cuenta que no pasó nada, además no te he agradecido que me hayas rescatado.
- No tienes que agradecerme nada. – dijo desviando la mirada.
- Bueno, pero lo hago. Y, de verdad no es necesario que me acompañes, yo…
- Te llevo, no voy a permitir que vayas por ahí sola.
- Ok, te lo agradecería sinceramente, sólo quiero ir a casa, además creo que la droga todavía está surgiendo efectos.
Como ya íbamos caminando por el pasillo de la enfermería, se detuvo de caminar.
<< Dos veces en una semana… >>.
No me gustaba para nada estar en un hospital o algo parecido, pero esa semana ya había estado dos veces allí.
- ¿Qué quieres decir con eso de que todavía está surgiendo efectos? ¿Te sientes mal?
- No, tranquilo, - lo incité a que siguiera caminando – es sólo que hace un momento, vi que tus ojos se volvían verdes; ya sé que tienen vetas verdes, y que en su gran mayoría son azules, pero hace un momento, parecían totalmente verdes, casi brillaban. – dije como si nada, pues ya sabía perfectamente que se debía a la droga.
Entonces recordé lo que le había dicho a Zarek esa mañana… ¡Lo había acusado de mentiroso!
Sentía que debía disculparme, pero… ¿por qué había mencionado a mis padres?
<< ¿Eso también lo habré imaginado? >>.
Me sentía tremendamente confundida, ya no tenía claro qué había sido real, y qué no.
Solté un suspiro de resignación.
- ¿Qué pasa? – le dije a Adrián, quien me miraba de manera extraña.
- Nada… - dijo algo distante - ¿Segura que estás bien?
- Sí, de verdad… ahora sólo me apetece estar en casa.
- Ok, entonces vámonos.
El camino a casa fue en silencio, yo me tomé mi tiempo para tratar de no pensar en la medida de lo posible, pero esa medida era demasiado pequeña, pues imágenes de todo lo que había hecho durante el día, me bombardeaban de manera inclemente.
Suspiré con pesadez.
- No puedes dejar de pensar en lo sucedido, ¿verdad? – dijo Adrián, mientras manejaba.
- Sí, trato de no hacerlo, pero me es imposible… mi mente no colabora; - dije haciendo un mohín – aunque, he de decirte que siento muchísimo alivio al saber que todo sólo ha sido producto de mi imaginación… bueno con cierta ayuda de un químico, pero que nada es real; pero no dejo de pensar en lo real que sentí cuando supuestamente no podía ver; justo ahora me pregunto si en ese momento yo simplemente llevaba los ojos cerrados, o me habían puesto una venda… - volví a suspirar – me siento algo tonta.
- No eres tonta… lo que pasaste no fue cualquier cosa, además, ese tipo se estaba pasando con la bromita que te estaba jugando. – dijo con un tono algo duro - ¿Qué te parece si en vez de ir a tu casa, ¿hacemos algo?
- No lo sé…
- Te aseguro que en la casa, tu inquieta mente no te va a dejar en paz. – dijo interrumpiéndome.
Sonreí, era cierto, sabía que en la casa simplemente iba a explotar mi mente con todo lo que pensaría.
- ¿Qué sugieres?
Él había detenido el carro cerca de una acera, por lo que veía cómo se formaba una sonrisa en su rostro.
No pude evitar recrearme con su sonrisa, era muy bonita e incluso me hizo sentirme rara, pero no sabía en ese momento describir la sensación.
- Te invitaría a cualquier lado, pero… - pasó una mirada por mi cuerpo, hasta ese momento caí en cuenta de la clase de ropa que llevaba puesta, de inmediato me sonrojé – aunque conozco un lugar que de seguro te va a gustar; de camino a allá, compramos algo para comer.
Sin más, arrancó el coche de nuevo. 
Eso era lo que me gustaba de Adrián, que cuando veía que no era muy prudente preguntar, o cuando veía que me incomodaba, no hacía preguntas. Aunque debía admitir que a estas alturas me gustaría saber de él, pero me era muy difícil hacer preguntas ya que nunca sabía cuándo se tocaba la fibra sensible de alguien. Así que por lo general yo no hacía preguntas.
El recorrido fue de aproximadamente hora y media, para ese momento, había logrado no pensar en nada, sólo me preocupaba por observar el paisaje que se levantaba a nuestros costados, aunque también lo hacía para no quedarme viendo a Adrián, era como si mi mirada tuviera voluntad propia y se centrara en ver el perfil de Adrián mientras conducía.
La tarde era algo cálida, pero el sol ya se estaba poniendo, y las nubes que había en la mañana, habían desaparecido, por lo que el cielo tenía una hermosa paleta de azules, naranjas, amarillos y rojos.
- Toma. – dijo Adrián pasándome un jugo y un emparedado – debes estar muerta de hambre.
Sonreí, pues ya le había pegado el primer mordisco a la comida, lo cierto es que, desde el desayuno de esa mañana no había comido nada.
- Gracias, está delicioso… y esto – dije haciendo una seña a todo lo que nos rodeaba – es simplemente espectacular.
Adrián, me había llevado a una montaña, donde después de dejar el carro en una zanja y caminar unos 15 minutos, montamos un picnic en un hermoso claro, desde donde se podía observar la gran mayoría de la ciudad, la cual empezaba a encender sus luces, dando paso a la noche.
- Por eso te traje aquí, sabía que te gustaría, además estamos rodeados sólo de naturaleza.
- ¿Cómo supiste del lugar?
Era curioso, ya que se veía que nadie, al menos no recientemente, había puesto un sólo pie allí.
- Digamos que me gusta explorar, así fue como encontré este lugar.
- Bueno, pues déjame decirte que tus exploraciones valen mucho la pena, esto es precioso.
Nos quedamos en silencio un rato, el tiempo pasaba, y las estrellas iban haciendo su aparición en el oscuro cielo.
- Deberíamos irnos ya… - dijo Adrián.
- ¿Qué hora es? – dije sin muchas ganas de querer irme de allí.
- Las once y cuarto. – me giré hacia él y me quedé mirándolo.
- ¿En serio?
No salía de mi asombro, el tiempo últimamente se empeñaba en pasar demasiado rápido.
- ¿Vamos? – dijo con una sonrisa y ayudándome a levantarme.
- Me tienes que prometer que me vas a traer aquí en otra ocasión.
- Te lo prometo. 
Empezamos a recoger todo, y nos dirigimos al auto.
- ¿Te puedo hacer una pregunta? – dijo Adrián ya andando en el coche.
- Claro.
- ¿No quieres saber de dónde vengo, ni quién soy?
Lo miré un poco extrañada, no entendía por qué me preguntaba eso.
- Cuando tus amigos me preguntaron esas cosas, evadí el tema, obviamente a ellos les molestó mucho, pero a ti no pareció importarle… incluso me seguiste hablando como si nada.
- Simplemente entiendo cuando no se quiere hablar de ciertos temas, así que no me gusta entrometerme en esas cosas; además, se ve que no eres mala persona, por lo que no tengo motivos para alejarme de ti, al menos que tú así lo quieras.
- No quiero que te alejes; pero, ¿no crees que pensar de esa manera te hace algo confiada? Si no preguntas sobre los demás, no sabes cuáles son sus intenciones… o sus pasados.
- Bueno, creo que si llegara a preguntar a las personas cuáles son sus intenciones conmigo cuando se acercan, no me las van a decir, y menos si no son buenas. Además, no me gusta preguntar cuando sé que es un asunto delicado.
- Tú piensas así, porque tú tienes asuntos de los que no te gusta hablar… ¿verdad?
Sonreí, era más que obvio.
- Sí… por eso te entiendo si no quieres hablar de tu pasado; muchos venimos con la esperanza de dejar cosas atrás.
- Entonces no es que no quieras saber sobre mí, sólo que respetas mi decisión de no decir nada.
- Así es. – dije con determinación.
- Quizás algún día te enteres de mi vida. – dijo en un tono bajo de voz, parecía que lo estuviera diciendo más para él mismo.
No alcanzó a aparcar del todo el coche en la calle, cuando abrieron la puerta del copiloto de golpe, y una mano me haló del brazo, haciendo que saliera de golpe del coche.
- ¡¿Pero qué pasa?! – dije apoyándome en el asaltante, pues había perdido el equilibrio.
- ¿En dónde rayos estabas? – dijo Alejandro furioso, mientras me sostenía de los brazos.
Lo miré sorprendida, jamás lo había visto de esa manera.
- Estaba conmigo. – dijo Adrián acercándose a nosotros - ¿Algún problema con eso?
Alejandro lo ignoró, pero tensó la mandíbula.
- ¿Me puedes explicar qué hiciste anoche, por qué no llegaste a casa, y por qué estás utilizando ropa de éste tipo? – dijo Alejandro sin aflojar su agarre.
- Esa ropa… - empezó a decir Adrián.
- Él me la prestó… - dije interrumpiéndolo, luego le explicaría – ayer salimos a bailar, y me tocó quedarme en su casa, porque ya era muy tarde para llegar aquí, así que fue muy amable de prestarme algo de ropa. El celular se me descargó, pero no me di cuenta, y pasamos el día viendo películas en su casa.
No podía creer que le estuviera mintiendo de esa manera a Alejandro, pero definitivamente no quería que se enterara del día que había tenido, mucho menos de que un tipo había intentado abusar de mí.
- Vamos, no quiero que estés así vestida en la calle. – Alejandro me tomó de la mano, y me guio a la puerta.
- Espera… - dije y me solté en un descuido de él; corrí hacia Adrián, y lo abracé; yo misma estaba asombrada de lo que hacía, pero estaba totalmente agradecida con él, pero cuando me di cuenta de mi atrevimiento, Adrián envolvió sus brazos alrededor de mi cuerpo evitando deshacer el abrazo, un fuerte estremecimiento me recorrió el sentir nuestros cuerpos tan juntos, al sentir su calor – Gracias por todo lo de hoy… - empecé a decir en un susurro a su oído, mi voz sonaba algo débil – perdóname por mentir de esa manera, pero no quiero que se entere de nada; y perdónalo por su actitud, sólo estaba preocupado.
- No te preocupes… - dijo de igual modo a mi oído enviándome pequeños estremecimientos por mi cuerpo – espero que lo de la salida a bailar realmente se haga algún día.
- Prometido.
Luego de eso me dio un beso en la mejilla, volviéndome a dejar con una sensación extraña; me alejé y me acerqué a Alejandro, quien fulminaba con la mirada a Adrián, mientras éste se subía al coche y arrancaba.
- ¿Qué fue todo eso? – dijo Alejandro una vez estando en mi habitación, yo me había desplomado sobre el colchón, y él estaba sentado a mi lado.
- No quiero que estés disgustado conmigo Alejo… - dije tomándolo de la mano e incitándolo para que se acostara a mi lado, hasta que al fin accedió – él sólo me acompañó anoche a bailar, e insistió en que me quedara a ver unas películas.
- Si querías salir anoche, me pudiste haber dicho.
- Te recuerdo que ya tenías un compromiso con Lore.
- Sí, pero pude haber salido temprano para ir contigo.
- Lo sé, pero recuerda que Lore no es que se lleve muy bien con sus padres, por lo que no era justo que la hubieras dejado con ellos.
Suspiró; él y yo sabíamos que la relación entre Lorena y sus padres no era del todo buena.
- Por cierto, ¿cómo te fue anoche? – dije, quería saber si a Lorena le había ido bien.
- Creo que va a necesitar hablar contigo.
- ¿Pasó algo anoche? – dije frunciendo el ceño.
- Todo iba bien hasta cuando la dejé para ir por mis padres, pero cuando volví, la pude notar tensa todo el tiempo, sus padres actuaban normal, pero ella estaba rara.
- ¿No le preguntaste?
- Sí, pero ya la conoces, cuando se encierra, parece una caja fuerte, tú eres la única que conozco que ha logrado saber la combinación.
- Tengo que hablar con ella… pero toca esperar hasta el lunes… - dije algo triste.
- ¿Y por qué no vas mañana? Estoy seguro que le vendrá bien tenerte allí.
- ¿Tú crees? Quizás no les haga mucha gracia a sus padres.
- Me importa poco sus padres, no me gusta como la tratan, así ha sido siempre… - decía con tono amargo – recuerdo cómo de pequeña se esmeraba para que sus padres se sintieran orgullosos de ella, pero simplemente la ignoraban; la única que ha volcado todo su amor en ella ha sido su abuela materna, no hace más que tratar de compensar el amor que le han negado ese par.
Me entristecía que le sucediera algo así a Lorena, era una persona tan maravillosa, que no entendía por qué sus padres la trataban de esa manera.
- ¿Me puedes indicar cómo llegar allá?, definitivamente quiero ir a visitarla.
Lorena ya me había llevado en varias ocasiones, pero jamás recordaba cómo llegar, ya que la casa quedaba a las afueras de la ciudad.
- No te preocupes por eso, yo te llevaré mañana.
- Gracias. – le dije sonriendo, me giré hacia él y me quedé mirando su perfil.
- ¿Qué miras? – dijo sin mirarme aún.
- ¿Aún estás enojado conmigo?
- ¿Sabes lo difícil que es estar enojado contigo por mucho tiempo? – sonreí, Alejandro jamás duraba mucho tiempo enojado conmigo.
- ¿Eso quiere decir que estamos bien?
Alejandro se giró hacia mí, y se quedó mirándome.
- Sí, bien; pero no te perdono donde lo vuelvas a hacer.
Me acerqué y lo abracé, hundiendo mi rostro en su pecho; quería mucho a todos mis amigos, pero no podía negar que con Lorena y con Alejandro, compartía algo realmente especial.
Alejandro me abrazó, y recostó su barbilla en mi cabeza.
- Te siento algo rara… no sé, tal vez triste… ¿estás bien? – dijo Alejandro tras unos minutos de silencio.
No pude evitar tensarme, pues desafortunadamente lo primero que se me había venido a la cabeza, fue lo último que me había dicho Zarek.
- Quizás estoy sensible estos días. – dije tratando de no pensar en el tema, pero mi voz había sonado más trémula de lo que esperaba.
<< ¡Maldición! >>.
- Danna… - dijo Alejandro separándose un poco de mí, y con la mano obligando a mi rostro inclinarse hacia atrás para poder verme a los ojos – Por favor… háblame.
Miré fijamente el par de perlas grises frente a mí, no era muy intuitiva, pero podía sentir las olas de amor y cariño que Alejandro me transmitía a través de ellos. Mi entereza no lo pudo soportar.
- He estado pensando en ellos… - dije con la voz totalmente ahogada, mientras las lágrimas empezaban a caer hacia un costado de mi rostro.
Alejandro no necesitaba que le aclarara de a quiénes me refería, la expresión casi de odio que se instaló por unos segundos en su rostro me lo decía.
Cerré los ojos, no había cosa que más odiara que llorar. Sentí el cálido aliento de mi amigo muy cerca de mi rostro, segundos después, sentí sus labios atrapar mis lágrimas. Me quedé muy quieta, no sabía qué pensar en ese momento, así que simplemente no pensé; Alejandro había agarrado mi rostro entre sus manos, moviendo sus pulgares en círculos en mis mejillas, mientras sus labios seguían el trabajo de limpieza que se habían propuesto.
Afortunadamente, el llanto había remitido en su totalidad, por lo que, una vez sin más lagrimas qué limpiar, Alejandro me volvió a abrazar, yo me aferré a él como un bebé koala a su mamá. No dijimos nada, creo que no hacía falta, Alejandro sabía perfectamente el modo en que eso me afectaba; él como siempre, se había limitado a estar ahí, y ser un apoyo, un soporte, un consuelo.
Los minutos pasaron con su extrema lentitud, o su intensa rapidez, depende desde qué ángulo se mire; el suave y continuo latido del corazón de mi amigo, actuó de nana, haciendo que me hundiera en un sueño algo intranquilo.




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