Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 1

En los confines del espacio sideral; específicamente en el cinturón de la constelación de Orión, una de las tres estrellas, Alnitak, era orbitada por un planeta llamado Caenus. Este mundo era habitado por una raza avanzada tecnológicamente, pero su estilo de vida era similar al de la época medieval. 

En aquel lejano planeta vivía Orestes, un príncipe guerrero que compartía vínculos genéticos con los saturnianos, guardianes poderosos que no solo protegían a su planeta, sino que también protegían a las diferentes razas que vivían en las cercanías de Saturno, entre esas la raza humana. 

Estos seres celestiales al igual que los caenusianos, alcanzaron su máximo nivel de evolución física y espiritual, aprovechándolas para ayudar a conservar la paz en el lugar en el que estuvieran. Ese fue el principal motivo por el que ganaron muchos enemigos, quienes además de intentar perturbar a razas pacíficas o poco avanzadas, querían robar el poder que poseían estos seres.

El príncipe Orestes era uno de los más perseguidos, pues, era poseedor de dones especiales que le fueron otorgados por el mismo Orión. Estos dones hicieron del príncipe una leyenda viviente, que se ganó el respeto y admiración de su pueblo.

El príncipe de piel blanca y cabello oscuro, era reconocido no solo por su fuerza y determinación; si no que, también, llamaba la atención por un fenómeno que se manifestaba en sus ojos. Estos cambiaban de color con frecuencia; eran grises en su estado normal, pero si se enojaba pasaban a ser oscuros en su totalidad. Orestes era fuerte, valiente y desafiante. Algunas veces un poco arrogante y problemático, pero tenía un corazón muy generoso.

Al ver que todo Caenus confiaba en él y en todas sus facultades, Orestes decidió emprender un largo viaje por todo el planeta para auto descubrirse y ver si realmente era digno de ser el príncipe. Así que, cualquier día se levantó de su cama con la determinación de abandonar el palacio durante un tiempo prolongado dejándolo a cargo de su hermana mayor; Hatysa, quien podía ver el futuro y aconsejaba a todo aquel que necesitara de su ayuda.

En su larga travesía, Orestes conoció a varios guerreros que, con el tiempo, fueron sumándose a su viaje lleno de aventuras y épicas peleas contra monstruos y enemigos cuyo propósito era saquear y causar estragos a su paso. Mientras tanto, Hatysa esperaba por él. 

—No cabe duda de que mi hermano es digno de gobernar a nuestro pueblo, en mi opinión no es menester realizar dicho viaje, pero respeto su decisión. Si él considera que es importante para su proceso, entonces que tome todo el tiempo que necesite —expresó Hatysa mientras se servía un poco de vino, luego volteó la mirada para ofrecerle una copa a Bellatrix —¿Quieres? 

—No soy amante de este tipo de bebidas, pero me temo que por esta vez haré una excepción y aceptaré solo una copa. 

Hatysa sirvió una poca cantidad para Bellatrix quien estaba sentada a un costado del enorme ventanal observando el vasto horizonte —¿Tiene idea de cuál será el recorrido de su hermano? —preguntó. 

A lo que Hatysa respondió —Dijo que a donde lo lleven sus pies y el espíritu de Orión —suspiró —siendo él la representación encarnada del mismo, pero insiste que quiere autodescubrirse.

La princesa Hatysa veía a través de la enorme ventana hacia el vasto paisaje en las lejanías del palacio. En el fondo se preocupaba por su hermano quien ya se encontraba entre el monte Torriden, la montaña más alta del lugar. 

El monte Torriden era habitado por un extraño ser de enorme tamaño llamado Zemon, cuya apariencia causaba asco a primera vista; su piel era verde y pegajosa, no tenía cabello, sus ojos eras amarillos al igual que sus dientes y siempre emanaba un olor a cebolla de su cuerpo.

Este era temido por muchos lugareños que vivían en las cercanías de la montaña. Allí, en ese preciso lugar, Orestes comenzaría su primera aventura como tanto lo había deseado. Desde que era niño, el príncipe de Caenus deseaba luchar contra Zemon como venganza por haber asesinado a su tío Plerión, quien también era su guía espiritual e instructor de combate. Orestes buscaba la guarida del gigante para sorprenderlo, aún sabiendo que podía morir en manos del terrible ser. Así que decidió esperar al anochecer para atacar al gigante. 

Al caer la noche, Orestes se preparaba para subir la falda la montaña y buscar la cueva.  Con mucho sigilo, Orestes se escabullía entre la maleza intentando subir un poco para escalar. En ese momento, algo llamó la atención del valeroso príncipe quien no dudó en voltear al escuchar el gruñido proveniente de los árboles ubicados a sus espaldas. 

Orestes se detuvo y permaneció inmóvil ante la presencia de una loba blanca que lo observaba detenidamente a escasos metros de distancia. El animal reconoció al príncipe y lentamente se escondió detrás del árbol más grande para cambiar su forma. Poco después, una mujer de cabello blanco, salió envuelta en una manta de color rojo y se postró ante el hijo de las estrellas. 

—¡Mi señor! —exclamó la mujer —le ruego que me perdone por mi imprudencia. 

Orestes se acercó a la mujer diciendo —¡Tora! ¿Qué haces aquí? 

—Cumpliendo con mi deber de custodiar el lugar —respondió — y como guardiana le sugiero que no cometa el error de escalar esa montaña, le recuerdo que ahí habita el temible Zemon. 

—Voy a enfrentarlo a como dé lugar. —contestó Orestes —es algo que he deseado desde que era tan solo un infante. 




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