Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 5

Alnitak comenzaba a salir y sus rayos azulados tocaban con delicadeza el suelo caenusiano. La aldea de Obaura despertaba para iniciar sus labores y Orestes ya estaba a punto de partir hacia Sabidia. Para ello, debían atravesar el bosque hasta llegar a una estación de trenes que solo tenía un tren de seis vagones. 

—¡Bienvenidos al Expreso Celeste! — comentó Akira. 

Batbayar y Gael estaban anonadados, pues era la primera vez que iban a viajar a bordo del tren volador. El Expreso Celeste era el único modo de llegar a Sabidia, pues aquella aldea estaba suspendida entre las nubes.

Orestes y compañía esperaron por la salida del tren como todos los demás, estaban tranquilos, pero a su vez impacientes por conocer la aldea celestial. Allí permanecieron hasta que finalmente un hombre a lo lejos gritó —¡Todos a bordo!

Los viajeros se levantaron y caminaron a paso lento hasta subir al tren volador. Estaban tan admirados que quedaron hechizados con los acabados dorados del interior de los vagones, las cortinas vinotinto y los asientos acolchados del mismo color. Luego de acomodarse,  se prepararon para un largo viaje de tres horas hasta el gran pueblo de Sabidia, el cual era un misterio para el príncipe ya que era el único rincón de Caenus al que nunca había pisado. 

Barbayar tomó una siesta durante la mitad del viaje, mientras que Gael y Akira contemplaban el vasto océano que cubría gran parte de Caenus, y Orestes veía un mapa de Sabidia que años antes le había dado su tío Plerión. 

Aquel viaje representaba mucho para Orestes aunque este no lo sabía, pues era a partir de su visita a aquel pueblo remoto perdido entre las nubes, que las cosas en la vida del hijo de las estrellas cambiarían drásticamente. El destino del príncipe estaba marcado, y Orestes estaba por experimentar algo que jamás creyó, pues su cabeza solo estaba anclada en entrenar y vengar la muerte de su mentor a manos de Zemon. 

—Tengo la corazonada de que este viaje será uno de los mejores —manifestó Orestes mientras acomodaba su capucha dispuesto a dormir —así que descansen mis estimados amigos, que la aventura nos espera en Sabidia. 

Gael y Akira se miraron y luego miraron al príncipe, quien cerró sus ojos al tiempo que sonreía. Para Gael quien lo conocía desde que era tan solo un travieso infante, le parecía  un poco extraño aquel comportamiento en Orestes. Akira pensó que solo estaba emocionado por el viaje, por lo tanto le restó importancia y siguió contemplando el paisaje desde las alturas. 

Faltaba poco para la llegada del Expreso Celeste a la estación de Sabidia. Los pasajeros podían apreciar la belleza del lugar; desde vendedores hasta aldeanos de otros lugares visitando la aldea atraídos por su magnificencia. 

Cuando por fin llegó la hora de bajar del tren; Gael, Batbayar y Akira corrieron hasta la pequeña plaza de mercado junto a la estación para comprar comida. Orestes no se desesperó a pesar del apetito voraz que lo carcomía en ese momento. Bajó del tren y caminó hasta un puesto de frutas en donde compró unas manzanas. El príncipe era observado por varios locales y visitantes a su alrededor, quienes con mucho asombro se preguntaban cuál era el motivo de su visita a tan paradisíaco lugar. 

Al hijo de las estrellas no parecía incomodarle el hecho de que todos los miraban, pero tampoco se sentía muy tranquilo. Así que, caminó un poco para alejarse de la plaza mientras que sus compañeros compraban comida y cachivaches. 

Llegado a la entrada de la plaza se encontró con algo que lo dejó estupefacto. Una mujer de cabellera blanca se enfrentaba con un ladrón que minutos antes había asaltado el puesto de una mujer que vendía trigo. Aquel ladrón parecía estar aterrado ante la presencia de la mujer, que, sin duda ante los ojos de Orestes era una guardiana o al menos eso aparentaba. 

Aquella misteriosa dama ocultaba su rostro, pero se apreciaba su larga y lisa cabellera salir de su capucha blanca de bordes dorados al igual que el resto de capa. Portaba una daga de mango dorado y de vez en cuando dejaba al descubierto sus piernas lo cual distraía a varios hombres en la aldea. La valiente guerrera era temida y respetada, pero a pesar de su coraje también tenía sus miedos y debilidades. 

Habiendo derrotado al ladrón, la mujer recogió el dinero robado y se lo entregó a la pobre mujer que vendía trigo. La señora en medio de lágrimas le agradeció a aquella misteriosa heroína y esta le dio un abrazo para que dejase de llorar. Segundos después, la mujer miró a Orestes y se inclinó ante él. 

—¡Mi señor!

Orestes le ordenó levantarse y mostrar su rostro, pues estaba intrigado por saber quién era aquella valerosa guerrera de Sabidia. Fue allí que el príncipe vio a la mujer de cabellera blanca; ojos azules como los rayos de Alnitak, labios rosados no tan gruesos y un fleco hasta sus cejas. 

—¿Cuál es tu nombre? —cuestionó Orestes. 

A lo que la dama respondió —Soy Horana.

El príncipe sintió curiosidad por Horana, pues veía en ella a una aldeana con poderes que sobrepasaban a los de cualquier guerrero común. Por la forma en la que peleaba contra aquel delincuente, Orestes supo que la fuerza de la mujer era superior a la de Gael o a la de su primo Silvain de Treocia. 

Luego de un largo silencio  y una mirada fija que se hacía incómoda para Horana, Orestes decidió hablar.




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