Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 9

Beramir guió a Orestes hasta su refugio. El príncipe no soportaba la total ceguera que le impedía ver el rostro de aquel niño lleno de coraje que lo conduciría hasta Manwa.

—Dime, niño —habló el nómada—, ¿qué edad tienes?

El muchacho respondió con determinación—: Doce, pero vivo solo desde los nueve. Soy huérfano; mis padres murieron a manos de Ermor y ese padre de Constantin, no recuerdo su nombre.

—¡Evamir! —pronunció Orestes con rabia—. ¡Ese maldito engendro de la oscuridad!

—Quiero vengar la muerte de mis padres; por eso quiero ir contigo, para aprender de los mejores guardianes y hacerme fuerte. Así podré convertirme en un guerrero y enfrentar a esos monstruos.

—Admiro tu determinación y tu coraje, Beramir —comentó Orestes con sinceridad—. Solía ser como tú y entiendo tu ira. También soy huérfano; mis padres murieron cuando yo tenía más o menos tu edad. Soldados de Ermor emboscaron la caravana en donde iban. Fue entonces que, junto a mi hermana,  quedé bajo la protección de mi tío Plerión, pero este fue asesinado por Zemon. 

—¿El gigante del monte Torriden? —preguntó el niño. 

—¡Ese mismo! Juré matarlo y así lo hice poco antes de emprender mi travesía por Caenus. 

Anonadado, Beramir observaba a Orestes. Su admiración por el príncipe se hacía más grande y, su motivación ahora no era solo vengarse de quienes le arrebataron a sus padres. En su interior, el muchacho juró proteger a quienes estaban desamparados, en especial a huérfanos como él. 

Beramir y Orestes guardaron silencio por unos minutos. Antes de partir de la aldea de Vardomir, el niño le dió de comer a Orestes frijoles y tiras de carne seca. 

—Tal vez usted no esté acostumbrado a este tipo de comida, pero es lo que por el momento puedo brindarle. —se disculpó el lazarillo.

—Pues desde ya te comento, querido amigo, que aprecio mucho lo que me has brindado y, por tanto, no es menester que pidas disculpas por esto. —respondió Orestes con gratitud.

Beramir sonrió levemente a pesar que Orestes no pudiera verlo. Habiendo terminado de comer, ambos se prepararon para salir de Vardomir esa misma noche. El pequeño se despidió de aquella humilde choza que lo albergó desde la muerte de sus padres, y tomando al príncipe de la mano, caminó hasta llegar a la salida del pueblo. 

—¿Es a Manwa a donde debemos ir? —cuestionó el niño —¿cómo subiremos hasta allá? No puedo volar. 

—No es fácil, yo aún no lo puedo hacer. 

—¿No es usted un guardián supremo? —cuestionó Beramir. 

A lo que Orestes respondió —Lo soy, pero no sé cómo hacerlo. 

—No importa, hallaremos el modo de llegar hasta allá —comentó el niño. 

Orión y Beramir se dispusieron a viajar esa misma noche hacia Manwa. El niño estaba tan emocionado que no podía disimular la sonrisa que iluminaba su rostro. Los lugareños veían a Beramir tomado de la mano del príncipe, guiándolo como un lazarillo experto. Orestes, por su parte, sintió que en ese instante había dado un salto de fe al confiarle tanta responsabilidad al huérfano que dirigía sus pasos. A pesar de ello, el príncipe no tenía intención de retractarse de su decisión y avanzaba al ritmo del soñador jovencito.

— ¡Muy bien! —exclamó Beramir —. A partir de ahora, mi príncipe, no hay marcha atrás. Enfrentaremos cualquier obstáculo y enemigo que se cruce en nuestro camino. Lucharemos incansablemente y nos adaptaremos a cualquier cosa que nos ayude a sobrevivir hasta llegar a nuestro destino. ¡Y no se preocupe! Conmigo estará a salvo.

—Admiro tu determinación, joven Beramir. —comentó Orestes mientras sujetaba la mano derecha del chico, depositando toda su confianza en él—. Pero aún tienes tiempo de decidir no ir. No estás obligado a hacer esto.

—La decisión ya está tomada, mi señor. Seré yo quien lo guíe hasta que usted pueda recobrar la vista. Pero antes, dígame a quién debemos buscar en Manwa en cuanto lleguemos allá.

—Vamos. por Tinia. 

Ambos viajeros llegaron a la entrada de la aldea, donde Beramir volvió la vista a su pueblo natal por última vez. Sabía que algún día regresaría, aunque no estaba seguro de cuándo. En silencio, el niño juró que volvería tan pronto como se convirtiera en un guardián para proteger a su pueblo. Con un leve suspiro, miró al príncipe y partieron rumbo a Manwa.

Al salir de la aldea, Beramir comenzó a sentir algo en su interior. Era la primera vez que el niño salía de su pequeño pueblo; finalmente, sus ojos estarían por contemplar los paisajes de Caenus, algo que siempre anhelaba con fervor. 

—Esto es hermoso, es una pena que no pueda admirar lo bella que está la noche, príncipe Orestes. Jamás había visto el cielo tan estrellado y a Manwa tan brillante—expresó Beramir con asombro. 

—¡Está bien! —dijo Orestes con un poco de tristeza —la he visto desde niño, tú solo describe el paisaje, por favor. 

Beramir describió aquel lugar silencioso, pacífico, dominado por la luz reflejada por Manwa. Había árboles de gran altura a ambos extremos del largo sendero que conectaba a Vardomir con el resto del mundo. 

Intempestivamente, una lechuza sobrevolaba el lugar. Aquel animal alertó al niño, quien sin pensarlo, avisó al príncipe. 




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