Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 10

A eso de la medianoche, Beramir le dijo al príncipe que debían parar y dormir un poco. Orestes aceptó y, con ayuda del niño, tomó asiento debajo de un frondoso árbol. Acto seguido, Beramir sacó una manta de color azul oscuro de su mochila y con eso, imrpovisó una tienda de campaña. Al terminar, se acercó a Orestes, lo guió hasta la tienda y entraron para resguardarse del frío de la noche. 

—Mañana rodearemos la selva negra. Decía mi padre que es peligroso cruzarla. —comentó Beramir —a él le gustaba explorar y me explicaba muchas cosas. Por cierto, ¿Qué causó la herida en su brazo? 

—Una flecha lanzada por Horana. 

Beramir no dijo nada, solo trataba de comprender por qué la hija de Nazario lanzó la flecha a Orestes. «Esto tiene que ser un error, ella fue quien salvó mi vida», pensó y luego preguntó —Lo noto muy cansado, mi señor. ¿Por qué no duerme un poco? 

Orestes se quitó su capa y se la dió al niño —lo haré si te cubres con esto.

—Gracias, es un honor —dijo Beramir con mucho asombro y felicidad.

Ambos viajeros durmieron profundamente. Al salir el primer rayo de Alnitak, Beramir despertó y le habló al príncipe que era hora de seguir. Cuando salieron de la tienda de campaña, el niño notó que había huellas de lechuza por todas partes. 

—Estuvieron aquí —dijo —los sabidios rodearon la tienda, pero solo veo rastros del ave. 

—Hay que irnos, debemos darnos prisa. —comentó Orestes. 

Beramir se dispuso a recoger la manta y le entregó la capa al príncipe. Luego, tomó a Orestes de la mano derecha nuevamente, y siguieron caminando hasta que por fin llegaron a los límites de la Selva Negra. Al ver los primeros árboles, el niño le advirtió al príncipe que habían llegado a aquel peligroso lugar. De pronto, algo llamó la atención del príncipe. 

—Beramis, ¿Qué cosa causó ese ruido? 

El niño escuchó con atención. Alguien se acercaba a paso lento, entonces, Beramir volteó y tomó una daga adoptando posición de ataque. 

—¿Quién anda ahí? ¡Salga de su escondite, ahora! —habló con firmeza. 

Una mujer salió de su escondite detrás de un árbol. Aquella capa blanca con bordes dorados le era familiar al chico. 

—¿Horana? —preguntó Beramir alarmando sobremanera a Orestes. 

—¿Qué hace ella aquí? —cuestionó el príncipe muy asustado —¡Que se vaya! Es de ella el ave que nos espiaba. 

—Mi señor, perdóneme por el accidente de ese día. Mi hermano me dijo que el príncipe era una bestia. —dijo la mujer a punto de romper en llanto. Al ver el rostro del príncipe, preguntó —¿Qué le pasó? 

Beramir interino diciendo —cayó sobre un arbusto repleto de espinas, lastimando sus ojos, perdió la visión. 

Horana, quebrada por el llanto, se echó en el sueño y pidió perdón. A pesar de que su hermano era el responsable, ella sentía todo el peso de la culpa sobre su espalda. La mujer seguía inclinada ante Orestes y le suplicaba que la dejara ir con él. Beramir, a pesar de su corta edad, notó el genuino arrepentimiento de Horana y susurró al oído del príncipe quien yacía tendido en el suelo. 

—Creo que la mujer dice la verdad. 

—No creo nada, ¡Nada! —habló el nómada —¡Dile que se vaya! 

—Mi señor, por favor —suplicaba Horana —déjeme ayudarlo en su viaje. No quiero quedarme en el palacio de mi padre.  Tuve que huir, mi hermano es un mal hombre. 

—Intercedo por ella. —intervino Beramir una vez más —A Horana le debo la vida, ella me salvó de morir en manos de “El terrible”. Mi príncipe, si me lo permite, le sugiero que la deje acompañarnos, pero si intenta atacar, yo la liquidará sin piedad olvidando mi deuda con ella. 

Orestes aceptó depositando toda su confianza en el lazarillo. 

Mientras tanto, en Mapelion, los viajeros esperaban por el príncipe. Al ver que este ya estaba tardando en llegar a la aldea, comenzaron a sentir algo de preocupación. Los tres hombres suponían escenarios que iban desde un troll en medio del camino hasta el mismo Ermor “El terrible” atacándolo en pleno viaje. 

—No hagamos suposiciones tontas, Orestes es un guerrero fuerte y pronto llegará —manifestó Batbayar —vamos por Astrid y démosle el mensaje. 

Los hombres siguieron caminando por las estrechas calles arenosas, mezclados entre los pequeños puestos de los vendedores ambulantes y los artesanos ubicados a cada extremo del camino. 

—¿Cómo creen que sea Astrid? —cuestionó Gael —Orestes jamás la describió. 

—¡Sencillo! Es hija de un herrero —dijo Akira —no puede haber muchos herreros en Mapelion y menos con hijas que lleven el mismo nombre. 

—Tiene sentido —respondieron Gael y Batbayar al unísono. 

—Entonces preguntemos por Astrid la hija del herrero y que los mapelianos nos digan en dónde encontrarla.

Pasados varios minutos,viajeros llegaron a un pequeño kiosko de vasijas y preguntaron por Astrid, la hija de herrero. La mujer que vendía en el lugar, les indicó en dónde buscarla. 

—¿Ven alguna colina? —señaló la mujer de aproximados sesenta años. 




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