Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 18

—Dígame, ¿qué lo trae a la aldea? —cuestionó Dalila emocionada por la presencia del hijo de las estrellas en el lugar. 

—Sigo con mi viaje de autodescubrimiento, pero se ha convertido en una cadena de obstáculos últimamente. —manifestó Orestes —ha sido como una bola de nieve que ha ido creciendo con el tiempo. Estuve ciego varios días, viajé en medio de la Selva Negra, subí a Manwa, luché en el Valle de la Muerte… Pero gracias a miel lazarillo Beramir, pude sobrevivir. Este valiente niño fue mis ojos cuando yo no pude ver. 

Dalila se acercó a Beramir y acarició su cabeza. Miró al niño con ternura, le sonrió y luego musitó:

—Tienes valor, si sigues así, serás un excelente guardián. —luego se dirigió a Orestes diciendo —la visita del hijo de las estrellas se debe al entrenamiento, ¿no es verdad? 

Orestes asintió y comentó —eso, además de querer venir por unos días para conocer. 

Pasadas las horas, Beramir le pidió al príncipe iniciar su entrenamiento. A pesar de las horas de viaje, los nómadas no estaban agotados, por eso Orestes y el niño salieron a la pradera mientras el resto del grupo se sentó bajo un enorme árbol de almendros que atraía a los viajeros por lo frondoso que era. Desde allí, fueron espectadores de la coreografía de Orestes entrenando a su aprendiz. 

A unos quince metros, el hijo de las estrellas y el pequeño Beramir seguían entrenando. Frente a frente, a un metro de distancia entre ellos, se miraban fijamente. Orestes observaba a detalle la expresión del niño, quien con el ceño fruncido y la boca empuñada, veía a los ojos del nómada. 

—¿Estás nervioso? —cuestionó el príncipe.  

—Ansioso, tal vez —respondió Beramir demostrando seguridad. 

—Pues entonces sigamos —demandó el hijo de las estrellas blandiendo su espada —más vale que uses todas tus fuerzas, niño. 

—¡Lo haré! —exclamó Beramir levantando la espada con fuerza —aunque es muy pesada.

—¡En guardia! 

Habiendo gritado Orestes, Beramir reaccionó como reflejo al primer ataque del príncipe. EL aprendiz del hijo de las estrellas sentía un poco de nervios pese a negarlo minutos atrás. 

Mientras tanto, los viajeros que veían aquel entrenamiento, admiraban al niño por su habilidad.

—Para ser inexperto, ese niño tiene mucho talento —expresó Akira. 

—Él protegió a Orestes de los esqueletos andantes de la selva negra. quedé muy asombrada al verlo enfrentar aquella cosa. Sin duda, Beramir tiene un buen futuro como guardián. Espero saber que estará en el campo sagrado junto al palacio de Caenus. —manifestó Horana. 

—Si continúa así, podrá estar en ese campo mucho antes de lo que podríamos imaginar. —intervino Gael —es un niño de alma pura, tal cual Orestes cuando era infante. 

Mientras los viajeros hablaban del potencial de Beramir, Orestes y el aprendiz seguían con el entrenamiento. Orestes le daba consejos al niño sobre no mostrar miedo o piedad ante sus adversarios, hacer siempre el bien y jamás seguir conductas que puedan hacer de él un guardián oscuro o corrupto.Luego de treinta minutos, el hijo de las estrellas le dijo a Beramir que era tiempo de tomar un descanso. 

Ambos caminaron hacia el árbol en donde los viajeros reposaban. Allí, Dalila,  había llevado un canasto lleno de frutos y cereales para compartir con todos. Todo aquello iba acompañado de agua y zumo de uva. 

El viento en aquella pacífica pradera les brindaba sensación de tranquilidad. Para disfrutar de la suave brisa, Orestes se quitó la capa  dejando su cabellera a merced del viento. Por un momento cerró los ojos y vio a su ya fallecido tío Plerión. El príncipe tenía la posibilidad de hacer viajes astrales por un don otorgado del mismo Orión. En ese momento veía a su tío vestido completamente de blanco, con una larga barba blanca y sus ojos azules brillaban sobremanera. 

Allí escuchó a su tío decirle que se sentía muy orgulloso de lo que estaba haciendo por Beramir. Mientras tanto, sus compañeros lo veían en un estado de relajación. Por advertencia de Gael, no lo llamaron ni hablaron fuerte, pues él sabía de los viajes astrales de Orestes y que era peligroso despertarlo.

Cinco minutos después, el hijo de las estrellas despertó abriendo sus ojos con suavidad. 

—Lo ví, hablé con él. —musitó. 

—¿A quién? —cuestionó Batbayar.

—A mi tío Plerión, mi maestro —contestó el príncipe con nostalgia. 

Luego de aquellas palabras, el silencio predominaba en el lugar. Los ojos de Orestes se llenaron de lágrimas y un nudo en la garganta le impedía hablar. Para todos allí era extraño verlo de ese modo, a excepción de Gael, que sabía lo mucho que Orestes quería, admiraba y respetaba a su mentor, pues él también fue aprendiz de Plerión. Por ello, el guerrero de Evamir también quebró en llanto mientras veía a Orestes tan triste por su tío. 

—Para todos es muy triste la partida del maestro, era un guardián inigualable. —dijo Fang intentando consolarlos —desearía que estuviera aquí. 

—Supe que el responsable de la muerte del gran Plerión murió a manos de un gigante —pronunció Dalila. 

—Ese gigante fue Orestes bajo el poder de Orión. Sin darse cuenta vengó la muerte de su tío —habló Gael. 




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