Horas más tarde, Alnitak comenzaba a ocultarse dando paso a Manwa para reinar en el cielo aquella noche estrellada. Alrededor de una fogata, los viajeros le contaban a Dalila lo vivido en el Valle de la Muerte. Deyanira también escuchaba con atención cada detalle, pues creía que ser guardián era algo interesante.
Beramir estaba un poco apartado del grupo, pues adoraba ver las estrellas. Creía que en algún lugar del cielo estaban sus padres viendo con mucho orgullo a su hijo ser un aprendiz del príncipe Orestes en persona.
—¿Por qué estás solo? —preguntó la niña mientras se acercaba —¿Estás triste?
—Me gusta ver el cielo —musitó Beramir — Y tú, ¿estás bien?
—Sí —Deyanira se acercó un poco más —escuché que me llevarán a un lugar muy lejano. ¿Creocia?
—Treocia —corrigió el niño —donde viven la mayoría de los guardianes. Debe ser grandioso que serás una de ellos.
—¿Eres aprendiz del príncipe, verdad?
Beramir asintió y luego añadió —y aspiro a ser guardián. —guardó silencio y pronunció después —vamos a comer, nos espera un largo viaje.
Beramir y Deyanira regresaron con el resto. En ese momento, el hijo de las estrellas comentó que permanecerían una semana más para seguir entrenando a su aprendiz y a su vez para preparar a la niña.
Mientras tanto, desde la distancia, Assane tenía una fuerte discusión con su hermana; la gran Tinia. La hechicera no toleraba que su hermana fuera cómplice de las atrocidades de Constantin y del resto, por lo que fue desterrada del palacio de Manwa.
—Ningún ser que le haga daño a Caenus es digno de pisar este lugar —habló Tinia con firmeza —Vete y jamás regreses.
Las puertas del palacio se cerraron en frente de Assane, quien dio media vuelta y descendió hasta la selva negra en donde Constatin y Evamir la esperaban. De allí, partieron hasta la Grieta de Basber, la cual funciona como entrada al palacio subterráneo de Ermor y su hermano. Desde allí, gobernaban la maldad.
Mientras en el palacio de Manwa, Tinia lloraba desconsolada, En Basber Assane planeaba matar a Orestes.
—Necesito a alguien capaz de averiguar cuál será el próximo destino del príncipe y me lo haga saber. —habló Assane mientras sujetaba a un escorpión negro.
—¿Para qué quieres saber eso? —cuestionó Evamir —es irrelevante.
—Ahora mismo están en Valle Centurión —intervino Eraner —puedo localizar a Horana sin que ella lo note.
—¡Perfecto! —exclamó Assane.
Ambos soltaron una fuerte carcajada, tan siniestra que hasta Evamir y su hermano Ermor sintieron temor. Luego de reír durante casi un minuto, el silencio volvió a reinar en aquel recóndito lugar. Fue entonces que Eraner propuso ir hasta Valle Centurión, pues tanto él como Assane tenían interés en matar a Orestes.
—Entiendo que mi madre quiera asesinar al hijo de las estrellas, es una fuente infinita de poder que podemos usar a nuestra conveniencia —intervino Constantin —pero ¿tú por qué? Si podemos saber.
—También quiero algo de su poder, pero hay más —habló el sabidio con desdén empuñando sus manos y respirando profundo —Horana, mi hermana menor fue tras él y eso no me agrada.
Constantin frunció el ceño y sin vacilar le preguntó algo que dejó a todos tan estupefactos al interior de aquel salón.
—¿Acaso estás enamorado de tu propia hermana?
Eraner inclinó la cabeza y guardó silencio de tal modo que confirmó su respuesta.
—¡Qué maldito asco! —exclamó Constantin con desagrado —cuanto hastío siento justo en este instante. No niego que Horana es muy hermosa, pero es tu hermana, sangre de tu sangre, ¡Maldito enfermo!
—¡Constantin, cálmate! —habló Evamir.
—¿Cómo quieres que me calme? No puedo trabajar junto a alguien así de aberrante. Me repugna saber que hay un incestuoso aquí, aspi que desde ahora haré mis cosas solo. Al fin y al cabo me importa un comino el poder de Orestes, lo que a mí de verdad me importa está en Treocia.
El joven salió del palacio y restando importancia a las criaturas de la selva negra, caminó hasta hallar la salida hacia el abismo, saltó al vacío y al llegar a la mitad de este, quedó inconsciente. Al despertar, se hallaba en la entrada del palacio de Manwa en donde llamó a su tía para pedirle un favor.
Tinia aún sentía algo de confianza en él, así que, le permitió pasar solo hasta el jardín delantero el cual era adornado por una hermosa fuente de la diosa Artemisa. Contemplando aquella obra de arte, Constantin consideró si de verdad estaba yendo por el camino correcto.
Muy lejos de allí, en el Valle Centurión, los nómadas comían carne alrededor de una fogata. Hatysa aún seguía con ellos y les hablaba de la guerra entre guardianes oscuros y de un encuentro como el del Valle de la muerte. La princesa les mostraba el futuro aunque omitía algunos detalles, por lo que Orestes le reclamó.
—No estás mostrando todo, Hatysa. ¿Por qué? Debemos saber qué pasará.
A lo que la vidente respondió —Hay cosas que ustedes deben encarar, no es mi deber mostrarles todo de una vez. Si lo hago, cambiaría el curso de muchas cosas, por ejemplo, tu vida amorosa.