Eraner se enteró de que Horana había destruido el medallón y una ola de furia y desesperación lo envolvió. Sentado en su habitación, con las manos temblorosas y los ojos inyectados de ira, apretaba con firmeza aquel transmisor sin señal. El medallón había sido su herramienta más valiosa para mantener a su hermana bajo su control y asegurarse de que no traicionara sus planes.
Se levantó de su asiento y comenzó a pasear de un lado a otro, tratando de pensar en un nuevo plan. Sin el medallón, su capacidad para rastrear a Horana y anticipar sus movimientos se desvanecía. Era como si una sombra de incertidumbre cayera sobre él. Sabía que su hermana tenía información crucial que podría arruinar todos sus esfuerzos, y sin el medallón, ella era libre de unirse a Orestes y sus aliados.
Eraner golpeó con furia la mesa cercana, haciendo volar pergaminos y objetos pequeños por el aire. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero la sensación de pérdida y traición era demasiado intensa. Horana siempre había sido un peón en su juego, una pieza esencial para sus intrigas. Ahora, sin su conexión constante, se sentía vulnerable.
Su mente comenzó a tramar nuevas estrategias. Necesitaba encontrar otra forma de localizar a Horana, quizás mediante espías o utilizando otros métodos mágicos. No podía permitirse perder el control ahora, no cuando estaba tan cerca de alcanzar sus objetivos, o eso creía él.
Mientras la noche avanzaba, Eraner se sentó de nuevo, esta vez con una resolución fría y calculadora. Horana podría haber destruido el medallón, pero no destruiría su voluntad. Él encontraría una manera de retomar el control y asegurarse de que su hermana no pudiera escapar de su influencia por mucho tiempo.
La vela en su escritorio parpadeaba, lanzando sombras inquietantes en las paredes. Eraner, decidido a recuperar el control, comenzó a escribir cartas a sus contactos, iniciando un nuevo y más oscuro capítulo en su juego de poder y manipulación.
—¿Cómo sabré en dónde están? ¡Maldita sea!
Eraner, cegado por la ira, regresó a Sabidia en donde se encerró en su habitación. Estaba desesperado por saber el siguiente paradero de su hermana o de Orestes para dar aviso a los oscuros y así continuar el plan.
Había pasado ya un día, cuando Orestes y sus amigos iban camino a su siguiente destino; La aldea de Gomalia, situada en el extremo norte de Caenus. Era un enclave remoto y pintoresco, donde las condiciones climáticas extremas dictaban el ritmo de vida. Similar a las tierras esquimales, Gomalia se extendía a lo largo de una vasta tundra blanca, con casas de hielo y nieve conocidas como iglús, formando un anillo protector alrededor del corazón de la aldea.
Allí habitaba Anik, un cazador y guardián de clase media que protegía el lugar. Aquel hombre de apariencia robusta, ignoraba la pronta llegada del príncipe Orestes quien, ya se aproximaba al Mar de Thelma para bautizarse como lo han hecho los guardianes supremos desde tiempos remotos.
El viaje hasta Gomalia fue arduo y desafiante. El frío intenso y los vientos cortantes dificultaban el avance del grupo. La nieve crujía bajo sus pies y el paisaje blanco se extendía hasta donde alcanzaba la vista, creando una sensación de desolación y belleza al mismo tiempo.
Finalmente, la silueta de la aldea de Gomalia apareció en el horizonte. Los iglús, con sus formas redondeadas y robustas, se erguían como guardianes en medio de la tundra. Los habitantes, cubiertos con gruesas pieles de animales, salieron de sus hogares para recibir a los visitantes, sus rostros reflejando una mezcla de curiosidad y hospitalidad.
—Estamos buscando a Anik, ¿alguien lo ha visto? —cuestionó Horana —díganle que por favor venga, el príncipe Orestes necesita de su ayuda.
Anik, el cazador y guardián, apareció entre la multitud y se acercó con cautela al grupo. Sus ojos evaluaron a cada uno de los viajeros antes de detenerse en Orestes. Sin palabras, entendió la importancia de su visita. Con un gesto de bienvenida, Anik invitó a los recién llegados a su iglú, donde un fuego cálido los aguardaba.
—Bienvenidos a Gomalia —dijo Anik, con voz profunda, resonando en el pequeño espacio—. ¿Qué os trae a este rincón de nuestro pequeño mundo?
Orestes, agradecido por la acogida, explicó la urgencia de su misión y la necesidad de llegar al Mar de Thelma para realizar el bautismo sagrado.
—El Mar de Thelma es un lugar de gran poder y misterio —respondió Anik, asintiendo con gravedad—. Solo aquellos con un corazón puro y una misión noble pueden recibir su bendición. Muchos han intentado, pero pocos han regresado.
—Sé que es peligroso, pero quiero hacerlo. Ese es uno de los motivos porque decidí emprender este viaje. —manifestó el hijo de las estrellas.
—En ese caso, partiremos mañana temprano. —sugirió Anik y llevando su fría mirada hacia los niños, cuestionó —¿Ellos también irán? Creo que son muy pequeños para este viaje. El niño tal vez resista, pero la pequeña no soportará.
—Son niños bastante fuertes y son guardianes en potencia. —habló Fang —este viaje puede servirles como entrenamiento.
Anik entendió y no dijo más nada al respecto, solo asintió aceptando que los niños fueran al Mar de Thelma para presenciar el bautismo de Orestes.
Las horas corrieron, el día pasó con rapidez y Manwa se asomaba con calma sobre el firmamento nocturno. Orestes y sus compañeros pasaron la noche en el iglú de Anik, recuperándose del arduo viaje. El cazador les proporcionó abrigo y comida caliente, y al calor del fuego compartieron historias y conocimientos sobre las tradiciones de Gomalia y el Mar de Thelma.