Orión: la leyenda Orestes, príncipe de Caenus

Capítulo 23

Hacia el sur, bañada por las costas del mar de Thelma, se encontraba la aldea de Nilenuy. Su vibrante cultura y estilo de vida evocaban la riqueza y el encanto de las culturas latinas de la Tierra, haciendo de este lugar un destino fascinante y lleno de vida. Allí, habitaba Gabriela, una joven campesina quien recibía entrenamiento al poseer dones de guardián.

Gabriela era una joven campesina que, desde muy pequeña, había demostrado tener dones especiales, lo que la distinguía de los demás en su aldea. Con cabellera rizada y castaña, que caía en cascada hasta sus hombros, y ojos verdes que parecían contener la esencia misma de la naturaleza, su presencia irradiaba una energía vibrante y serena a la vez.

De complexión atlética y con una agilidad natural, Gabriela era capaz de moverse con una gracia y rapidez sorprendentes. Pasaba horas practicando en los campos, perfeccionando su dominio sobre la tierra y las plantas, sus dones más notables. Podía hacer brotar flores con un toque y manipular las raíces para crear barreras defensivas, habilidades que aprendía a usar tanto para la protección como para el combate.

A pesar de sus poderes, Gabriela mantenía una humildad innata y un profundo amor por su comunidad. Se levantaba al amanecer para ayudar en las labores del campo y cuidaba a su familia con devoción. Su corazón generoso y su espíritu valiente la convirtieron en una figura querida y respetada en la aldea.

Durante las noches, Gabriela practicaba meditación y estudiaba los antiguos textos de los guardianes, buscando entender y perfeccionar sus habilidades. Sabía que su camino como guardiana no sería fácil, pero estaba decidida a proteger a su pueblo y a la naturaleza que tanto amaba.

Una soleada mañana, Alnitak estaba empezando a ascender en el horizonte cuando Orestes y su grupo se acercaron a los límites de la aldea de Nilenuy. La brisa marina traía consigo un aire salado y fresco que contrastaba con el calor del día. Los campos cercanos estaban llenos de cultivos vibrantes y, entre ellos, se distinguía una figura ágil y enérgica trabajando con destreza.

Gabriela, estaba absorta en sus tareas cuando sintió la presencia de los recién llegados. Alzando la vista, vio a un grupo de viajeros, destacando entre ellos un hombre de porte noble y mirada decidida, aunque marcada por la fatiga del viaje. Era Orestes.

—¡Bienvenidos a Nilenuy! —exclamó Gabriela, dejando a un lado sus herramientas y acercándose con una sonrisa cálida y amistosa.

Orestes, impresionado por la energía y el aura que emanaba la joven, inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto.

—Gracias por recibirnos —respondió él—. Soy Orestes, y estos son mis compañeros. Venimos en busca de descanso y quizás, si es posible, de orientación.

Gabriela asintió, sus ojos verdes brillando con curiosidad y comprensión.

—Ya sé que eres tú, príncipe Orestes. Soy Gabriela. Este es un lugar de paz y hospitalidad, y haremos todo lo posible para que se sientan como en casa. —Su voz era suave pero firme, y había una fuerza tranquila en su presencia que no pasó desapercibida para el príncipe.

Mientras Gabriela guiaba al grupo hacia el corazón de la aldea, comenzaron a hablar sobre sus respectivos viajes y experiencias. Orestes se sintió intrigado por las habilidades de Gabriela y su dedicación como aprendiz de guardiana. Gabriela, por su parte, escuchaba con atención las historias de Orestes, impresionada por sus hazañas y su determinación.

—He escuchado sobre tus dones, Gabriela —dijo Orestes mientras caminaban—. Es raro encontrar a alguien tan joven y talentosa. Tu conexión con la naturaleza es notable.

Gabriela sonrió modestamente y respondió, —Gracias, mi señor. Mis dones son un regalo, y me esfuerzo por usarlos para el bien de mi comunidad. Pero aún tengo mucho que aprender.

Orestes asintió. —El camino del guardián es uno de constante aprendizaje. Estoy seguro de que, con tu dedicación y espíritu, llegarás lejos.

Gabriela sintió una oleada de orgullo y gratitud ante las palabras del príncipe. Para ella, el encuentro con Orestes no solo era una oportunidad para aprender, sino también para demostrar su valía y fortalecer su determinación de proteger a su gente.

Las horas corrieron y mientras la noche caía sobre Nilenuy, Gabriela y los demás compartieron historias y conocimientos, forjando un lazo de respeto y camaradería. Era el comienzo de una alianza que, sin duda, llevaría a ambos a nuevos desafíos y descubrimientos en sus respectivos caminos.

Bajo la luz tenue de las lámparas de aceite, la pequeña cabaña donde Gabriela recibía a los viajeros se llenó de un ambiente de expectación y curiosidad. Los viajeros se acomodaron en un círculo alrededor de Gabriela, quien había dispuesto varios pergaminos y libros antiguos sobre una mesa de madera rústica.

Gabriela se levantó y tomó uno de los textos sagrados, desenrollándolo con cuidado. Su rostro reflejaba una mezcla de orgullo y reverencia mientras miraba a sus invitados aquella pacífica noche.

—Estos son los textos sagrados de nuestra aldea —comenzó Gabriela, su voz suave pero llena de autoridad—. En ellos se encuentran los conocimientos y sabidurías que han sido transmitidos a lo largo de generaciones. Nos enseñan no solo sobre nuestros poderes como guardianes, sino también sobre nuestra conexión con la naturaleza y el equilibrio que debemos mantener.




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