En las tierras de Caenus, un oscuro presagio se cernía sobre el reino. Las señales de la era oscura comenzaron a manifestarse de manera alarmante. Lo que antes eran cielos despejados y tierras prósperas, ahora se tornaban grisáceos y agobiantes, como si el mismo aire estuviera cargado de una ominosa presencia.
La primera señal del desmoronamiento de la estabilidad fue el inquietante silencio que envolvía las aldeas. Los ecos de la vida diaria, como el bullicio del mercado o las risas de los niños, fueron reemplazados por un silencio pesado, interrumpido solo por los ocasionales lamentos de los vientos fríos que barrían las calles. Las sombras parecían alargarse más de lo normal, envolviendo el paisaje en una penumbra casi palpable.
Los guardianes, normalmente protectores infalibles, comenzaron a sentir el peso de una fuerza oscura que socavaba su poder. Los hechizos de protección y las barreras mágicas que una vez habían mantenido a raya las fuerzas malignas ahora parecían debilitarse. Las criaturas de la oscuridad, que habían permanecido ocultas en las profundidades del bosque y las cuevas, comenzaron a emerger, perturbando la paz y sembrando el caos.
En el palacio de Caenus, los rumores sobre la era oscura se convirtieron en hechos evidentes. Las paredes del palacio, que antes brillaban con la luz de Alnitak, ahora estaban envueltas en un aura sombría. Los colores vibrantes de los tapices y decoraciones se desvanecían lentamente, reemplazados por tonos opacos y lúgubres. Los guardianes que permanecían en el palacio, incluyendo a Beramir, estaban en constante alerta, luchando por mantener el control mientras las fuerzas oscuras intentaban infiltrarse.
Los habitantes de Caenus, aterrorizados por las manifestaciones de la era oscura, se refugiaron en sus hogares, cerrando puertas y ventanas mientras los vientos gélidos arrastraban consigo una sensación de desesperanza. Las noticias de la llegada de Orestes y Horana a la Selva Negra y el caos que se desataba en el reino se extendieron rápidamente, llenando a todos con un creciente sentido de urgencia.
Orestes y Horana apenas habían regresado de Treocia, llegando justo a tiempo para ser testigos del impacto directo de la era oscura. El suelo que antes estaba cubierto de un vibrante verde ahora se tornaba gris y marchito. Los árboles, que solían ser símbolos de vida y fortaleza, parecían retorcerse y doblarse bajo el peso de la corrupción. Las criaturas del bosque, antes confiables y familiares, ahora se movían de manera errática, sus ojos brillando con una malignidad inusual. Razón por la que Tora, huyó hacia el palacio de Caenus en busca de refugio, pues su vida corría peligro si seguía al interior del bosque al pie del Monte Torriden.
La confrontación con las fuerzas oscuras no tardó en comenzar. Orestes y Horana se encontraron luchando contra seres que parecían surgir de las mismas pesadillas. Las batallas eran intensas, y cada victoria venía acompañada de la sensación de que la era oscura era una fuerza más grande y más implacable de lo que habían anticipado. El aire se llenaba con un retumbar ominoso, como si el propio Caenus estuviera clamando por ayuda mientras la oscuridad avanzaba implacable.
En medio del caos, el destino de Caenus pendía de un hilo. Cada acción tomada por Orestes, Horana y sus aliados estaba cargada de una urgencia desesperada. Sabían que cada momento que pasaban luchando y resistiendo era crucial para contrarrestar el avance de la era oscura y encontrar una manera de restaurar la luz y el equilibrio en su mundo.
En cada aldea de Caenus, el despertar de la era oscura trajo consigo un desafío sin precedentes. Los guardianes y guerreros más valientes se prepararon para enfrentar a los oscuros con una determinación inquebrantable. El paisaje, que antes estaba lleno de vida y color, se había transformado en un campo de batalla sombrío y desolado.
En las aldeas más alejadas, los guardianes, que habían pasado años entrenando para proteger sus hogares, se encontraron luchando contra oleadas de criaturas oscuras que emergían de las sombras. Las paredes de las aldeas, construidas para resistir los embates del clima y los ataques menores, se vieron insuficientes ante la magnitud de la invasión. Cada aldea se convirtió en un bastión de resistencia, con sus habitantes uniendo fuerzas para combatir la amenaza que se cernía sobre ellos.
La lucha contra los oscuros unió a los habitantes de Caenus en una causa común. Aunque cada aldea enfrentaba sus propios desafíos y sus propias batallas, la determinación y el coraje de sus guardianes y guerreros creaban una red de resistencia que se extendía por todo el reino. En cada rincón de Caenus, la era oscura desataba su furia, pero la valentía de sus defensores ofrecía una chispa de esperanza en medio de la desesperación.
Evamir, Ermor y Assane observaban con satisfacción cómo la era oscura se desplegaba sobre Caenus. Contemplaban aquel remoto mundo sumido en caos y desolación, disfrutando de la manifestación del plan de Eraner meticulosamente elaborado. Las llamas de la destrucción iluminaban el horizonte, reflejando en sus miradas un brillo de triunfo y crueldad.
Cada grito de desesperación, cada pueblo en ruinas, era una melodía de victoria para ellos. El poder que habían buscado durante tanto tiempo finalmente se desplegaba, y con cada día que pasaba, la influencia de la oscuridad se hacía más profunda. La ruina de los guardianes y la caída de Caenus eran, para ellos, el cumplimiento de una ambición personal, una venganza por años de descontento y rivalidad. Ver a los guardianes luchar en vano contra el manto oscuro que él había ayudado a desatar era una confirmación de su poder. Pronto, irían por la esencia de Orión, asesinando a Orestes para obener el poder absoluto y reinar en el caos y la maldad.