Mientras Horana contemplaba el lugar donde su hermano yacía derrotado, sintió una mezcla de alivio y tristeza. La batalla había sido dura, pero la muerte de Eraner era un paso necesario para la liberación de Caenus de la era oscura. Aún así, el peso de la decisión descansaba pesadamente sobre sus hombros, y una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla.
A su vez, todos los presentes veían con pavidez los restos aplastados del sabidio. Algunos, vomitaron al no resistir tan horrible escena, otros, veían con morbo como había quedado el autor de la actual era oscura.
Orión fue debilitándose hasta caer dormido a varios metros, regresando lentamente a su estado normal. La batalla seguía, y varios guardianes treocianos iban tras los oscuros que habían logrado escapar.
Habiendo despertado Orestes, se acercó a Horana y, la sabidia volvió su atención hacia él, quien estaba de pie a su lado, mirando con asco y horror lo que quedaba de lo que alguna vez fue el hermano de la guerrera de cabellera blanca.
—Lo logramos — dijo Orestes, colocando una mano sobre el hombro de Horana.
—Pero aún no hemos terminado. —respondió la mujer advirtiendo que Assane, Evamir y Ermor escaparon con rumbo desconocido.
De pronto, Betelgeuse regresó y reveló hacia dónde habían ido los fugitivos. —¡Están en planeta Tierra!
—Dione, vamos a Treocia, creo que sé cómo podemos acabar con esto —habló Sylvain y ambos partieron hacia su mundo.
Algo que no esperaban era encontrar al padre de Constantin causando estragos en el palacio de Treocia, lo cual enervó sobremanera a Sylvain y este comenzó a luchar contra él.
Constantin intentó intervenir, pero los abuelos de Dione lo tomaron y al ver que el caos ahora se apoderaba de Treocia también. Assane en realidad no estaba en la tierra y usó un hechizo para confundir a los guardianes que la seguían. Al ser Treocia un planeta más pequeño, Assane tomó el poder y varios guardianes rebeldes iniciaron su lucha para sacarla de allí.
Una de las guardianas rebeldes que lideraba Dafne, madre de Metone. Dafne debía ser resguardada, pues era una guardiana diferente; no era de clase media, pero tampoco era suprema. Fue entonces que Sylvain y Dione decidieron llevarla a la Tierra, más específicamente a la capital Francesa, ocultándose entre los muros de la catedral de Notre Dame.
Corría para ese entonces el año 1518 en la Tierra, cuando Caenus estaba sumida en la era oscura y Treocia era dominada por el poder Assane. Mientras tanto, una guerra entre guardianes supremos y oscuros se desataba entre los cielos de aquellos mundos.
Treocia estaba al borde de la desesperación, Caenus entró en un caos total, sumergiendo a sus habitantes en la pobreza durante mucho tiempo. Los guardianes Sylvain y Dione estaban en su lucha en la Tierra, mientras siendo Dione asesinada sobre el techo de Notre Dame una noche lluviosa de París, pero Hatysa sabía al pie de la letra la profecía del monje Mabayar, ancestro de Batbayar y Valyra.
Dalno el castigador, asesinó a Constantin en la Tierra, y el espíritu del joven quedó deambulando hasta su hora de reencarnar, que para suerte de muchos y desgracias, coincidió con el año en el Dione regresó a la vida.
Luego de la muerte de Constantin, su padre, Evamir, también padeció ante las manos de Geovelian, el emisario de la muerte. Después de ello, nadie supo de los hermanos Ulande, pero había rumores de que estaban ocultos en un planeta en la galaxia del triángulo, cuyo nombre era desconocido para los habitantes de Treocia o Caenus.
Orión y Saturno tomaron fuerzas y recuperaron su poder haciendo que los guardianes portadores de su esencia recuperaran sus vidas y restauraran la paz en sus mundos. Después de la batalla, el pueblo de Caenus salió de sus refugios, sus corazones llenos de gratitud y admiración por sus salvadores. La tierra, una vez más, podía respirar libremente, y las cicatrices del pasado comenzarían a sanar con el tiempo.
En Treocia, los guardianes se reunieron para celebrar su victoria y honrar a aquellos que habían caído en la lucha por la libertad. El palacio vibraba con música y risas, una celebración que resonaba con la promesa de un futuro brillante. No sentían tristeza ni temor por Dione, pues sabían que pronto regresaría pues confiaban ciegamente en la profecía del monje.
Por otro lado, en Caenus, Orestes tenía un asunto personal que deseaba abordar y decidió que el momento había llegado. Luego de una larga conversación con su hermana, el hijo de las estrellas reunía el valor para hablar de sus sentimientos por la sabidia, cosa que siempre trató de ocultar debido a todos los problemas que habían enfrentado.
—Horana, — comenzó Orestes, rompiendo el silencio con una voz que llevaba consigo una mezcla de nerviosismo y sinceridad. —Hay algo que llevo tiempo queriendo decirte, algo que siento desde hace mucho. —respiró profundo —hemos pasado por tanto juntos. Desde el principio, has sido una compañera confiable, a pesar de que no solía creer mucho en ti por causa de tu hermano. Nos hicimos buenos amigos y evolucionamos como guardianes. Pero hay algo más que necesito decirte, algo que va más allá de la gratitud y la amistad.
Horana lo miró, sus ojos reflejaban curiosidad y calidez, esa misma mirada que había visto en innumerables ocasiones cuando compartían risas y peligros.
—Horana, me he dado cuenta de que no solo te valoro como amiga y aliada. Te amo. Te amo más de lo que he amado a nadie en mi vida —dijo el hijo de las estrellas tomando las manos de Horana, entrelazando sus dedos con los de ella, y en ese momento, el mundo pareció detenerse.