En una mañana radiante, cuando Alnitakl apenas asomaba en el horizonte, los aldeanos se reunieron en la gran plaza del Palacio de Caenus, el corazón de su civilización. Las banderas ondeaban con el viento, y un silencio reverente se apoderó de la multitud mientras esperaban el evento que cambiaría el destino de uno de los suyos.
Regresando luego de su bautismo en el Mar de Thelma, Beramir, ahora convertido en un hombre fuerte y sabio, avanzaba hacia el centro de la plaza. Su porte era elegante, y sus ojos reflejaban la determinación y el coraje que había demostrado a lo largo de los años. Vestía la armadura ceremonial de los guardianes, una armadura que brillaba bajo la luz del sol, y que simbolizaba la responsabilidad que estaba a punto de asumir.
El Príncipe Orestes, ahora un líder respetado y querido, se acercó a Beramir, con una sonrisa de orgullo y aprecio. A su lado, Horana y otros guardianes supremos observaban con admiración.
—Beramir,— comenzó Orestes, su voz resonando con autoridad y calidez. —Hoy, reconocemos no solo a un guerrero valiente, sino a un alma noble que ha demostrado su valía en más de una ocasión. Has demostrado tener la sabiduría de un líder y el corazón de un protector.
Beramir inclinó la cabeza en señal de respeto, consciente de la magnitud del honor que estaba a punto de recibir.
—Mi lazarillo, mi aprendiz, a quien he querido como a un hijo, Es un privilegio para mí nombrarte Guardián de Caenus,— continuó Orestes, alzando una espada ceremonial, la misma que había sido utilizada en tiempos ancestrales para estos momentos solemnes. —Con este título, juras proteger a nuestro pueblo, guiarlos en tiempos de necesidad, y luchar por la paz y la justicia.
Beramir, con una expresión de emoción contenida, se arrodilló ante Orestes, permitiendo que la espada tocara sus hombros en señal de bendición.
—Juro cumplir mi deber, —declaró Beramir con voz firme, —proteger a los inocentes, honrar a los antiguos y luchar por un mundo en paz.
La multitud estalló en aplausos, una ola de júbilo que se extendió por toda la plaza. Beramir se puso de pie, su corazón lleno de orgullo y gratitud, mientras la gente aclamaba a su nuevo guardián.
Deyanira, convertida en una mujer y nombrada también guardiana, había estado observando desde el borde de la multitud, se abrió paso entre la gente para felicitar a Beramir. Sus ojos brillaban de emoción y cariño. —Sabía que este día llegaría, —dijo, abrazándolo con fuerza.
Beramir sonrió, consciente de que su camino como guardián apenas comenzaba, pero listo para enfrentar cualquier desafío que el destino le deparara. Con la bendición de Orestes y el apoyo de aquellos a quienes amaba, Beramir estaba preparado para escribir su propia historia, una historia de honor, valor y amor por su tierra.
Orestes, ahora reconocido como el Guardián Supremo, se levantó frente a la multitud. A su lado, Horana, Beramir, y los demás viajeros convertidos en guardianes que habían sido sus fieles aliados. Había llegado el momento de cerrar un capítulo y abrir uno nuevo, lleno de promesas y desafíos por descubrir.
—Hoy celebramos no solo nuestra victoria,— proclamó Orestes con voz resonante, —sino también la unión y la fortaleza que nos han llevado a este momento. Hemos vencido a la oscuridad, pero nuestra misión no termina aquí. Siempre habrá nuevos horizontes que explorar, y amenazas que enfrentar. Pero hoy, les prometo que siempre nos levantaremos juntos.
La multitud estalló en vítores, sus voces se elevaron como un solo canto de esperanza y renovación.
Sin embargo, mientras la celebración continuaba, una figura misteriosa observaba desde la cumbre del Monte Torriden. Vestida con una capa oscura que ocultaba su rostro, sostenía un artefacto resplandeciente que emanaba una energía inquietante. Era Ermor, el terrible, el más astuto de los oscuros, quien había sobrevivido y escapado durante la última batalla.
—Esta paz no durará,— murmuró Ermor, mientras un brillo malicioso cruzaba sus ojos. —La era oscura fue solo el comienzo.
Con un giro de su mano, el artefacto destelló y proyectó un mapa celestial en el aire, revelando una nueva amenaza oculta en las estrellas, una que no solo pondría a prueba a los guardianes, sino a todos los mundos en los que estos habitaran.
Mientras tanto, Hatysa se volvió hacia Orestes, una expresión de preocupación dibujada en su rostro. —Las estrellas han comenzado a cambiar,— dijo en voz baja. —Algo grande se avecina, y no será fácil de enfrentar.
Orestes asintió, sintiendo el peso de un nuevo destino que se cernía sobre ellos. —Entonces debemos estar preparados, — respondió. —No permitiremos que la oscuridad vuelva a ganar.
Con esas palabras, los guardianes, guiados por Orestes estaban listos para embarcarse en una nueva y épica aventura. Mientras celebraban y honraban a los caídos, una sensación de unidad y propósito los envolvía, sabiendo que juntos enfrentarían cualquier desafío que el futuro les deparara.
Y así, la leyenda de Orestes y los guardianes de Caenus continuó, uniendo a los valientes y los justos en una lucha eterna por la luz y el bien.
(Para saber qué ocurre después, debes leer "La esposa de Saturno")