La luz de Orivon atraviesa las copas de los árboles, dibujando sombras danzantes sobre el suelo cubierto de raíces y musgo.
Cada día aquí es distinto, siempre hay algo nuevo que hacer. En todos estos años he aprendido a sentir la magia en cada respiración, en cada susurro del viento y en el latido del bosque bajo mis pies. Orivon me ha enseñado paciencia, fuerza y resistencia… y también a desafiar límites que nunca creí posibles. Kael siempre me recuerda que soy humana y que no pertenezco a este lugar. El pensar que nos puede descubrir me da terror, quiero que él tenga problemas por mi culpa.
—¡Elina! —grita una voz detrás de mí.
Volteo y veo a Mira, mi amiga y compañera de entrenamiento, corriendo entre los arbustos con una confianza que solo alguien nacido en este mundo puede tener. Sus ojos brillan con determinación y una chispa traviesa que me hace sonreír. Ella es mi única amiga, la que siempre está para mí.
—¡Cuidado! —le gritó mientras esquivo un torbellino de hojas que lanzó hacia mí.
Se ríe, saltando sobre una raíz con agilidad felina.
—¿Y tú qué? Siempre tan sería… No me digas que temes que Kael te regañe otra vez.
—No temo a Kael —respondió, concentrándome—. Solo me concentro.
Ella arquea una ceja y lanza otra chispa que apenas logró desviar.
—¡ja! Concentración… Claro. Siempre tan predecible.
—No me escondo —replicó, enviando un resplandor azul que envuelve su chispa—. Solo aprendo.
Frunce el ceño y luego me sonríe, como si aceptara el desafío. Nos reímos y continuamos entrenando, lanzando hechizos, bloqueando ataques y combinando nuestras energías.
Kael nos observa desde la distancia, silencioso y tranquilo. Puedo sentirlo, siento su presencia, es algo extraño, nunca comprenderé por qué es fácil aprender a hacer magia y hechizos siendo humana.
Lo veo a lo lejos, a veces interviene, pero casi nunca lo hace. Dice que necesitamos descubrirnos por nosotras mismas, que la magia se comprende mejor cuando se encuentra el propio camino.
Sé que nos observa también para asegurarse de que no cometamos errores que nos puedan costar la vida.
—¡Elina! ¡Mira! —su voz retumba entre los árboles—. Concéntrense en la energía de Orivon, no solo en sus ataques.
Asentimos y respiramos profundo. Siento cómo la magia fluye por mi cuerpo, mezclándose con la de Mira. Ella me observa y sonríe, cómplice.
—Vamos a hacerlo juntas —susurró, y ella asiente.
Nos lanzamos al mismo tiempo, entrelazando nuestros poderes en un torbellino de luz y energía. Los cristales que Kael levantó frente a nosotras comienzan a elevarse lentamente, y siento el orgullo mezclado con emoción: estamos sincronizadas.
—¡Lo logramos! —grita Mira—.
Caemos en el suelo riendo, jadeando y cubiertas de polvo de hojas, mientras Kael se acerca con esa calma que siempre me desarma.
—Buen trabajo —dice—. Pero recuerden: la magia no es solo fuerza y velocidad. Es comprensión, paciencia… y corazón.
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La tarde avanza, y mientras Mira y yo descansamos a la sombra, un viento diferente recorre el claro.
Se siente intenso, eléctrico, con un poder que hace que la piel se me erice.
—Mira… algo se acerca —murmuró, alerta.
Ella me observa, sus ojos brillando de emoción y curiosidad.
—¿Qué es?
De repente, una luz dorada corta el bosque, iluminando todo a su alrededor.
Aparece Ardeon, uno de los ángeles desterrados que habitan en este lugar. Sus alas brillan como lienzos de luz pura, y su mirada parece capaz de ver todo lo que llevamos dentro.
—Han desobedecido las reglas —su voz es firme, imponente—. Este lugar no está abierto a humanos sin autorización.
Mi corazón se detiene. Tengo que demostrar que puedo controlarme, que mi magia no es un peligro.
Mira, me voltea a ver, intrigada, sin saber que soy humana, y confío en que no sospechará nada.
—No… no estamos aquí para causar daño —le digo, firme, canalizando mi energía.
Un resplandor azul envuelve mis manos, y siento cómo Orivon misma parece escuchar mi intento de control.
—Solo queremos entrenar y aprender —añadió—. No somos una amenaza.
Ardeon inclina ligeramente la cabeza, evaluando cada gesto.
—Su poder es inusual… —murmura—. Pero la fuerza sin control puede ser más peligrosa que la intención de un enemigo.
Una ráfaga de luz dorada surge de él, y casi nos golpea.
—¡Mira! —grito, lanzándome hacia un lado y empujando a mi amiga con fuerza.
Nos levantamos rápidamente y combinamos nuestra magia, formando un escudo que repele la ráfaga.
Siento cómo Ardeon estudia cada movimiento mío: cada gesto, cada chispa, cada decisión, no deja de verme. Él sabe que soy humana, puedo sentirlo, se sorprende ver que tengo poder.