El bosque duerme, pero su respiración me irrita. Todo en Orivon está más quieto de lo normal. Demasiado.
El aire no tiene el mismo pulso que antes; la magia se ha vuelto perezosa, como si algo la retuviera interfiriendo. Conozco muy bien este lugar. El portal se debería haber despertado hace años y no lo ha hecho.
Y cuando el mundo calla tanto, algo anda mal. Camino entre las ruinas de lo que alguna vez fue mi territorio. Las piedras aún conservan el símbolo grabado de los antiguos guardianes, aunque sobre él ahora crecen raíces torcidas y líquenes podridos. Cada una de esas raíces me recuerda lo mismo: fui yo quien mantuvo vivo este mundo antes de que me desterraran.
Todavía puedo sentir el peso de aquella noche, cuando Aetherion me visitó y pronunció mi condena.
“Tu ambición es una grieta.” Y las grietas devoran los mundos.“”
¿Ambición? Le llaman así porque no entendieron. Yo no quería destruir Orivon, quería perfeccionarlo.
Los humanos, los vampiros, los celestiales… todos quieren un lugar en el equilibrio, pero el equilibrio es una mentira. Solo los fuertes merecen gobernar, yo soy fuerte, debería gobernar no solo Orivon, sino todo el universo.
Como me entendieron ni me apoyaron, lo pusieron a él, Kael.
El hechicero del equilibrio, el dócil, el obediente. El nuevo guardián.
—El equilibrio —murmuró— es solo la calma antes del colapso.
Mi reflejo en el agua del lago brilla con un destello plateado. Mis pupilas cambian, se alargan, los colmillos rozan mi lengua. No quiero transformarme, pase en estado animal por muchos años. Esa forma me recuerda lo que soy y lo que nunca podré ser; me contengo para no hacerlo.
Doy un paso, y mis uñas se transforman en garras. Solo un poco. Lo suficiente para sentir el poder recorrer mi piel. El olor de la tierra húmeda, el murmullo de los árboles, el suspiro de una presa lejana…
Todo vuelve a ser claro. Mi mundo.
—Pronto, viejo amigo —le susurró a la oscuridad—. Muy pronto te quitaré lo que crees tuyo.
La bestia dentro de mí ruge, satisfecha.
Necesito volver a ser el gobernante absoluto de Orivon. No soy tan necio como para creer que puedo hacerlo solo, no estando desterrado. Tengo que saber qué es lo que pasa, solo así podré retar a Aethereon, y así salir de aquí.
Mientras tanto iré a lo más profundo del bosque, donde están los duendes. Aquí no puede ver nada Aethereon, . Los duendes no son tanto de fiar, pero son criaturas pequeñas y astutas, ladrones de secretos, falsificadores de magia y, lo mejor de todo, fáciles de comprar.
Los encuentro en las cavernas del límite del norte, donde las raíces crecen en espiral y el aire huele a hierro. Justo antes de entrar a ver a líder, todos los duendes me observan, saben quién soy, saben perfectamente que soy la única criatura que los puede hacer pedazos y más cuando estoy enojado. Oh, sorpresa, siempre lo estoy.
El pequeño que cuida la entrada donde está el líder solo se hace un lado para dejarme entrar. Lo veo sentado, rodeado de monedas de oro y licor, típico de él. Krell me observa con cautela, mientras caminaba hacia él hasta que dejó caer sobre la mesa un pequeño sacrificio, un cordero perdido que se acercó mucho a mi territorio, perteneciente a los brujos de clase baja, a los cuales no puedo atacar por órdenes de Aethereon.
—El portal no se ha abierto —le digo, sin saludar ni esperar que me dé una respuesta.
—Eso es bueno para ti, ¿no? Menos vigilancia.
—No. Eso significa que algo o alguien lo ha detenido. Y solo hay una criatura que podría alterar el ciclo de Orivon.
—¿Aethereon?
—No. —Sonrío—. El brujo.
Krell me mira, curioso.
—¿Kael? El que te reemplazó.
—Él mismo—. Dejo que mi voz bajé hasta hacerse casi un gruñido.
—Hay algo que esconde. Algo que perturba el flujo del portal, lo sé, lo siento
El duende inclina la cabeza.
—¿Y qué gana nuestra raza con tu sospecha?
—Cuando lo encuentre, cuando lo destruya, el equilibrio caerá.
—¿Y entonces?
—Entonces yo lo reconstruiré, serás mi mano derecha, quien gobierne a mi lado.
Krell sonríe, enseñando dientes afilados.
—Entonces cuenta con nosotros, Ryeon. Los duendes servimos al caos.
Perfecto.
—Desde mañana observaremos qué hace Kael y su novia.
—¿Novia?—No tenía idea de que el maldito brujo tenía pareja
—Una aprendiz que vive con él ya hace varios años, seguro es alguna bruja huérfana.
—Vigila bien a esa mujer, quiero saber todo de ella. Si esa es la debilidad del brujo, entonces empezaremos por ella.
El caos siempre fue más sincero que la justicia.
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Esa noche, mientras regreso a las ruinas, la luna se alza, redonda, bañando la tierra con su luz roja.
El color de la sangre y de la advertencia.
Cierro los ojos.
Puedo oír el rumor de las montañas, los susurros de las criaturas del bosque, las respiraciones contenidas de los espíritus del aire.
Todo Orivon parece murmurar un solo nombre: Kael. Lo odio.
Y bajo ese susurro, algo más. Me concentro para poder escuchar mejor, es una melodía suave. Nueva, dulce, una que no había escuchado antes en este lugar.
Abro los ojos.
La bestia dentro de mí gruñe.
Siente lo que yo siento.
Esa energía… cálida, viva, distinta.
Humana.
—Así que eso escondes… —susurró con una sonrisa peligrosa—. Un secreto que sangra.
El aire vibra.
La bestia empuja desde dentro.
Y esta vez, no la detengo.
Mis huesos crujen, mis músculos se expanden.
El rugido que lanzo rompe el silencio del bosque, y la luna roja se refleja en mis colmillos.
Lo sabía, algo grande ocultas, mi querido Kael, pero pronto acabará, serás mi presa.
La cacería acaba de comenzar.