La noche siempre fue mi aliada. El silencio, mi única compañía.
Desde las ruinas del antiguo templo, observo Orivon respirar. La luna roja se eleva, lenta, como una herida abierta en el cielo. Las sombras del bosque se alargan, las escucho murmurar mi nombre, y aunque llevo siglos sin responderles, aún me encuentran.
No soy enemigo de nadie, pero tampoco pertenezco a nadie. Ni al brujo del equilibrio ni al lobo que ruge contra los cielos. Ambos me recuerdan lo que alguna vez quise ser: algo más que un monstruo.
La sangre. El deseo. La maldición que nunca duerme.
Cierro los ojos y la escucho… el pulso de una vida cercana, tan cálido, tan humano. No debería seguirlo, pero lo hago. Los vampiros no elegimos a quién cazamos, elegimos a quién perdonamos.
Y ella… ella no debería estar aquí.
Elina, así es como el brujo la llama, es mi obsesión, tan dulce. Quiero beber su sangre.
La vi por primera vez hace días, entre las torres de piedra donde los brujos practican sus encantamientos. Su presencia alteró el aire. Su aroma no es como el de los otros: no huele solo a sangre humana, sino a algo más, algo antiguo. Aethereon la marcó de alguna forma, lo sé, aunque no debería estar aquí. Ella pertenece a este lugar.
No sé si Kael lo nota. Tal vez sí, pero el hechicero cree que puede retener lo que ama sin que el mundo intente quitárselo.
Pobres ilusos, los que aman en Orivon.
Camino entre las sombras, los árboles se abren a mi paso. Mi hambre me muerde desde dentro, un animal encerrado bajo mi piel. Quisiera no necesitar la sangre, pero cuando el corazón humano late tan cerca, todo el control se vuelve inútil.
—¿Quién eres en realidad? —susurro, sabiendo que no puede oírme.
El viento me responde con su voz. Una risa suave, nerviosa. Está cerca, hablando con la joven bruja, Mira. Las escucho desde la distancia. Su inocencia me duele.
Miro mis manos, las venas oscuras que laten con ansia.
He vivido demasiado tiempo, he bebido demasiadas vidas.
Y sin embargo, nada me atrae como ella.
No es deseo.
Es algo que no entiendo.
Hay rumores… de que la llegada de una humana alteró el portal. Que su sangre sostiene un fragmento del alma de Orivon. Que si muere, el equilibrio muere con ella.
Tal vez eso sea lo que me llama: el corazón del mundo latiendo dentro de un cuerpo frágil.
Mis colmillos rozan mi labio inferior. El hambre se vuelve insoportable.
Podría tomarla ahora, acabar con la sed, sentir el fuego de su sangre quemándome por dentro.
Pero algo me detiene.
Una voz.
No mía.
"No fue creada para ti, Sareth."
Me giro bruscamente. No hay nadie. Solo las sombras del templo.
¿Aethereon? ¿O mi propia culpa? Ya no lo sé.
Elina se aleja, ajena a la bestia que la observa. Kael aparece poco después, vigilante.
El brujo... su aura me irrita, pero también me atrae. Él tiene lo que yo perdí: propósito.
La luna roja ilumina su rostro. El poder lo rodea. Y ella lo mira con algo que me duele admitir: amor.
No debería importarme. No debería sentir nada. Pero en Orivon, hasta los muertos sueñan.
Regreso a la oscuridad, dejando atrás el sonido de su voz.
El bosque me traga y el hambre se transforma en promesa.
Si Kael no la protege, si Ryeon la descubre, si el equilibrio se quiebra…
seré yo quien decida su destino.
Porque algo me dice que su sangre no solo puede destruir este mundo.
También podría salvarlo.
Y si ese es su poder…
entonces ni los dioses podrán detenerme cuando llegue el momento.