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Noah.
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No presté atención a la espera que teníamos para una mesa del restaurante y salí a toda prisa detrás de Orquídea. Corrí por todo el estacionamiento, pero no la vi, entonces entré en pánico, ya que ella no conocía bien la ciudad, por lo que podía perderse muy fácilmente.
Mi mente se encontraba confundida en ese instante, debido a que no comprendía el motivo de su reacción y por eso debía encontrarla a toda costa. Busqué por algunas calles aledañas sin éxito, hasta que me metí por los caminos del parque que tenía en frente.
—¡Orquídea!—empecé a llamarla con voz alta—. ¿Dónde estás, Orquídea?
No respondió a mi llamado, así que seguí buscándola como un desesperado y algo me dijo que fuera hacia la zona de árboles del parque, justo ahí, vi que se encontraba sentada sobre el suelo, con la cabeza agachada, mientras continuaba temblando sin control.
—¡Dios! Te encontré finalmente —dije.
Levantó la cabeza cuando escuchó mi voz y sus ojos se veían completamente enrojecidos, además de que mostraba una mirada de angustia que me desconcertó. Mientras que sus lágrimas mojaban sus bonitas mejillas, era evidente que estaba demasiado afectada.
—Ven aquí, sabes que me tienes a mí y puedes contar conmigo para siempre —prometí, ofreciendo mi mano.
Se puso de pie poco a poco y después se abalanzó entre mis brazos, algo que me sorprendió mucho. Entonces estalló en llanto cuando no soportó más la presión. Era bastante desgarrador, como si el miedo pudiera superar su control.
Me sentí feliz por la confianza que ponía sobre mí, entonces puse mis brazos alrededor de la pequeña mujer entristecida que sollozaba y le di protección con mi cuerpo. Quería que sintiera que yo era su príncipe guerrero, como en los dramas de época, que conmigo no tenía que temerle a nada.
El abrazo se sentía tan agradable y satisfactorio, como si fuera un sueño cumplido, algo que me daba alegría, aunque al mismo tiempo, seguía preocupado por su actitud, pues desconocía que la había puesto de ese modo.
—Mejor vamos a casa y ahí pido que nos prepare un almuerzo para ambos. ¿Qué te parece?—pregunté.
—Está bien—susurró.
Agarré su mano para llevarla de regreso hasta el auto y mientras nos acercábamos, volví a sentir la tensión rígida en sus músculos, entonces presté atención a su lenguaje corporal, observé de reojo como miraba hacia todos lados, como si estuviera buscando algo o a alguien, ahí fue que entendí que su reacción se debía a una persona.
—Sube, por favor —ordené a mi acompañante, cuando abrí la puerta del vehículo.
—Gracias—dijo.
Cerré la puerta de inmediato y caminé hacia el otro lado para hacer lo mismo. Esperaba que me dijera la verdad sobre la salida abrupta del restaurante, pero no quería mostrarme demasiado insistente, así que decidí esperar a que tuviera la suficiente confianza para contarme sobre el asunto.
Iba muy callada en todo el camino y ni siquiera se dio cuenta cuando llegamos a la casa, hasta que la saqué de su distracción, entonces abrió la puerta sin esperar a que yo lo hiciera por ella, solo caminó a toda prisa directo al jardín donde se encontraban sus plantas.
Comprendí que las flores eran su escape ante el entorno desdichado que vivió por mucho tiempo y decidí dejarla tranquila, así que me fui hacia el área de cocina para pedir que hicieran algún almuerzo express para nosotros. Seguramente mi hermana ya había probado bocado dentro de su cuarto de música.
Regresé a la parte trasera del jardín y desde ahí podía escuchar el piano que Rina tocaba con mucha habilidad, como siempre era una melodía melancólica y triste, así lo hacía desde que perdimos a nuestros padres hacía varios años.
Me detuve en la puerta para observar a mi florecita con detalle y se veía concentrada en escuchar la música que sonaba en el segundo nivel, mientras acaricia cada pétalo de las rosas que atendía con mucha dedicación, tanto que no se daba cuenta de mi presencia.
—¿Te gusta la música del piano?—pregunté.
Me vio cuando salió de su distracción y después me regaló una preciosa sonrisa. Parecía que su crisis emocional había acabado, debido a que se mostraba bastante tranquila.
—Es encantadora y la disfruto mucho —respondió.
—Me alegra que te guste —dije.
—Vi a mi ex esposo en el restaurante y por eso me fui como cabra loca de ese sitio, no quería que me viera —confesó de pronto.
Su declaración borró todo rastro de serenidad en mi rostro y me puse serio, tanto que me acerqué para sentarme en unos de los banquillos del jardín, tratando de manejar la rabia que me causaba la mención de ese individuo.
—¿Aún le temes?
—A pesar de que venía saliendo con una mujer que seguramente era su nueva esposa, no supe cómo reaccionar a su presencia y preferí huir por la incertidumbre, ya que tampoco sabría qué él diría si me ve entrando con otro hombre en un lugar tan lujoso —explicó.
—No tendría por qué importarle, te abandonó y por eso perdió el derecho a hacerte reclamos, de ninguna manera tendría que meterse contigo—refuté.
—Cierto, aun así, siento que podría reclamar o quizás decirme que soy una infiel, que no valgo nada como lo hacía antes y se burlaría, no podría soportar ese maltrato otra vez— susurró.
Comprendí sus palabras en ese instante, pues venía de un hogar abusivo, siendo manipulada y subestimada, lo cual era la razón de su miedo, también de su baja autoestima.
—No te preocupes, es el pasado y no tiene que causarte más daño. Recuerda que ahora vives conmigo, que tienes quien te apoye, nunca más vas a vivir ese drama mientras me tengas contigo —aseguré.
—Gracias, tengo claro que eres muy bueno y puedo estar tranquila.
—Ten por seguro que no te lo vas a volver a encontrar nunca más, pues la ciudad es muy grande como para que se topen de nuevo y creo que fue una simple coincidencia.