Desde que te marchaste el cielo ha llorado sin descanso
Cada noche, a la misma hora que entregabas tu alma a la mía
En un soberbio arrebato la nostalgia acaricia mis labios
Entreveo en las sombras tu figura proterva
Que se posa en mi cintura sin brío
Como el comensal harto del platillo único
Devoraste mi alma como manzana cualquiera y la desechaste a la fosa común
De los amores extraviados.
No sé qué tormenta sea más ruidosa; la que toca a mi ventana o la que zarandea mi corazón.