Oscuridad (+16)

«¡Déjame salir!»

Una vez que los ojos se acostumbraron a ver en la penumbra, distinguió una sombra humana en el pasillo levantando una de sus manos a la altura de su pecho para realizar una pequeña seña con el dedo índice: «Sígueme». Y desapareció doblando a la izquierda.

Ayudándose con ambas manos y pies pudo levantarse, colocó sus palmas en la fría y húmeda pared de piedra y caminó con cuidado, procurando que sus tacones no se hundieran en un hoyo y acabase tambaleando torpemente.

¿Por qué el lugar estaba envuelto en oscuridad? Se sentía como en aquellas historias de Terror, en las cuales ésta misma era la antagonista, pues se encargaba de ocultar a la perfección las amenazas que acecharían al protagonista a lo largo del viaje.

Su mano derecha chocó contra una puerta de madera e ingresó a dicho cuarto una vez que, y sin dudar un solo segundo, giró el picaporte.

Sobre el escritorio, una vela alumbraba parte del entorno. Rápidamente se adueñó de ella sujetando el mango de la plateada palmatoria. Ahora sí podré ver mejor, pensó calmada. La muchacha, de tan sólo quince años de edad, comprendió cuál era su posición actual: un estudio. Había documentos desparramados desde el escritorio hasta el suelo, como si alguien hubiera estado buscando algo con mucha prisa. Algunos de los libros, que deberían estar guardados en su respectiva letra del abecedario tallada en el librero, estaban abiertos; otros maltratados. La tinta negra manchó algunos papeles que tenía cerca, y la pluma no se la veía por ninguna parte.

«¡Tú…!» susurró una voz detrás de la nuca de la pelinegra. Se negaba rotundamente a mover a los costados incluso sus ojos. Su cuerpo quedó petrificado luego del escalofrío que recorrió su médula espinal. De todos modos, sabía que tenía ─y quería─ que escapar de la habitación.

Caminó torpemente en reversa y buscó temblorosa el picaporte con la mano libre… No había nadie detrás suyo, como había creído, elevando aún más su miedo.

¿De dónde provino esa voz? ¿Habrá sido imaginaciones mías?, cavilaba confundida. Probablemente había sido eso. Nuestra mente siempre nos juega un mal momento cuando se trata de un ambiente oscuro y amenazante, ideal para ver figuras que nunca estuvieron ahí y confundir el bramido del viento con voces humanas… Pero si no hay una sola corriente de aire, notó enseguida. El corazón bombeó sangre frenéticamente y comenzó a sudar frío. Sus delgados dedos estaban congelados. Y su respiración era agitada y pausada a la vez.

Pudo escapar por fin de aquella siniestra habitación para regresar al pasillo de antes, ahora acompañada por la calidez de la vela. Mientras su luz estuviera presente, se sentiría ─un poco─ segura.

Las paredes estaban construidas con piedras rectangulares, una arriba de la otra; el techo, que estaba muy por encima de su cabeza, parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento; la madera del suelo estaba oculta debajo de una alfombra roja de terciopelo. Cada uno de sus pasos resonaba por todo el lugar. Si se detenía y escuchaba atentamente, oiría las pequeñas gotas de agua salpicar las cañerías…

¿Por qué las luces estaban apagadas y por qué tan silenciosa la residencia, que juraría que se trataba de un castillo abandonado, ideal para contar o crear historias de fantasmas? ¿Había ocurrido algo antes y durante su desmayo? Y lo más importante: ¿Cómo había llegado allí? ¿Y si la habían secuestrado?

─¿Quién soy? ─se preguntó, tocando su cabeza con la palma de su mano izquierda─. ¿Por qué no recuerdo nada?

Mientras vagaba por su destruida memoria, al doblar a la derecha llegó a un corredor idéntico al anterior pero más amplio. En éste, había un total de cuatro puertas de estilo gótico color marrón oscuro: dos en la pared derecha y dos en la izquierda. ¿Hacia dónde conducen?, se preguntaba extrañada y analizándolas detenidamente, en busca de una placa que indicase algún nombre o un símbolo que representase su interior. Nada. Entonces, ¿cuál era la correcta? Observando ahora el entorno, la ausencia de las escaleras era notoria… ¡Y el pasillo por el que había venido había desaparecido, reemplazado por una ordinaria pared!

─¿Pero qué…? ─La pelinegra corrió de regreso y tocó con sus manos el muro, como si buscara un mecanismo─. No es posible… Juraría que…

El sonido de la cerradura de la primera puerta de la derecha avisó de su desbloqueo. ¿Las otras tres también estaban cerradas? Antes de investigarla, decidió probar su suerte con las demás, moviendo desesperada sus manijas y comprobar que, en efecto, estaban cerradas con llave desde el otro lado.

─¡Esto es una locura! ─susurró aterrada.

Tuvo que pensar mucho su próximo movimiento: Si permanecía en el mismo punto, jamás saldría de la residencia y acabaría perdiendo la cordura… o la misma vida. ¿Qué o quién podía asegurarla que detrás de aquella puerta no descubriría algo mucho peor que la muerte? Sus pies se negaban a ir hacia allá y sus piernas no paraban de temblar.

Inesperadamente, y como si fuera una excusa para que la chica se moviera de una vez por todas, el desgarrador grito de una mujer adulta retumbó los tímpanos de la joven y la obligó a buscar refugio en aquella desconocida habitación, la cual cerró con fuerza después de cruzar a toda velocidad.

Lágrimas brotaban de sus ojos, empapando ahora sus pálidas mejillas, y el pecho le dolía de tal modo que pensó que su corazón saldría disparando de su caja torácica o intentaría escapar por su garganta, pues le costaba respirar por la boca cuando comenzó a toser, como si alguien estuviese ahorcándola.

Un espantoso hedor invadió sus fosas nasales al querer inhalar profundamente con la intensión de cobrar la compostura, ahogándose nuevamente. Tomando la palmatoria, que había dejado en el suelo para bloquear la entrada con ambas manos, echó un vistazo…

─¡Ah! ─exclamó un grito.




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