Oscuridad Angelical

Capítulo uno

 

 

14 de Septiembre

Día presente.

La luna se veía hermosa.

Resplandecía en la oscuridad de la noche sólo con las estrellas haciéndole guardia, me hacía sentir más insignificante de lo que creía. O lo que era..., en este momento, no sabía cuál de las dos opciones me sentaba mejor. 

Rocé la palma de mi mano contra el pasto y me aferré a la hierba que se colaba entre mis dedos, húmeda y fresca. Eso, y las ráfagas de viento intermitentes que chocaban contra la piel de mi rostro cada ciertos segundos lograban aminorar el nudo amargo que tenía instalado en la garganta desde hace ya varios minutos. 

Inhalé profundamente y miré la hora en el celular, notando lo cerca que se encontraba la medianoche y junto a eso, lo apretado que estaba todo mi cuerpo; tenso y aletargado. El simple posible escenario de poder volver a verlo me hacía sentir inquieta, llena de ansiedad.

Sentía mil agujas clavadas en la piel sensible de mi columna vertebral debido a la lápida de piedra en la que estaba apoyada, era fastidioso que aún no se molderada a mí siendo que era en ella en quien siempre regargaba mi peso. 

Con algo de pesadez estiré mis piernas acalambradas y bostecé sin preocuparme de ser vista, pocas personas visitaban el cementerio en Wilmore y menos a esta hora de la noche. Incluso Jack — el cuidador —se había acostumbrado a verme por acá, las primeras veces pude notar la curiosidad en su rostro pero ya solo se dedicaba a darme una sonrisa y las buenas noches.

¿La verdad? Lo agradecía. No tenía razones muy lógicas para explicar  por qué estaba aquí.

Entonces, como un aviso explícito y distractor, el suelo crujió.

Eso bastó para hacerme levantar de mi lugar y retroceder unos cuantos pasos hacia atrás, en donde la sombra de los grandes pinos me acogió con protección, dejándome lo bastante aislada para no ser vista por él. Inmediatamente sentí el golpeteo inquieto de mi corazón contra mis costillas y la respiración entrecortada.

Agudicé la vista lo más que me pude permitir y me enfoqué la figura que ignoraba mi presencia. 

Botas de cazador chocaban contra el embarrado y húmedo piso terroso. Jeans negros se ajustaban al movimiento de unas piernas ágiles y definidas y una chaqueta gruesa le moldeaba el torso.  Caminó con rapidez entre la penumbra de la noche, volteando la cabeza hacia atrás cada pocos segundos, como si quisiera verificar que nada —o nadie— lo seguía.

"¿Por qué diablos actúa con tanta discreción?", me pregunté. "¿Qué es lo que quiere ocultar?"

A pesar de lo apresurado que se veía por atravesar el cementerio, sus movimientos desbordaban tanta elegancia y pulcritud, que terminaban por sacarme del juego por un momento.

Lamentablemente para él, yo lo observaba desde hace algunas semanas;  y afortundamente para mí, no había sido descubierta.

Aún...

No tenía la menor idea de quíen era, ni por qué todos los viernes sin falta recorría el mismo trayecto. ¿A dónde iba? ¿De dónde huía? ¿Por qué? ¿Por qué en un...cementerio?  Nunca antes lo había visto en Wilmore y podía asegurarlo porque, ¿cómo podría olvidar esa manera de andar? Era imposible. 

Tampoco había sido milagrosamente privilegiada para ver su rostro de cerca, y eso me estaba carcomiendo la existencia de a poco, hasta el punto de afectar mi día a día. ¡Era un completo extraño! ¿Cómo podía consumirme el tiempo de esta manera siendo que él ignoraba mi existencia por completo?

Había logrado deducir algunas cosas sobre él, como por ejemplo: su altura.

El chico debía contar con dotes de altura, era obvio. Era obvio para mí con tan solo verlo alcanzar ramas de algunos árboles a las que yo podía acceder dando un pequeño salto y levantando los brazos.

Entonces, cuando pensaba que nada podría arruinar el momento y dejarme en evidencia; mi celulár sonó dentro de la tela de mi abrigo rojo. 

Mis hombros se tensaron por instinto, presos del pánico. Sentí la acidez subirme por la garganta y me obligué a tragar saliva, a creer que, por dos míseros segundos que había sonado, el mundo no sería tan despiadado como para dejarme en evidencia. Y ahí fue cando caí en cuenta de , el mundo podría ser mucho peor.

¿Cómo demonios pude olvidar ese detalle insignificante?

Lo apagué con una velocidad que nunca pensé que podría tener, pero cuando alcé la mirada para comprobar que mi descuido no había significado nada, entenendí que si había significado. Que él, en un pestañeo, había desaparecido tan rápido como llegó.

Obligué a mis ojos a pestañear un par de veces, a asegurarme de que realmente ya no estaba, que su rastro era invisible y que por más que quisiera, no volvería a encontrarlo ni a saber a dónde se dirigía con esa prisa. 

La decepción se abrió espació en mi pecho agitado y solté el aire que había estado reteniendo desde hace quién sabe cuánto. Una estela de vapor blanquecino se dibujó en el aire y caló el frío dentro de mis huesos. 

—Supongo que tendré que esperar otra tonta semana—murmuré, para mí misma, en voz baja.

—Tendrás que esperar otra semana para ¿qué? 

La profundidad de la voz que acababa de pronunciar aquellas palabras me sobresaltó por completo, haciendome dar un pequeño brinco en mi sitio, dejándome un amargo sabor en la punta de mi lengua y antes de girar por completo, maldije al mundo entero por semejante bajeza. 

Le di la espalda a la corteza del gran tronco y esperé a que mi cerebro recuperara las capacidades básicas de un ser humano. Él estaba frente a mí, luciendo más alto de lo que llegué a pensar con anterioridad y con las manos metidas en los bolsillos de la cazadora. Pánico crudo y duro se apoderó de mí al notar la mueca de molestia que tenía su rostro, mientras esperaba una respuesta que nunca podría terminar de salir de mis labios porque, estaba tan avergonzada, que sólo quería meterme en un agujero bajo tierra. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.