Oscuridad Angelical

Capítulo dos

Alguien dijo una vez que mientras más esperabas algo, más tardaba en llegar. Y era exactamente por eso que no podía asimilar lo rápido que habían transcurrido los días.

Intenté mantener cualquier tipo de emoción o expectativa al margen de mi día a día porque en el fondo sabía que no tenía suficientes razones para sentir algo así, porque era plenamente consciente de lo inconsecuente que estaba siendo.

¿Por qué le estaba dando tanta importancia? Él no era importante.

La sensatez se me estaba escapando de las manos y ni siquiera me daba cuenta.

Entonces, sin previo aviso, una papa frita impactó contra mi mejilla. Despegué la mirada del punto fijo en el que estaba sumida y me saqué los granos de sal que habían quedado en el lugar.

— ¿A qué se debió eso?

—Eso se debe a que me has estado ignorando desde que comencé a hablar — se incorporó en el taburete —. Nena, lamento decir esto, pero eres una amiga horrible.

Katherine se acomodó las mechas rubias que le llegaban a los hombros con delicadeza antes de darme una mirada de reproche. Me rehusé a decir algo porque tenía razón, no le estaba prestando atención. Suspiré con pesadez y torcí los labios, ideando qué decirle para calmar esos ojos que me lanzaban dagas afiladas.

—Lo siento —susurré—. Estoy un poco...distraída.

— ¿Un poco? — cuestionó ella, incrédula—. Estás en la luna desde la semana pasada. ¿Qué diablos ocurre contigo?

— Mi padre se fue de viaje hace una semana. No ha llamado ni una sola vez, Kathe.

Era consciente de que no debería mentir, pero ¿qué se supone que debía decir?

''¿Estoy acosando a un chico en el cementerio local? Un chico que, por cierto, está demente y es aterrador hasta la médula. ¿Quieres invitarlo a cenar para charlar?"

Por supuesto que no.

No quería una charla moral ni mucho menos que me recordaran lo imprudente que estaba siendo porque esas eran cosas que yo ya sabía. Y, sin embargo, eso no quitaba la incomodidad que me provocaba tener que mentirle a la que era mi única amiga.

Quizás no quería que alguien me hiciera pensar con claridad.

Kathe me dio una sonrisa amable y apretó mi mano sobre la mesa.

— No es la primera vez que sale de viaje y se desconecta. En cuanto menos lo esperes, te llamará. Debe dejar de preocuparte tanto, Ann.

—Eso espero—contesté, tratando de devolverle la sonrisa.

Terminamos de comernos las hamburguesas entre risas tontas y palabras alzadas. Las personas iban y venían, unas más risueñas que las otras. No pude evitar pensar en que, si la edad de estas personas hubiese sido otra, la amargura se habría hecho notar con creces. La gente no se caracterizaba precisamente por la amabilidad.

Luego de pagar la cuenta, salimos a la calle. La cual, a diferencia del resto de los días semanales, se encontraba con más gente de la usual. Era extraño ver tanto movimiento, tanta vitalidad. Y de cierta forma, me gustaba este cambio efímero.

—Hoy es un gran viernes — comentó, colocándose las gafas Ray-bans en el puente de la nariz.

— ¿Lo es? —me atreví a preguntar mientras cerraba mi bolso.

Detuvo sus pasos de golpe, y al estar enlazada de su brazo, los míos también. Retrocedí hasta quedar en paralelo a su cuerpo y la miré confundida. Sus ojos celestes me miraban con gran indignación.

— ¿Lo has olvidado, cierto? —cerró los ojos por algunos segundos, con un gran dramatismo. Uno que casi me hizo voltear los ojos. Entonces, negó y soltó un resoplido—. Oh Dios...¡por supuesto que lo olvidaste!

Por supuesto que lo había olvidado.

—Hoy es la fiesta de Sam. No puedo creer que no lo recuerdes. ¿Qué clase de horrible persona eres, Anneliese Mansuor?

Antes de dejarme responder, tiró de mí hacia la esquina. Arrastré mis pies y seguí su dirección. Me detuve un poco cuando los rayos de sol—pequeños e insignificantes— me hicieron entrecerrar los ojos. ¿Quién diría que presenciaríamos tal espectáculo? El sol en Wilmore era una clase de privilegio que no solíamos presenciar.

Lamentablemente, no duraría más de un par de días. Y digo "lamentable" sin incluirme en el sentimiento. Sería una mentira decir que la ausencia del verano me afectaba, porque no era así. La idea de pasar la noche escuchando las gotas de lluvia me resultaba fantástica, al igual que saborear el amargo sabor del café mientras las miraba deslizarse a través de la ventana.

— ¿Y...dónde será? —pregunté.

Chasqueó la lengua antes de comenzar a explicarme detalle por detalle todo lo que había organizado para la noche. La fiesta se celebraría en las afueras del pueblo, en la casa de campo de los tíos de Sam. Por supuesto, ella se había hecho cargo de toda organización. No dudaba que quedaría perfecta, tal como le gustaban las cosas.

Sam y ella eran novios desde hace casi dos largos años. Su relación tuvo un inicio rápido y sencillo. Bastaron un par de salidas para que él decidiera aventurarse a la formalidad. Katherine estaba encantada con la idea así que no dudo en aceptar, y desde aquel día, no se han separado por más de una semana. La verdad, estoy tranquila de que no haya tenido que sufrir por amor. No soportaría verla triste.

—¿Conoces el camino antiguo hacia el cementerio? —fruncí el ceño al recordar lo bien que conocía cada una de las carreteras y la razón. Asentí de todas formas —. Es ahí. Una de las casas que bordean el camino. Y, por favor, no te preocupes por cómo volver. Pasaremos la noche, te llevo a casa mañana.

Procesé la tentadora oferta ante mis ojos. No tendría que caminar cuarenta minutos para llegar. Podría tan solo presentarme, exigir una respuesta, e irme. No sería un gran inconveniente, al contrario, a cada minuto sentía que me haría sangrar el labio de ejercer tanta presión

Caminamos a paso tranquilo hasta llegar a la casa de Katherine pocos minutos después. Estaba al final de la calle principal, y era difícil no reconocerla. Caracterizada por grandes pilares y ventanales victorianos. Era enorme. La puerta principal era de gruesa madera tallada y vidrios relucientes.




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