Capitulo 1 :
En la medianoche acabó de dar forma a los ojos. Tenían una mirada felina, entre atrebida y confusa, desconcertante. Sí, aquellos eran sus ojos, coronados por una frente fina y elegante, a pocos centímetros de una cascada de cabello negro azabache. Alejó un poco el papel para valorar sus progresos. Era difícil dibujarla sin tenerla delante, pero, por otra parte, nunca habría podido hacerlo en su presencia, porque desde que llegó a París (no, desde la primera vez que la vio) había procurado guardar siempre las distancias. Pero ella cada día se le acercaba más, y a él cada día le resultaba más difícil resistirse. Porque en cualquier otro lugar las cosas serían más fáciles que allí. Se inclinó de nuevo sobre el dibujo y suspiró mientras difuminaba con el pulgar el carboncillo para perfeccionar el mohín del carnoso labio inferior. Ese trozo de papel inerte no era más que un impostor cruel, pero también la única forma de poder llegársela consigo. Luego, irguiéndose en la silla tapizada en cuero de la biblioteca, sintió aquel roce cálido y familiar en la nuca. Era ella. Su sola proximidad le proporcionaba una sensación extraordinaria, como el calor que desprende un tronco cuando se resquebraja en la chimenea y la reduciéndose a cenizas. Lo sabía sin tener que volverse: ella etaba allí. Escondió el retrato entre el fajo de papeles que tenía en el regazo; de ella, sin embargo, no iba a poder esconderse tan fácilmente.
Miró hacia el sofá de color Ocre que había al fondo del salón, donde apenas unas horas antes ella, con un vestido rojo y algo rezagada de los demás invitados, se había levantado súbitamente para aplaudir a la hija mayor del anfitrión, que acababa de interpretar una pieza al clavicordio de forma magistral. Miró hacia el otro lado de la estancia, al mismo lugar donde el día anterior se le había acercado sigilosamente con un ramo de tulipanes en las manos. Ella aún creía que la atracción que sentía por él era inocente, que el hecho de que se encontraran tan a menudo bajo la pérgola era solo… una feliz coincidencia. ¡Había sido tan ingenua! Pese a ello, él nunca la sacaría de su error: solo él debía cargar con el peso del secreto. Se levantó, dejó los bocetos en la silla de cuero y se dio media vuelta. Y allí estaba ella, apoyada contra la cortina de terciopelo escarlata con un sencillo vestido blanco. El pelo se le había destrenzado, y su mirada era la misma que él había esbozado tantas veces, pero sus mejillas parecían arder. ¿Estaba enfadada? ¿Avergonzada? Ansiaba saberlo, pero no podía preguntárselo.
-¿Que estas haciendo?- Captó la aspereza involuntaria en su propia voz y lamentó que ella nunca fuera a comprender a qué se debía.
- Lo mismo pregunto yo - balbucio ella, mientras se dirigía hacia el .
-Ve a dormir - responde sin apartar la vista de los papeles .
- No tengo sueño- He visto que había luz en tu habitación y luego… — Vaciló antes de acabar la frase y bajó la mirada hacia sus manos— Quería saber como estabas- se acercó a el poco a poco.
Yo...- Se interrumpió
Que podía decir, estaba más que claro que lo que sentía por ella, era más que una simple atracción física, iba más allá de eso... era como si ella estaba destinada a encontrarse con el...
Cuando su mano le tocó el hombro, tuvo la impresión de que le quemaba a través de la camisa y se quedó boquiabierto. Nunca antes se habían tocado en esta vida, y el primer contacto siempre lo dejaba sin
aliento.
-¿Estas bien?- pregunta
Justo en ese instante ella se dio cuenta de que contenía la respiración y se arrepentía de lo que acababa de decir. Notó cómo la progresión de sus emociones se manifestaba en la arruga que se le formaba entre los ojos: iba asentirse impulsiva, desconcertada y luego avergonzada de su propio atrevimiento. Siempre hacía lo mismo, y demasiadas veces él había cometido el error de consolarla.
- No....- musito, porque recordaba todo lo que ha estado pasando- Yo... Deberías volver a tu habitación - murmuró volteansose .
Su mirada se clavó en la de él. Retrocedió un paso y se cruzó de brazos. Aquello también era culpa de él: siempre que le hablaba con condescendencia, provocaba que emergiera su lado más rebelde.
—¿Me estás diciendo que me vuelva a mi habitación? —le preguntó con tono desafiante, agarró su mano y la coloco hacia su pecho con suavidad.
Aquel conocido calor de la piel bajo sus manos le hizo inclinar la cabeza hacia atrás y gemir: intentaba olvidar cuán cerca estaba de ella, cuán irresistible era la sensación que le producía el roce de sus labios, cuán doloroso le resultaba que todo aquello tuviera que acabar… Pero ella le acariciaba los dedos con tal suavidad… Incluso podía percibir los latidos su corazón a través del fino vestido de algodón. Sí, ella tenía razón: no había nada más importante que aquello. Nunca lo había habido. Estaba a punto de darse por vencido y abrazarla.
Sus ojos se entornaron hasta adoptar la forma de los que él había dibujado. Entonces se le acercó de nuevo con las manos sobre el pecho y los labios separados, expectante. Alzó la vista, temblando, y empezó a percibir cómo todo su cuerpo reaccionaba a su toque. Aprovechó la oportunidad para abrazarla, para estrecharla entre sus brazos con fuerza, como había deseado hacer desde hacía semanas. En el instante en que sus labios se fundieron, ya no hubo nada que hacer: ya no podían resistirse. El sabor a chicle de su boca provocó en el una sensación de mareo. Cuanto más la estrechaba contra sí, más se le revolvía el estómago por la emoción y la agonía del momento. Sus lenguas se tocaron y el fuego estalló entre ambos, refulgiendo con cada caricia, con cada nuevo descubrimiento… aunque, en realidad, nada de todo aquello fuera nuevo. Ellos no les importaba nada, nada... solo pensaban en el beso. Solo él sabía lo que iba a ocurrir, qué oscuras compañías iban querer separarlos. Aunque una vez más fuera capaz de alterar el curso de sus vidas, sabía lo que iba a ocurrir. Sabía que este beso iba ser el principio de algo no acabaría...
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Editado: 23.02.2021