Oscuros. Origen de los oscuros. Guardianes 3.

Capítulo 2: Regreso

Capítulo 2:

Regreso

Selt

 

Transcurrieron ciento cuarenta y ocho años desde que mi vida se convirtió en una maldición. Más de un siglo en que el mundo me recuerda entre páginas. Lo que fue mi vida se relata entre párrafos en libros de estudios para los nuevos guardianes, para las futuras generaciones.

Cada detalle de lo que sucedió en Enmerald lo que ahora se conoce como ciudad Desértica, está al alcance de todos, aunque no todo fue contado... Dar a conocer mi pasado es lo único que tuve al alcance para instruir a las futuras generaciones sobre los oscuros.

El culto creado por mi madre, luego liderada por Nariel pasó a manos de mi hermana Tanils, y es hasta hace pocas semanas que emergen las alarmas por unas inexplicables muertes en Pétalos de oscuridad.

La razón de mi regreso.

Voy a cumplir dentro de unas semanas ciento sesenta y ocho años, pero sigo aparentando veinte. Soy inmortal. Lo que para muchos sería un regalo para mí es una maldición.

Mi hermana Nariel me condenó a vagar a la sombra del mundo, viendo cómo generación tras otra nace, crece y muere. Todo mi pasado vive en mi mente, por más que los años han transcurrido, no he podido olvidar nada de lo que ocurrió. No he podido olvidar las palabras de Nariel que me condenaron.

«Ni siquiera he pensado en matarte, sería demasiado sencillo. Te quiero ver sufrir, sola, sin nadie a quien acudir. Es más, he pensado, más bien, en darte un regalo: inmortalidad.»

«Tendrás una vida muy larga, Selt, tiempo suficiente para que la culpa se adhiera a tus huesos y tu alma. Probarás la soledad en cada segundo de tu vida. No sabes lo que te espera.»

Estaba en lo correcto: ni siquiera yo tenía idea de lo que me deparaba el futuro, mi largo futuro. O, sí. Aquella vidente profetizó mi destino para una larga vida y una eterna soledad.

Más de un siglo buscando como arrancarme esta maldita inmortalidad y, durante un tiempo, lo logré, al punto que creí que podría llevar una vida normal, establecerme en un lugar y, por qué no, hasta formar una familia. Rehacer mi vida, conocer a alguien más… Aunque el recuerdo de Sergio es parte de mi vida, nunca lo podré olvidar. Él sigue siendo mi gran amor, lo más hermoso que me pasó en la vida. Pero en su momento deseé ser mortal para tener una vida normal.

Solo fue un sueño del que tuve que despertar.

Estuve tan segura de que había logrado ser mortal de nuevo, que el destino me hizo una mala jugada, algo que se le ha hecho costumbre, nunca envejecí después de cumplir los veinte años. Eternamente joven, el mayor deseo de mi madre lo obtuve yo.

¿Dónde he estado desde la trágica destrucción de mi vida? En muchos lugares. Recorrí el mundo en busca de una tranquilidad que nunca llegó. No importa a donde fuera, con quien estuviera, el pasado siempre estuvo allí recordándome que no tengo derecho a ser feliz.

Aunque, al principio, los padres de Sergio me acogieron en su hogar como una hija. ¿Sorprendida? Claro que lo estaba. Pensé que habían muerto en la ciudad, como todos los demás, pero cuando los Guardianes me trajeron a Pétalos de oscuridad, ellos esperaban a un hijo que no nunca regresó.

En cambio, me recibieron a mí. Una joven que todavía llevaba puesto su vestido de novia, sucio y destrozado, con el peso de ser una Riquelme y de haber sepultado una ciudad.

Fueron tan buenos conmigo, sin ellos no sé cómo hubiera salido del hoyo oscuro en que me sentía sepultada cada mañana. Una parte de mí se había ido con Sergio, sentía el alma fracturada y no hubo como repararla, todavía sigo igual. Ese pedazo de mí sigue extraviado, sepultado entre los escombros de Enmerald.

Juntos, a pesar del dolor, el tiempo es maravilloso y, poco a poco, superamos la muerte de Sergio. Nunca lo olvidamos, pero dolía menos su ausencia. Vivíamos tiempos felices recordando los mejores momentos de él, hasta que mi inmortalidad lo arruinó todo. Las agujas del reloj se detuvieron y la de mis suegros avanzaba. No pude quedarme, y me fui.

He visto morir a todas las personas que amo. Quedarme con ellos, verlos envejecer mientras yo estaba estancada en el tiempo, no podía con la idea de sepultarlos algún día. Así que como una cobarde me volví una mujer errante, con constantes cambios, sin un lugar fijo donde vivir. De esa manera evito encariñarme con las personas. Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo. Evitar tener lazos fraternales con alguien no me funciono del todo. Por lo que descubrí que es mejor irse antes de que la vida se extinga. Es más fácil recibir la noticia por una carta que ver sus cuerpos fríos e inertes.

Los padres de Sergio ya han muerto. Ni siquiera me presente para el funeral. Lo intente, me levante ese día decidida a asistir a esa última despedida, y no pude cruzar la puerta. No pude.

En cuanto a la madre de Mia, vivió dos años más después de la muerte de su hija, hasta que el dolor por la pérdida de su familia la llevó a la locura y, más tarde que temprano, la muerte la reclamó. Durante su vida, el hermano de su esposo se hizo cargo de ella. El apellido de mi amiga sigue teniendo herederos. Con cada generación nace un nuevo De La Rosa.




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