Oscuros. Origen de los oscuros. Guardianes 3.

Capítulo 3: De La rosa

Capítulo 3:

De la rosa 

Selt

 

Dejamos Cirvius bajo un silencio sepulcral. Los minutos parecen horas, y las calles más extensas. El carruaje parece una caja de cartón donde no hay espacio para los dos.

El chico no me ha mirado desde que salimos, siempre desvía los ojos. No entiendo la razón de su mal genio. Es tan incómodo permanecer en un mismo lugar con alguien que te inspira desconfianza. Eso es lo que me genera, y la vida me ha enseñado a escuchar mis instintos, ese chico oculta algo.

Intente acceder a algo sobre él; en ocasiones el don de la abuela me permite echar un vistazo en la vida de otros. Algunas cosas del pasado y en ocasiones, muy pocas en realidad, del futuro. Como un recuento de momento importante que pudieron o podrá marcar su vida. Es una ramificación de las visiones a la que apenas tengo acceso. De él no pude sentir nada, es como si algo me bloqueara la entrada. Sin embargo, no puedo ocultar lo que mi instinto me grita, desconfiar de él.

Quizás sea mejor así, mantener la distancia.

El carruaje se detiene. El cochero aún no se ha bajado cuando ya me encuentro fuera, frente a un enorme caserón. Siento los nervios en la boca del estómago, no estoy lista para reunirme con la familia De la rosa, aunque en la actualidad no tengo ningún lazo con ellos, sigue siendo difícil.

Una señora de baja estatura y cabello rizado bien recogido sobre su cabeza me da la bienvenida.

Me giro para despedir al chico, que no se bajó del carruaje.

—Gracias, Alonso, fue muy amable de tu parte acompañarme —digo recogiendo mis pertenencias.

—No me agradezcas. Que disfrutes su estadía en Pétalos de Oscuridad, aunque no tengo duda de eso.

Con esas palabras, el carruaje se pone en marcha.

¿Qué habrá querido decir? Dejo ir mis malos pensamientos y me centro en la señora que espera que entre a la casa. Aspiro aire fresco antes de que los recuerdos golpeen mi cara una vez que esté dentro.

Esto fue una muy mala idea Damián. Muy mala.

La sigo con mis escasas pertenencias: una pequeña maleta de cuero como equipaje y el cuadro de Sergio con sus padres. Mi temporada aquí se suponía que sería muy corta, tenía la esperanza de hacer una búsqueda exhaustiva por la ciudad y encontrar a Tanils. Acabar con ella con mis propias manos si era necesario. Por el contrario, esos rituales que parecen simples, me encadenan a la ciudad por unas semanas.

Ahora que lo pienso, el último sacrificio es días antes de mi cumpleaños. Será casualidad o destino, este año el calendario tiene veintinueve de febrero, y los rituales están muy cercanos a esa fecha.

Nunca me he preocupado en investigar el significado que puede tener mi fecha de nacimiento, mis intereses han sido en mejorar mis habilidades, perfeccionarlas… Nunca recurrí al pasado, y ahora tengo la sensación de que esa fecha es mística.

Me detengo a observar la sala; es un lugar para el recuerdo. Hay tantos retratos que me sorprendo. Sin darme cuenta, dejo mi maleta y el cuadro al lado de un mueble y me muevo hipnotizada por la estancia. Como si una sinfonía llegara a mis oídos y mis pies se movieran a su antojo. Una danza que me obliga a recordar.

Es divertido ver tantos rostros diferentes, pero, al mismo tiempo, unidos por una sola cosa: esos intentos ojos violeta, una herencia que solo poseen las mujeres de la familia, lo cual no quiere decir que no se reconozca un hombre de esta familia. La mayoría poseen los mismos rasgos: cabello oscuro y ojos bestiales, temerarios. Es muy fácil saber quién es un De La Rosa con solo mirarlo, como si llevaran el apellido tatuado en el rostro. Para mi sorpresa, mi pasado también está enmarcado en las paredes de esta casa.

Unos alegres ojos violetas me miran sonrientes. Me arden los ojos, respiro por la boca, siento que me falta el aire. No tengo nada de ella más que lo que ha gravado mi memoria. Ahora aquí está. Es ella, Mia, tan hermosa como permanece en mis recuerdos.

—Cómo te extraño, amiga —susurro a un cuadro que jamás me escuchará.

Daría mi inmortalidad porque tuvieras la oportunidad de tener la vida que siempre quisiste…

—¿La conoció? —inquiere la señora apenada.

—Sí —me limpio los ojos. —Éramos amigas.

—Entiendo.

—Me alegra que haya decidido aceptar la hospitalidad que le hemos ofrecido—. Giro en el instante en que escucho esa voz.

Un hombre alto y fornido, de cabello oscuro, ojos azules y piel blanca me observa con admiración.

—Le agradezco las molestias —respondo con amabilidad.

—Ha sido un placer —musita—. Soy, Antonio De La Rosa. Mi esposa quería estar aquí para recibirla, pero es algo tarde. Se encuentra en estado.

—Entiendo —me apresuro a decir—. Es un gusto conocerlo. Si no fuera mucha molestia, necesito descansar. He tenido un largo viaje.

—Por supuesto, está en su casa. La señora la acompañará —dice con su voz grave, sin moverse de su lugar.

—Permiso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.