Oscuros. Origen de los oscuros. Guardianes 3.

Capítulo 4: Adivina

Capítulo 4:

Adivina 

Selt

 

Me causa intriga que la esposa de Antonio De La Rosa no haya asistido al desayuno. Él la ha excusado con lo de su embarazo. La señora tiene casi ocho meses de gestación, a pocas semanas de dar a luz.

Él ha sido amable conmigo, no sé si sea por mi pasado con su familia o por petición de Damián. La realidad es que ni idea de qué tan cercanos puedan ser.

—¿Tiene planes para hoy? —pregunta el señor Antonio con esa inquisidora mirada que me hace ver en él al canciller Arturo.

Es posible que no he dejado el pasado donde se supone que esta, sepultado. Se me es tan difícil estar aquí y no recordarlos. Como abrir una herida que se creía sanada.

—Sí, voy a recorrer la ciudad. Me quedaré por algún tiempo y quiero visitar algunos lugares —la silla suena cuando la muevo para levantarme.

Mis habilidades sociales si antes, cuando era una jovencita estaban casi extintas, ahora con mis años de ausencia y soledad ni siquiera sé si pudiera encontrar un buen tema de conversación. Con Damián es otra cosa. El problema radica en conocer a nuevas personas. Se me hace más sencillo huir.

—Puedo disponer de alguien para que la acompañe —ofrece.

—No es necesario, puedo ir sola. Muchas gracias, con su permiso.

Aunque Cándida ya sentencio a las dos posibles víctimas de los rituales faltantes, no voy a desistir con buscar a Tanils. Quizás, la encuentre antes y toda esta maldición familiar se acaba de una vez por todas.

No puedo evitar detenerme a ver el retrato de Mia de nuevo. El tiempo pasa, pero en el alma los recuerdos se sienten como si hubieran ocurrido ayer. No tengo nada de ella para conservar, solo mis memorias que en ocasiones deseo no poseer.

Me retiro de la casa, antes de que el señor Antonio pueda objetar sobre mi salida sin compañía. En el corto momento en que estuvimos en la mesa pude percibir que es un hombre testarudo, cerrado y con la doctrina bien marcada de las limitaciones que debe tener una mujer.

Para lo que tengo pensado hacer en mi estadía en la ciudad no necesito de un sirviente detrás de mí.

La ciudad regente de los guardianes tiene ese aire que me recuerda a Enmerald, sus callejones, sobre todo. Desde que llegue no hago otra cosa más que recordar. Sentirme en el pasado.

No será fácil encontrar a mi hermana Tanils, pero quizás en esta zona donde comercializa cualquier cosa pueda conseguir algún indicio de los oscuros. Alguna marca o símbolo que muy pocos conocen, pero que yo recuerdo a la perfección. Si mi hermana no se encuentra sola, alguno de sus súbditos debe mezclarse entre la sociedad.

Recorro un par de puestos y todo parece tan normal, tan cotidiano que no existe espacio para conspiraciones. Camino entre la gente, sin darme cuenta estoy al final del callejón a unos pocos metros de una de las calles que conecta hacia Cirvius.

Una mujer vestida como una gitana no me deja avanzar. Se ha plantado delante de mí sin mediar palabra. Si me muevo a un lado ella hace lo mismo.

—¿Me puede dejar pasar? —pregunto con amabilidad.

—Ven acompáñame, debo decirte algo sobre tu futuro —se da vuelta y camina hacia un puesto cubierto por cortinas y un cartel que anuncia a una adivina.

¿Otra vez? ¡No!

Ya pasé por esto y no me quedo ninguna enseñanza gratificante. Parece que Mia desde el más allá, siempre busca la manera de ponerme a una adivina en medio para que lea mi futuro, ya sé cuál es mi futuro, el mismo que ha sido desde que no puedo envejecer, eso no necesito que nadie más me lo diga. Doy vuelta para retroceder y alejarme, pero agarran mi brazo.

—Nada de huir. Yo también quiero escuchar tu futuro.

—¿Qué haces aquí Damián?

—Bajé a ver cómo estaban las cosas por aquí, y te vi con la adivina —explica arrastrándome hacia el puesto de la mujer.

Levanta las cortinas y nos internamos en un espacio oscuro apenas iluminados por unas velas.

—Ya pasé por esto hace mucho tiempo Damián, lo último que quiero es que me lean la carta de las desgracias en mi vida —me suelto de su agarre.

Ya he tenido demasiadas.

—Toma asiento Selt, estoy segura de que quieres oír lo que te depara el destino —dice la mujer detrás de una mesita cubierta por un paño rojo.

No puede estar más equivocada.

Damián me empuja un poco más hasta que llego a la silla y no tengo más remedio que sentarme. Mantengo mis manos sobre mis piernas, lejos de ella.

—Necesito tus manos —la mujer tiende las suyas sobre la mesa, y espera a que yo haga lo mismo.

—¿Usted también? —pregunto molesta porque sea el mismo método que uso aquella mujer ciega en el pasado. Damián coloca mis manos sobre las de la mujer.

—Así está mejor —expresa satisfecho.

—Una muy larga vida —comienza diciendo la mujer. Le doy una mirada mortífera a Damián, él solo se encoje de hombros a la espera de que la adivina diga algo más interesante. Esto es una pérdida de tiempo—. Tienes un largo camino por recorrer y mucho por resolver. Y… —suelta mi mano derecha para trazar las líneas de la izquierda. Frunce el ceño por un momento, hasta pienso que le cuesta mirar más allá de una “larga vida”.




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