Capítulo 7:
Ataque
Selt
Dejo la oficina de Damián antes de que puedan ocurrírsele más preguntas. Él tiene una curiosidad insaciable. Además, la situación del cuervo es una alerta máxima para los guardianes y era momento de comunicarle al resto del concejo. Tienen decisiones que tomar y mi presencia allí no era necesaria. Mientras menos me relacione con el concejo mucho mejor, siempre tienden a solicitar mi presencia más tiempo del necesario. Algo así como tener con voz propia la historia de los oscuros para los nuevos estudiantes. Nada en lo que esté interesada.
Yo por mi parte no tengo mucho que hacer ahora. Regresar a la tienda del cuervo sería algo muy imprudente de mi parte, lo mejor es esperar.
—Sigue aquí.
Me detengo al escuchar la voz de Alonzo.
Las rejas de Cirvius se encuentran abiertas, voy de salida y parece que él también.
—Así es. ¿Vas de salida?
Retomo el andar, aunque no tengo prisa, permanecer en Cirvius demasiado tiempo no es muy bien visto que digamos. Muchos no se acostumbran aún a mi presencia.
—Sí. Voy a visitar a una conocida no muy lejos de aquí, parece que tiene un problema que no puede solucionar por si sola.
—Bien.
—¿Puede acompañarme?
Me detengo antes de cruzar la calle. Él va en la dirección contraria, y espera por una respuesta. Al ver mi interrogante, se apresura a decir:
—Una bruja con su experiencia podría ser lo que ella necesite.
Por lo pronto no tengo nada por hacer. Bueno por qué no.
—Claro. ¿Qué le ocurre a tu amiga?
Caminamos por la calle rodeando la institución, detrás se encuentran estrechos callejones entrecruzados con rectas edificaciones de ladrillo.
—Una de sus pequeñas hijas está teniendo problemas para controlar su magia. Hace un par de días casi destroza su propia casa en un momento de molestia incontenible. Y hoy, lastimo a su hermana mayor.
Nos desviamos a uno de los callejones. Esta zona es muy humilde, con muchas carencias. Pasamos a unos niños descalzos y con vestimentas deterioradas. Alonzo no se inmuta, solo sigue la marcha ignorando por completo la necesidad que abriga a los pobres chicos.
Me detengo un momento. Coloco un par de monedas en las manos de los niños antes de continuar.
—¿Has hecho una fortuna con tu inmortalidad? —pregunta cruzando hacia otro pasillo.
—¿A qué se debe la pregunta?
—Regalas monedas que son difícil de adquirir.
—Me gusta ayudar a quién lo necesita.
Él se detiene frente a una puerta desgastada.
—Hemos llegado —dice y toca.
Esperamos unos dos minutos hasta que abren la puerta. Una mujer de cabello rizado tan oscuro como la noche nos da la bienvenida. Queda perpleja al verme, no sé si por quien soy o, no esperaba que Alonzo traerá compañía. Su vestido es sencillo y cubre sus pies descalzos, el cabello un poco alborotado y marcadas media lunas debajo de sus ojos.
—Tranquila. Viene conmigo —dice Alonzo.
Ella asiente y nos permite ingresar a su casa.
Hay muy poca luz. Parece que estuviéramos ingresando a una caverna. Solo cuenta con un par de lámparas, la sala no posee más que un juego de muebles donde yacen sentados dos jovencitas, una de ellas, la mayor tiene un corte poco profundo en el lado izquierdo de la frente, las manos juntas sobre sus piernas y tiembla.
—¿Dónde está? —pregunta Alonzo.
—En la habitación —responde la mujer.
—¿Por qué hay tan poca luz? —inquiero.
—De un tiempo para acá las lámparas no iluminan más de lo que puede ver, señora —explica.
Ilumino el lugar con pequeñas esferas de fuego azul y sombras en las paredes se mueven, huyendo hacia una de las habitaciones. ¿Sombras? La última vez que presencia algo parecido estaba en el bosque e intentaron lastimarme.
—¿Ella se encuentra en esa habitación? —señalo por donde se han ido las sombras.
—Sí, así es —la mujer está nerviosa. ¿Cuánto tiempo tendrán las sombras perturbando a sus hijas?
—¿Puedes hacer algo?
—No lo sé, pero puedo intentar algo —camino hasta la habitación. Coloco la mano sobre la madera y empujo la puerta, despacio.
Nunca tuve la oportunidad de enfrentarme a las sombras. Aquella primera vez que las vi, no supe qué hacer para defenderme. Ni siquiera conocía de su existencia hasta que Cándida me aclaro el pasado de mi madre.
Doy un paso dentro. La niña está en un rincón al lado de la cama. Tan asustada de lo que se mueve en las paredes que no se ha dado cuenta de mi presencia. Sus ojos enrojecidos están fijos en las sombras.
Cierro la puerta. Ellos se percatan de que estoy dentro. La niña también.
—Hola. Mi nombre es Selt. ¿Cómo te llamas?
La niña tiembla. Intenta fundirse más con la esquina, pero es imposible. Ya no hay más a donde ir.
—Soy Melisa. Ellos quieren que lastime a la gente —dice entre gimoteos.
—Ellos se irán y ya no volverán a molestarte, ¿está bien?
Toco la pared y una capa de escarcha se extiende por toda la habitación. La temperatura baja hasta que siento el frío acariciarme la piel.
Las sombras quedan atrapadas entre los picos de hielo que comienzan a formarse, no creo que esto las destruya, pero definitivamente las debilitara por un tiempo. Intentan huir, se unen en una sola sombra que levita en medio de la habitación. Solo oscuridad en movimiento.
Del techo emergen garras heladas que se entrelazan hasta contenerla en una esfera grande. Mi magia es todo lo contrario a lo que representan mis hermanas, hasta mi propia madre. Un poco de luz la mantendrá lejos hasta que consiga una solución permanente.
La esfera se revienta y una luz cegadora ilumina toda la habitación. La niña se cubre los ojos. Desvió la mirada un momento. Las sombras se han ido, por ahora.
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Editado: 11.03.2024