Capítulo 6:
Venganza
Sergio
Mis días y noches están plagados de recuerdos. Algunos maravillosos y otros que calcinan el alma. A veces, me pierdo detallando cada rasgo de Selt, temiendo olvidar la inocencia que siempre proyecto su mirada carmesí, sus delgados labios sonriéndome, el blanco de su cabello, las curvas de su cuerpo… Lo que es una tortura, una dulce tortura. Idealizarla sin poder alcanzarla. Verla en mis memorias es mi elixir de vida. Saber que la veré de nuevo, algún día, me sostiene y me mantiene lucido en medio de este infierno.
Ella es tan diferente a sus hermanas, con una entereza y fortaleza con la que siempre mantuvo sus habilidades sin hacer uso de ellas para dañar a otros. En las pocas ocasiones en que expuso la magnitud de magia fue para defenderse, para intentar proteger a su amiga, proteger a todos.
Mi amor por ella sigue tan intenso como esa primera vez que la vi, no me arrepiento haber aceptado ir a Enmerald en busca de la bruja que dirigía una secta, gracias a ello la conocí. Nunca imagine que una de las Riquelme pudiera robarme el corazón, y aquí estoy suspirando por ella, aunque no puedo verla, ni sentirla.
El exceso de tiempo libre es una maldición cuando hay tanto por cuestionar del pasado, los errores cometidos hacen un desfile entre los pasillos de mi memoria pinchando mí ya pisoteado y humillado ego. Pase de ser un guardián a estar esclavizado por los oscuros, eso no es lo peor, estoy marcado como uno de ellos.
La marca, una estrella de cinco puntas dentro de un círculo y una serpiente de dos cabezas, una en cada extremo, cubre mi mejilla izquierda. Una tinta negra que no puede ser removida, lo he intentado todo, uno de mis últimos intentos fue rasgarme la piel, sin que me importara el daño que le acusara a mi cara. Con los días, allí donde clave mis propias uñas había sanado y la maldita marca seguía intacta, como si nunca me hubiera arañado la mejilla.
En ese momento entendí que mientras esté atrapado, no existe nada que este a mí alcanzase para hacerla desaparecer. Además, quizás tenga que recurrir a la magia y dentro de estas cuatro paredes es imposible. Encontrar algún brujo que se atreva a removerla, es otro puente por cruzar.
Transcurrió mucho tiempo desde la última vez que vi la luz del sol. Tanils se aseguró de mantenerme excluido del mundo. Calculo que han pasado más de cien años desde que Enmerald fue sepultada. En ocasiones, imagino regresar a casa y siempre la encuentro, vacía. Mis padres ya deben de estar muertos y mi esposa, no sé dónde podría estar. En mi cabeza, en mis sueños, soy libre para buscarla y la realidad destroza mis anhelos. Me devuelve al estrecho calabozo, de paredes húmedas y frías, con la poca luz que se filtra desde el pasillo. No hay mucho en este lugar, una pequeña e incómoda cama a la que me he tenido que acostumbrar, una mesa donde reposa una jarra con agua y un vaso. Los pocos libros que he obtenido están apilados en el suelo, en una esquina. Una cesta tejida tiene dos pantalones y unas pocas camisas. Y, eso es todo.
Una vida de incomodidades es lo que me ofreció los oscuros, nada más que ser un prisionero por la única razón de que no me vuelva a reencontrar con mi amada.
El peso del pasado es una carga que no podre soltar hasta que los oscuros dejen de existir, pero con cada día que pasa se les suma un nuevo integrante y la secta, ahora liderada por Tanils Riquelme, ha resurgido de los escombros de Ciudad Desértica.
Es impresionante lo lento que pasa el tiempo entre cuatro paredes, siento que he vivido una eternidad.
—«Alguien viene» —anuncia una voz grave. Pertenece al compañero que la muerte me ha obligado a tener. El demonio que poseyó mi cuerpo y con quien comparto un estrecho lazo.
Al principio me atormentaba su voz, pero con el pasar de los años uno se acostumbra. Mandarlo al infierno en reiteradas ocasiones no funciono como esperaba, mi cuerpo es nuestro infierno compartido.
Me levanto de la cama que chirría con cada movimiento, y camino hasta la reja. Un corto pasillo da a una puerta que conecta a unas escaleras hasta llegar a la casa. Me encuentro en lo que sería el sótano.
Espero a que abran la puerta. Pero no ocurre nada.
—¿Estás seguro? —pregunta en voz alta.
Convivir con el demonio en un principio fue exasperante. Haber regresado a mi cuerpo conllevo a que él tuviera una pequeña ventana en su infierno. Lo único que se dé él es que es medio demonio, hijo de una bruja y un ser de la oscuridad. Hermano de Sonia Riquelme, quien hizo un infierno para él, donde ha permanecido siglos. Ese lugar en el que estuve es su cárcel. Desconozco los detalles, Selt nunca dijo más que eso y él en muy poco comunicativo.
—Viene bajando la escalera, lobo—dice con un toque de diversión—. Recuerda que es una anciana.
Él por momentos está dentro de mi cabeza, y en otros es una sombra capaz de movilizarse por la casa. Hasta él tiene limitaciones. Ser el portador de la oscuridad de la secta no le da ningún tipo de privilegio, por el contrario, su cárcel es peor que la mía.
Mis oídos captan los pasos hasta detenerse. El débil sonido de engranajes en movimiento y, abren la puerta. Una mujer de unos sesenta años camina con lentitud, como si un pie le pidiera permiso al otro para avanzar. Su cabello rizado, que hasta hace un par de años atrás era marrón, ahora es gris. Las arrugas en su rostro indican el final de un ciclo, en el que la muerte no lo alcanzará, sino que ese cuerpo viejo y maltratado por la vida, sufrirá un cambio que la llevará a ser una niña de ocho años, otra vez.
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Editado: 11.03.2024