Oscuros. Origen de los oscuros. Guardianes 3.

Capítulo 24: Cacería

Capítulo 24:

Cacería

 

Sergio

Desde aquella noche, en que las primeras víctimas tiñeron de sangre el maltratado piso de madera de la casona del cuervo, el desfile no se ha detenido, muchos entran y nadie sale, al final, no queda ni huesos ni cenizas por esparcir, ella lo consume todo, cada gota, cada trozo.

La sed de vida que crece en su interior es insaciable. Cada vez, es más exigente, las presas deben tener algún vínculo con la magia, es como un ingrediente añadido. Alimentar a la bruja oscura es prioridad.

No estoy muy seguro de en qué se ha convertido Nariel, de lo que sí, volver de la muerte es una condena, un calvario que intenta evitar con poco éxito. Su nueva oportunidad, como ella misma ha dicho en incontables ocasiones, está sujeta a arrebatar la preciada esencia de otros, extraer el alma y consumir el recipiente. Una dieta cuidadosa, minuciosa, para no llamar la atención.

A pesar, de que los oscuros han reclutado nuevos peones para su próxima jugada. Lo que mejor han hecho los últimos sesenta años es desaparecer del radar de los guardianes, como si Nariel, la aclamada heredera de la oscuridad nunca hubiera cruzado la puerta de la cabaña y poseído el cuerpo de una inocente jovencita, que justo ahora ocupa su lugar en el cálido y familiar infierno Riquelme.

Las crueles y malvadas brujas tienen debilidades y son tan mundanas como las de cualquier otra criatura. Nariel, por ejemplo, cada tres días está más cerca de volver con su madre que cumplir con sus objetivos en este mundo. Justo ahora, se encuentra en el tercer día y su aspecto es cadavérico, el contorno de los ojos hundidos y violáceos. Sus movimientos se vuelven limitados, ir de un lugar a otro en la misma habitación es como mirar avanzar a una tortuga. Lo único que mantiene un fulgor de vida son sus ojos, vibrantes en carmesís. Inyectados de esa maldad que una vez tuvo si madre, la muy conocida bruja con ojos de demonio.

A Nariel no le falta mucho para ser digna heredera de ese título, es un círculo, sin inicio ni fin. Por lo menos no uno evidente, porque destronar a la familia Riquelme, los oscuros, es lo más difícil que me ha tocado vivir. Parece mentira que hayan pasado siglos desde que me fue asignado una sencilla tarea, encontrar a la bruja oscura. Ella está muerta y yo atrapado en su maldita herencia, con el mismo objetivo, pero con más obstáculos.

Usando una cadena invisible. Sonia estaría más que satisfecha de presenciar mi humillación y derrota. A pesar de que he tenido pequeñas victorias, es cansón la espera de una definitiva.

Hoy, el cielo tiene ese tiñe rojizo como un aviso de la depravada hambre que posee la bruja. Todo estuvo muy quieto desde que el cuervo, junto a otros salieron de cacería. Pronto arribará el anochecer y el tiempo se agota.

—¿Dónde está Simón? —exige, con su mejor entonación a pesar de la fatiga que acompaña su voz.

Cierro la libreta y giro desde mi posición en la ventana.

Se detiene en la puerta de mi habitación, con ambas manos a cada lado del umbral. La bata que viste llega a sus rodillas, una tela blanca que se ha vuelto amarillenta sobre esa piel que exuda un fétido olor, las delgadas piernas pareciera que se fueran a quebrar en cualquier momento. Si el mundo viera lo que queda de ella, no le temerían tanto. Si no llevará está maldita marca en mi rostro, como una cadena en el cuello… Nariel no es más que un cascarón y no puedo deshacerme de ella.

Las sombras no la abandonan ni un solo segundo de su existencia. Ya lo intenté una vez, alcance sujetar su cuello entre mis garras y presioné lo suficiente como para quebrarle el cuello. Lo que no llego a suceder, las sombras se alzaron en mi contra y rebanaron mi piel con filosas uñas. El ataque duro unos escasos minutos, tiempo en el que manos esqueléticas arañaron hasta hacerme sangrar. Defenderme no fue posible, mis garras nunca alcanzaron a ninguna sombra, pero ella si a mí.

—¿Se supone que debo saber? —encaja las uñas contra la madera y gime por el esfuerzo. No es un secreto que el demonio y yo tenemos, cierto, vinculo—. Parece que lo has olvidado. Tu cerebro no se encuentra en buenas condiciones, seguro que la sangre no circula, bien. Te lo voy a recordar. Simón es un demonio, atrapado en la cabaña. ¿Dónde está? En la cabaña, es obvio.

Rechina los dientes. El contacto de sus uñas contra la madera ocasiona fricción y un poco de humo sale de sus dedos. En resumen, ella se encuentra inestable, tanto física como en todo lo relacionado a la magia.

—¿Vas a acabar con tu propio suplicio y te vas a quemar? O, ¿intentas amenazarme de alguna manera?

Dado que atacarla no es sensato, sacarla de quicio es buen pasatiempo dado mi encierro. No regrese a una celda o diminuto sótano, sin embargo, eso no cambia que sigo preso en el limitado terreno de esta casona. La invisible cadena no me deja ir muy lejos.

—¡Maldito lobo! Tenías que haber muerto. Debería poder matarte —le doy mi mejor sonrisa, eso suele molestarla mucho más, en nuestra última conversación, su magia desbordó sobre sus brazos chamuscándole la piel. De las mismas formas en que estoy limitado para extinguir su vida, ella también lo está conmigo—. Ríe. Ríe, Sergio. Hoy no puedo matarte, quizás tampoco mañana, pero llegará el momento en que terminaré lo que inicie y tú, lobo, dejaras de existir, y otro ocupará tu lugar.




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