Capítulo 31:
Reencuentro
Selt
Sus amenazas quedan suspendidas en el aire. Un leve temblor agita el suelo hasta resquebrajarlo, una delgada línea desigual y con excesivas ramificaciones que se forman en medio de ambos. Parece algo insignificante, pero no es así, él se vuelve oscuridad y se desvanece, dejándome en compañía de las sombras, hambrientas y desesperadas.
Las ruinas se desdibujan, como una ilusión perdiendo fuerza. Las sombras arremeten, apenas y recojo un poco la falda y corro en cualquier dirección. El vacío, la cruda oscuridad, se lo traga todo. Mi pecho aletea como un ave enjaulada que se golpea contra las rejillas. Mis recuerdos se vuelven una maraña ante mis ojos, el pasado gira como una bola a mi alrededor. Ya he vivido esto, en otro tiempo, en otro lugar. Perseguida y atormentada, a diferencia de que esta vez no hay quien venga por mí.
Una salida. Debo encontrar alguna ranura que me lleve de regreso a… El ardor me paraliza, reduce mi andar hasta que no puedo seguir. Mis manos liberan la tela. El pánico me impide reconocer donde fui herida. El aliento helado y nauseabundo de las sombras es lo único que me permite establecer que estoy rodeada, y paralizada. Como un enjambre de espinas a mi alrededor.
Una de las sombras se alza frente a mí. Me obligo a mover las manos, los giros son torpes y lentos, solo alcanzo a convocar unas pequeñas e insignificantes chispas azules.
—Tu magia no sirve en este mundo, bruja —su voz desata temblores por todo mi cuerpo, lo poco de magia que despertó en mis venas se esfuma de inmediato. El dolor recorre mis piernas, pinchazos suaves que merman mis fuerzas—. Tu lucha se acaba aquí, como todas las anteriores a ti.
La oscuridad cambia de nuevo, altos árboles se alzan intentando alcanzar un despejado cielo. No estoy seguro si es mi necesidad por salir de aquí, o un truco de las mismas sombras para torturarme. El escenario muestra los alrededores donde se encuentra posicionada la cabaña. Las garras de las sombras trepan, cubriendo mis extremidades, el cuello… este puede que sea mi final, el que tanto he esperado. Debería sentirme tranquila de que todo acabe, sin embargo, sé que estaré atrapada, ocupando esa silla, siendo una más de esas mujeres.
He fallado.
Cierro los ojos, razón tenía Cándida al preocuparse, y yo, me confié demasiado.
Un rugido silbante me saca del delirio. La cabaña está allí y la puerta se encuentra abierta. Las sombras me liberan y se forman, sin dejarme ir por completo. No sabría decir de donde sale la pantera, de lo que estoy segura es que la conozco.
En vez de aprovechar la distracción de la bestia atacando, luchando y ahuyenta a las sombras, me pongo a llorar. Si hay algo que nunca he podido olvidar, es su cuerpo desangrándose en medio del ritual, su vida extinguiéndose y yo… sin hacer lo suficiente para salvarla. Por ser una tonta con demasiado poder, llegar tarde…
—¡Oh, niña! Deja de llorar. Ven aquí. Deprisa.
¿El señor Henry? Es él, después de tantos años, está aquí.
Arrastro mis pies en dirección a la cabaña. Cándida, nunca me ha permitido ir más allá del porche. Jamás he cruzado esa puerta. ¿Es seguro ir allí? No me importa, da igual que ocurra después de entrar, lo que más quiero es abandonar este mundo donde solo me espera una eterna condena de esclavitud.
Tiro la vista sobre el hombro. La mayoría de las sombras han huido, otras están hechas pedazos en el suelo, no hay sangre, pero los cuerpos que ocupan en este mundo sí sufren los embistes de la bestia. Ella también porta sus propias heridas, y, aun así, la batalla continua.
Alcanzo los peldaños, me apoyo en el barandal. Henry, agarra mis manos, se siente cálida, como si la muerte no lo hubiera reclamado ya hace mucho tiempo. Me ayuda a subir.
—¿Eres tú? —no puedo evitar la pregunta, aunque suene tonta.
Sonríe, sus pulgares limpian las lágrimas de mis mejillas.
—No te preocupes, niña. No soy una ilusión, tampoco producto de tu imaginación. Estamos aquí. Vamos a regresarte al lugar donde perteneces.
—¿No he perdido?
Sus manos bajan directo a mis hombros. Resulta que ahora, soy un poco más alta que él.
—Por supuestos que no. Aún queda mucho que hacer.
Lo abrazo.
—Lo lamento tanto, Henry.
—No. No, te permito que te culpes por mi muerte —se deshace del abrazo para mirarme a los ojos—. Yo hice elecciones, tomé decisiones, y aunque me arrepentí al final, cada una de ellas fue lo que me llevo a la muerte. ¿Está bien?
Asiento.
—Algo más. Es importante. Sé que las visiones te han causado mucho sufrimiento, un aviso anticipado de lo que no puedes cambiar o impedir, pero, a través de ellas, se está abriendo una ventana al pasado a la que deben prestarle mucha atención.
—No los evadas —Mia sube los peldaños, sus ojos brillantes en ese intenso y salvaje violeta. Mi mejor amiga, cuidándome la espalda aun después de la muerte, cuando yo no fui capaz de protegerla de mi propia familia—. Toma el control de las visiones, y mueve las manecillas del reloj tan atrás como puedas, enfócate en el origen.
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Editado: 11.03.2024