Oscuros pensamientos

Dejar de combatir es comenzar a morir (I)

El sol se hizo presente por la rendija de la ventana a medio cerrar; fue como una estocada en mis ojos. Pasé toda la noche trabajando, tenía que terminar los informes. Sin embargo, lo que más necesitaba hacer era no pensar en mi enemigo. Mejor dicho, en mis dos enemigos: mi fantasma y el asesino que acecha a Coverwall. Aunque no soy un detective, me apasiona investigar y he armado mi propia investigación guiándome por lo que dicen los medios de comunicación. Tanto es así que creo que conozco más a este asesino que él mismo.

—Pero ¿tú eres quien lo tiene que atrapar? —es la pregunta que me hizo Jess, mi esposa. La respuesta lógica sería que no. Pero siento que debo hacerlo, quiero demostrarme que puedo hacerlo. Aunque no soy como él, mi fantasma de matar siempre se hace presente y toma posesión de mi mente, de mi ser. Quiere que salga y acuchille a alguien, tiene el gran deseo que un río de sangre moje sus pies, que los gritos de desolación sean un sonido armónico. Quiere que acabe con las personas que más amo. Que me quede solo y solo así él puede ganar.

¿Qué gana?

Nunca lo sabré.

¿Por qué quiere generar daño?

Tampoco lo sé.

Es una maldita sensación que me estruja el alma hasta sentir que se desangra.

—Mejor me dirijo a la oficina —digo en voz alta mientras cierro la puerta detrás de mí.

Las veredas de Coverwall son tranquilas en las primeras horas de la mañana, es una ciudad atestada de automóviles y de peatones que no tienen en consideración los colores de semáforos, en mi vida he presenciado infinidad de accidentes, por ello me gusta caminar en las madrugadas cuando la mayoría de las personas aún no salen de su hogares. La zona central posee grande edificios de veinte pisos o más con sus vidrios polarizados y grandes carteles luminosos, y las afueras, barrios de diferente escala social. Yo vivo en una de las áreas más tranquilas, al este, donde aún el crimen no ha clavado sus garras. La mayoría del tiempo la gente se dedica a trabajar y no todos son buenos vecinos. En obvio que suceda, la desigualdad económica puede generar conflictos y malos humores. Lamentablemente Coverwall no es tan grande como los políticos desean que sea, ni tiene deportistas o científicos que puedan distinguirla. Esta invadida de terror y miedo desde que el asesino llamado Oscuro la colocó en las primeras planas, hace más de tres años que la ciudad esta en los titulares de los grandes noticieros.

Su predilección son las mujeres jóvenes, bellas y solteras. Nadie entiende su accionar, como nació, por qué lo hace, qué lo motiva, si se excita, si es por odio... Los mejores criminólogos no han podido desenmarañar los acertijos que este ser tenebroso deja en cada muerte. Posee un cierto modus operandi pero no ayuda a dar con su identidad. Se creen tantas cosas pero solo se sabe que se ganó ese apodo por su forma de descartar los cuerpos de sus víctimas.

 Llego a la oficina y me recibe Richard, un compañero desagradable, de estatura normal y con cara de pocos amigos. Su traje preferido de color marrón desgastado lo usa toda la semana, tal vez nunca lo lavó, tiene olor a tabaco barato, no usa perfume y los dientes amarillentos me producen náuseas cuando los veo. Elige un peinado hacía los costados para esconder su calvicie. Me mira con su rostro serio, se levanta la manga y se señala el reloj porque llegué cinco minutos tarde.

—No estoy de humor para tus reproches —advierto mientras lo esquivo.

—Aquí no se hace lo que uno desea, sino lo que se debe hacer, hay reglas que cumplir. —Coloca su mano derecha en mi hombro.

—Tú no eres mi jefe, y jamás lo serás. —Tengo tantas ganas de quebrarle todos los dedos y, mientras lo veo gritar, cortarle la garganta para que se ahogue con su sangre—. Mejor dedícate a tus tareas. —Le esbozo una sonrisa y sigo mi camino.

—Este asunto no quedará aquí —dice en voz baja.

Me tiene sin cuidado lo que Richard diga o piense, solo me preocupa que mi fantasma me despoje de mi humanidad cuando la situación es intolerable, estresante e insostenible. Cuando eso sucede el mundo, mi mundo, se oscurece y todo gira en torno a la muerte, es por eso que me obligo día a día a contar hasta ciertos números para sostener la cordura, o pensar cosas banales que me retiren de las tinieblas. No es sencillo, nunca lo fue, al enojarme fluye como un torrente incontenible de una lava destructiva. Conseguir un paredón de contención no es tarea fácil, sin embargo, nunca dejo de intentarlo.

No deseo convertirme en una persona que se alimente del dolor, que tenga sed de sangre, porque los que realizan esas acciones son los asesinos, ellos matan por placer, para ver a sus víctimas clamar por sus vidas; tener el poder de un Dios, tener en sus manos la posibilidad de quitarle a alguien su más preciada posesión. Desde que era adolescente y por alguno de los tantos traumas que tengo guardados en mi inconsciente, nació el imaginario de hacer daño a mis seres queridos, pero mi consciente es más fuerte, mi amor por ellos es aún más grande. Nadie va a sufrir por mí… sin embargo, ahora ese ser sombrío quiere que vaya más allá, quiere que ataque sin distinguir, mientras haya sufrimiento, es su única misión. Siempre me cuestiono si desea que el sufrimiento sea de un tercero o el propio, es como una maquina autodestructiva alimentada del dolor ajeno. Se vuelve difícil detenerlo, no me interesa salvar a las demás personas tanto como a mi familia.




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