“Julia era cocinera en un hogar para niños. Amaba a los niños y tenía pasión por la cocina. Los chicos esperaban las horas de la comida y se deleitaban con las delicias que ésta señora ponía a la mesa. Ni hablar de los postres que hacía. Una vez Julia quiso sorprender a los niños y cocinó ositos de gominola de variados colores: rojos, azules, amarillos, verdes, y muy brillantes.
Raúl era un duende doméstico que vivía allí en el hogar. Algunas veces se dejaba ver por el rabillo del ojo y otras se hacía pasar por algún pájaro o ratoncillo. Este duende era muy travieso. Aquella noche encontró los dulces en forma de osito e hizo un hechizo. Al día siguiente cuando Julia les dio los ositos de gominola a los niños, éstos a medida que los comían, se iban poniendo del color del osito que comían. Algunos eructaban burbujas de colores y otros largaban fuegos artificiales.
Julia sospechó de Raúl porque aunque no se dejaba ver sabía que existía porque siempre le faltaban alimentos de la cocina. Así que intentó darle una lección. Aquella tarde ella cocinó unos brownies que al verlo se te hacían agua la boca pero tenían un condimento especial: pimienta. Cuando llegó la noche, Raúl se paseó por la cocina y encontró éstas delicias. Enseguida se lanzó hacia los brownies. Pero empezó a estornudar tan fuerte que todos los niños y Julia se despertaron. Cuando fueron a la cocina, allí estaba el duende largando fuegos artificiales por la boca, nariz y oídos. Cuando lo vieron se descostillaron de la risa toda la noche. Raúl no volvió a tocar nada de la cocina y se limitó a pasear solo por los rincones del hogar. Había aprendido la lección.”