Acababa de ponerme ropa seca cuando alguien llamó a mi puerta. Me acerqué para abrir y allí estaba el rubio. Su cabello estaba despeinado, y sus ojos, más oscuros de lo habitual. Se apoyaba contra la pared frente a mi habitación. Tenía las manos en los bolsillos de sus pantalones deportivos grises. La camiseta se tensaba bajo la presión de sus músculos pectorales.
Nos miramos fijamente a los ojos, sin decir palabra. Me aparté a un lado, invitándolo en silencio a entrar en la habitación.
—Pensé que volverías a tener frío y no podrías dormir —me dijo con voz grave.
—Gracias por venir. Yo nunca me habría atrevido a ir —sonreí, bajando la cabeza.
Se quitó la ropa, quedándose solo en boxers. Me sorprendió, porque ayer al menos llevaba pantalones cortos. Intenté no bajar la mirada por debajo de su cuello. Había mucho que mirar en todas partes… y ya lo había sentido ayer, cuando casi estaba sentada sobre él en el agua.
Se rió de la expresión de mi rostro.
—Tranquila. Inhala y exhala lentamente.
—No te tengo miedo, por si acaso —respondí con descaro, apartando la manta.
Nos acomodamos en la cama, yo aún guardando distancia. Subí la manta hasta el cuello.
—¿Sabes que conmigo estás a salvo? —me preguntó, girando la cabeza hacia mí.
—Por alguna razón estoy segura de que no me harías daño.
—Ven aquí conmigo.
Abrió sus brazos para que apoyara la cabeza en su hombro. Me rodeó con el brazo y me acercó más. Al principio permanecimos en silencio. Solo se escuchaban los latidos de nuestros corazones.
—¿Alguien te espera en casa? —añadió tras unos segundos—. Me refiero a algún chico.
—Si tuviera a alguien, no estaría aquí abrazándote.
—Me será difícil despedirme de ti mañana.
Levanté la cabeza y lo miré a los ojos, esperando lo que diría después.
—Quédate con nosotros un par de días más.
—Lo siento. Tengo billete para mañana y además vendrá alguien aquí. Me lo dijeron con antelación.
—No es un problema. Puedo alquilar una nueva cabaña para nosotros.
—No puedo aceptar eso. Ya han hecho demasiado por mí —dije con una sonrisa triste, bajando la mirada—. Lo siento.
Sasha me tomó del rostro, lo giró hacia él y atrapó mis labios con los suyos.
Me besó con cuidado, acariciando suavemente con sus labios. Hundió su mano en mi cabello, jugueteando con él. Con la otra mano recorrió mi espalda. Pasó las yemas de los dedos por las partes descubiertas de mi piel, provocándome escalofríos y mariposas en el estómago.
Pasamos horas besándonos, incapaces de separarnos. Nos quedamos dormidos, abrazados con fuerza, casi al amanecer.