Otoño Eterno

Capítulo 4: Mercado de medianoche

Lucian

El mercado de medianoche de Ravenwick no había cambiado. Oculto bajo los pasajes traseros de la plaza, se abría solo para aquellos que sabían cómo encontrar la entrada. El aire allí estaba impregnado de humo, especias y magia cruda. Brujas, vampiros, lobos y criaturas que nunca aprendieron a tener nombre se mezclaban entre puestos iluminados por velas flotantes.

Caminaba por los pasillos como si nunca me hubiera ido. Algunos me reconocieron de inmediato y apartaron la mirada. Otros susurraron maldiciones que, por supuesto, no surtieron efecto. Me gustaba esa mezcla de miedo y fascinación.

Lo que no esperaba era verla allí.

Seraphina avanzaba entre los puestos, observando frascos de cristal y pergaminos antiguos. Su capa verde se distinguía entre la multitud como una hoja que se niega a caer. Nyx caminaba a su lado, con la cola erguida, como si él también inspeccionara el mercado.

No pude resistirme. Me acerqué.

—Si sigues visitando los mismos lugares que yo —murmuré cerca de su oído—, la gente empezará a hablar.

Ella se giró con rapidez, ojos verdes destellando furia.
—Prefiero que hablen a que piensen que camino contigo.

Sonreí. No podía evitarlo. La molestia en su voz era música.
—Y sin embargo, aquí estamos.

No hubo tiempo para que replicara. Un chillido cortó el aire, seguido de un estallido de cristales. Las velas se apagaron al unísono, y la oscuridad cayó sobre el mercado.

De la sombra surgieron figuras que no pertenecían a ninguna de las razas conocidas. Criaturas alargadas, con garras relucientes y ojos vacíos, avanzaban sobre los puestos, derribando mesas y atacando a cualquiera a su alcance.

El caos estalló. Gritos, chispas de magia, colmillos expuestos.

Sentí un movimiento detrás de mí y reaccioné instintivamente, girando para atrapar a una de esas criaturas por la garganta. La levanté y la estrellé contra el suelo, pero no sangró. Solo se deshizo en humo.

Seraphina a mi lado ya había trazado un círculo protector con sal brillante. Sus labios pronunciaban un conjuro rápido mientras Nyx bufaba hacia la oscuridad.

—¡Qué diablos son estas cosas! —grité, arrancando un poste de hierro para usarlo como lanza.

—No lo sé —respondió, la voz firme pese al caos—, pero no son naturales.

Una criatura saltó hacia ella, y no pensé: me lancé de inmediato, clavando el poste en su pecho. El humo me envolvió, quemando como ácido, pero Seraphina quedó a salvo dentro del círculo.

Luchamos espalda con espalda, ella lanzando destellos verdes que reducían a los monstruos a ceniza, yo destrozando a golpes a los que lograban acercarse. Y por un instante, olvidé todo lo demás. Olvidé el odio, las acusaciones, la historia. Solo importaba sobrevivir.

Cuando el último chillido se apagó y el humo se disipó, el mercado era un campo de ruinas. Los puestos ardían lentamente, y los sobrevivientes se agrupaban, temblando.

Yo respiraba con dificultad, la camisa rasgada y las manos ennegrecidas. Seraphina, de pie a mi lado, tenía el cabello revuelto y el rostro iluminado por las brasas. Su mirada se cruzó con la mía.

Ninguno dijo nada. No hacía falta. La alianza había nacido en medio de las sombras, aunque ninguno de los dos quisiera admitirlo.

Y, en el fondo, supe que Ravenwick acababa de recibir una advertencia.

Una guerra se acercaba.




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