Seraphina
El bosque de Ravenwick siempre había sido un refugio para mí. La bruma entre los robles, el crujido de hojas bajo las botas, el canto de los cuervos al amanecer… todo tenía un ritmo que calmaba mi magia y mi mente. Pero aquella mañana, el bosque respiraba distinto.
El aire era denso, húmedo, como si la naturaleza misma contuviera la respiración. Nyx caminaba delante de mí con el lomo erizado, cada tanto lanzando un maullido bajo que reverberaba demasiado fuerte para ser casual.
—Lo sé —le murmuré—. También lo siento.
Los rumores habían llegado al pueblo antes que la noticia oficial: un cuerpo hallado en el claro del río. Cuando el Consejo envió a un grupo de brujas a investigarlo, no dudé en unirme. Selene, por supuesto, me había lanzado una mirada desaprobadora, pero no podía detenerme. Había algo en mi interior que me empujaba, un presentimiento oscuro que no lograba sacudirme.
Llegamos al claro al amanecer. Las ramas parecían inclinarse hacia nosotros como testigos mudos. Y allí, tendido en la hierba húmeda, estaba el cadáver.
Un joven, quizá de dieciocho años. Su piel estaba tan pálida que parecía mármol, y dos marcas rojizas decoraban su cuello como una firma cruel.
—Mordedura de vampiro —dictaminó una de las brujas del Consejo, su voz impregnada de repulsión.
Un murmullo recorrió al grupo. Todas las miradas se volvieron hacia mí, aunque yo no había dicho nada. Mi estómago se encogió.
Lucian.
Era lo obvio. Lo fácil. El pueblo llevaba décadas con un enemigo predilecto, y ahora que había regresado, ¿qué mejor culpable?
Me arrodillé junto al cadáver, ignorando el gesto de advertencia de Selene. Coloqué mi mano sobre la frente helada del muchacho y cerré los ojos. La magia fluyó en un hilo fino, buscando rastros, ecos, cualquier sombra de lo que había ocurrido.
Imágenes borrosas me golpearon: gritos en la noche, un resplandor carmesí, garras que no eran garras humanas. Y luego… humo. Oscuro, denso, devorando todo.
Abrí los ojos de golpe, el corazón latiendo con violencia.
—No fue un vampiro —dije, la voz temblando más de lo que quería.
Las demás brujas me miraron con incredulidad. Selene frunció el ceño.
—Seraphina, no te precipites.
—Lo vi —insistí, apretando los puños—. Sí, hay marcas, pero no eran colmillos. Era… otra cosa. Algo que imitó la mordida.
Alguien detrás murmuró:
—¿Y quién más podría hacerlo, si no un Duskborne?
Me giré, fulminando a la bruja que había hablado.
—No sabemos qué clase de criaturas surgieron anoche en el mercado. No sabemos qué las controla. Pero culpar a Lucian no nos acerca a la verdad.
Selene me tomó del brazo, sus dedos fríos como hierro.
—Cuida tus palabras. Defender a un vampiro exiliado frente al Consejo no es prudente.
Me solté con brusquedad. Prudencia… siempre la misma palabra, siempre el mismo peso en mi pecho.
Cuando regresamos al pueblo, los rumores ya corrían como pólvora. “Lucian ha vuelto y los muertos también.” “El vampiro rompe la tregua.” “El fin de Ravenwick está cerca.”
Esa noche, mientras cerraba mi tienda y Nyx se enroscaba en mi regazo, no pude evitar pensar en él. En cómo había luchado a mi lado en el mercado, en cómo su mirada era demasiado astuta para pertenecer a un asesino descontrolado.
Y sin embargo, la sombra de la duda se alargaba. ¿Podía confiar en lo que vi, o estaba cegándome a propósito?
El bosque no mentía, pero Ravenwick sí.
Y yo necesitaba descubrir quién estaba detrás antes de que todo ardiera.
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Editado: 18.08.2025