Lucian
La noche de Samhain siempre había sido especial para los vampiros. Era el único momento del año en que el velo entre los mundos se volvía tan delgado que hasta nosotros podíamos sentir el palpitar de la magia antigua. Pero esa vez, con la tregua colgando de un hilo y esas cartas en nuestra memoria, la celebración se sentía distinta.
El Consejo organizó una ceremonia conjunta: vampiros y brujos reunidos en un mismo círculo. Antorchas encendidas iluminaban el claro, y las hogueras proyectaban sombras inquietantes. Los más viejos murmuraban con recelo, los jóvenes miraban con curiosidad.
Seraphina apareció con una túnica verde oscuro, bordada con símbolos plateados. Su cabello caía suelto sobre los hombros, y la luz del fuego resaltaba cada destello en sus ojos. Por un instante, olvidé respirar.
Ella notó mi mirada y frunció el ceño.
—¿Qué?
—Nada —mentí, aunque mis labios se curvaron en una sonrisa que la hizo ruborizar apenas.
El ritual comenzó. Los brujos invocaron a los espíritus de los ancestros, y los vampiros respondimos con el canto antiguo de sangre y memoria. La mezcla de energías era tan poderosa que el aire chisporroteaba.
Entonces, la tradición dictó la danza. Brujo y vampiro debían entrelazar pasos alrededor del fuego, símbolo de equilibrio. Nunca me había importado, pero esa noche… esa noche quería hacerlo.
Me acerqué a Seraphina y extendí la mano.
—¿Bailas?
Ella dudó, mordiéndose el labio. Después, con un suspiro resignado, posó su mano en la mía. Su piel estaba cálida, casi incandescente contra la mía.
Giramos alrededor del fuego, siguiendo el ritmo marcado por los tambores. Al principio, ella se movía rígida, incómoda. Pero poco a poco, su cuerpo comenzó a fluir con el mío, como si siempre hubiera sabido el compás.
—Eres sorprendentemente ágil para alguien que camina como si llevara el mundo en los hombros —murmuré, inclinándome hacia su oído.
Ella soltó una risa suave, inesperada.
—Y tú eres menos torpe de lo que pensé.
El fuego nos envolvía, las chispas subían hacia el cielo estrellado, y por un instante olvidé todo: la tregua, el Consejo, las criaturas del bosque. Solo existía ella, sus ojos brillando con la luz del Samhain, su respiración mezclándose con la mía.
Nuestros pasos se detuvieron casi al mismo tiempo, frente a frente, demasiado cerca. El mundo pareció guardar silencio, esperando.
Y fue ahí, en medio de la danza sagrada, que comprendí lo peligroso que era desear lo prohibido.
Porque yo ya no solo quería descubrir quién estaba detrás de las criaturas.
Quería a Seraphina.
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Editado: 18.08.2025