Otoño Eterno

Capítulo 12: Secreto en la biblioteca oculta

Lucian

No podía sacarme de la cabeza los símbolos en el bosque. Había visto fragmentos similares en textos prohibidos de mi familia, pero nunca tan claros. Si queríamos respuestas, necesitábamos acceder a lugares donde ni siquiera los nuestros tenían permitido entrar.

Así fue como terminé llevando a Seraphina a la biblioteca oculta bajo la mansión Duskborne.

Las paredes estaban cubiertas de estanterías infinitas, llenas de pergaminos y códices encuadernados en piel. Antorchas mágicas iluminaban la penumbra, y el aire olía a polvo y secretos.

Seraphina me lanzó una mirada incrédula.
—Esto… es una herejía. ¿Sabes lo que pasará si descubren que estoy aquí?

—Lo mismo que si descubren que estoy contigo —respondí con una sonrisa ladeada.

Comenzamos a buscar entre los estantes. Los textos hablaban de un culto antiguo, anterior a brujos y vampiros, que adoraba a entidades del vacío. Seres que se alimentaban no de sangre ni de magia, sino de las grietas entre mundos.

Seraphina pasó los dedos sobre un manuscrito agrietado.
—Mira esto…

Las páginas mostraban un ritual idéntico al que habíamos visto grabado en los árboles. Solo que aquí estaba completo: se trataba de un conjuro para abrir portales. Portales por donde esas criaturas podían entrar.

—Así que no fue un vampiro —susurró ella, horrorizada—. Ni un brujo. Fue alguien que quiere invocar a… ellos.

Mi respiración se volvió más pesada. De repente todo encajaba: los ataques, las criaturas deformes, la tensión sembrada en la tregua.

Seraphina cerró el libro con fuerza.
—Tenemos que mostrarle esto al Consejo.

—No —le dije enseguida, agarrando su muñeca—. Si lo hacemos, solo creerán que uno de nosotros lo inventó para culpar al otro.

Se quedó en silencio, evaluándome con esos ojos que parecían atravesar todas mis defensas.
—Entonces… ¿qué propones?

Tragué saliva.
—Que lo investiguemos nosotros. En secreto.

Ella rió, sin humor.
—¿Te das cuenta de lo que dices? Una bruja y un vampiro trabajando juntos, detrás de sus propios consejos…

—¿No lo estamos haciendo ya? —pregunté, inclinándome hacia ella.

Por un segundo, el silencio se volvió insoportable. Podía escuchar su respiración, sentir el calor de su cuerpo tan cerca del mío. Y por primera vez, no apartó la mirada.

—Lucian… —susurró, como si pronunciar mi nombre la quemara.

Un ruido nos interrumpió. Pasos en el pasillo. Guardias.

Apagué la antorcha de un soplido y la atraje hacia la penumbra. Quedamos pegados contra una estantería, mi brazo rodeando su cintura para mantenerla en silencio. Sentí cómo su corazón latía contra el mío.

Los pasos se alejaron, pero ninguno de los dos se movió enseguida. El mundo entero parecía reducirse a ese instante suspendido, donde cualquier palabra podía romper lo que estaba a punto de nacer.

Finalmente, Seraphina apartó la mirada y se soltó de mi brazo.
—Esto no cambia nada.

Pero su voz temblaba. Y yo supe que estaba mintiendo.




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