Otoño Eterno

Capítulo 16: El sacrificio inesperado

Lucian

La segunda noche fue peor.

Habíamos resistido con todo, pero la fuerza del enemigo parecía inagotable. Por cada monstruo que matábamos, otros veinte surgían de las grietas abiertas en el suelo.

Seraphina y yo nos habíamos convertido en un faro en medio del caos: donde ella levantaba fuego, yo abría paso con acero. Era agotador, pero cada soldado que nos veía resistir encontraba fuerzas para continuar.

En el corazón del combate, comprendí algo que no quería aceptar: esta guerra no podía ganarse solo con fuerza. Alguien debía dar más de lo que tenía.

El momento llegó cuando una de las grietas se abrió demasiado cerca de la fortaleza. De allí emergió una criatura gigantesca, más alta que las torres, con alas negras y un rostro sin facciones. Su sola presencia hizo que la magia de los brujos se quebrara.

—¡Si llega a la muralla, todo se acaba! —gritó Seraphina.

El Consejo ordenó que se unieran todos los conjuros en un solo ataque. Vampiros y brujos levantaron manos, espadas y bastones, canalizando un poder inmenso. Pero la criatura resistía, avanzando lentamente, derrumbando todo a su paso.

Entonces lo vi: la grieta seguía abierta bajo sus pies, alimentándola. Si no se sellaba, ninguna fuerza bastaría.

Me lancé sin pensarlo.

—¡Lucian, no! —escuché gritar a Seraphina.

Me abrí paso entre los monstruos menores, recibiendo heridas que apenas sentía. Corrí hasta la grieta y, sin detenerme, clavé mi espada en el suelo, invocando el juramento antiguo de mi linaje.

La hoja comenzó a arder con un resplandor blanco. Un dolor indescriptible me recorrió, como si mi propia vida se consumiera.

Seraphina apareció a mi lado, lágrimas en los ojos.
—¡Detente, te matará!

La miré y sonreí, aunque la sangre corría por mi boca.
—Si esto nos da una oportunidad… vale la pena.

Ella intentó unirse al conjuro, pero el poder la rechazó. Era mío y solo mío. El vínculo con mi espada era absoluto.

La grieta comenzó a cerrarse lentamente. La criatura rugió, perdiendo fuerza, hasta que finalmente fue arrastrada de regreso al vacío. El portal colapsó en un estallido de luz.

Caí de rodillas. El mundo se desdibujaba.

Lo último que sentí fueron los brazos de Seraphina sosteniéndome, su voz rota llamándome por mi nombre.

No supe si moriría esa noche. Pero sí supe algo: el sacrificio había sido necesario. Y lo volvería a hacer.




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