Seraphina
Las brasas aún ardían en el campo de batalla cuando amaneció. Habíamos ganado una noche más, pero el costo era demasiado alto: cientos de caídos, fortificaciones destruidas y Lucian gravemente herido tras sellar la grieta.
Lo vi tendido en la sala de sanación, su piel pálida y fría, con apenas un hilo de respiración. Quise quedarme allí, pero el Consejo me llamó. La guerra no esperaría por nuestras heridas.
Nos reunimos en el salón principal, todos agotados. Los líderes vampiros con armaduras manchadas de sangre, los ancianos brujos apoyados en bastones rotos, y el eco constante de un futuro incierto.
Fue allí cuando Maelis habló desde sus cadenas.
—¿De verdad creen que sellar una grieta cambia algo? —rió, sus ojos brillando como cuchillas—. El vacío no necesita portales. Ya lo han invitado ustedes mismos.
Todos lo miraron con odio, pero sus palabras tenían un veneno difícil de ignorar.
—¿Qué insinúas? —pregunté, acercándome.
Maelis ladeó la cabeza.
—Que su enemigo no está allá afuera… sino aquí dentro. Entre ustedes.
El silencio cayó como un puñal. Algunos comenzaron a murmurar, otros a señalar. Yo sentí que algo se revolvía en mi pecho.
Entonces, la verdad golpeó.
El traidor definitivo no era Maelis. Él solo había sido un peón, un distractor. El verdadero titiritero estaba sentado entre nosotros.
Uno de los brujos más antiguos, el venerable Arden, se levantó lentamente. Lo habíamos seguido por décadas, un sabio, un guía. Pero su sonrisa ahora estaba torcida, y su mirada se llenaba de una oscuridad imposible.
—Por fin se han dado cuenta —dijo, su voz resonando como un eco del abismo—. ¿Creyeron que unir a vampiros y brujos sería suficiente? Yo los guié aquí, yo los obligué a abrir cada grieta. Todo para que el vacío encuentre su camino.
El Consejo se alzó en gritos. Vampiros desenvainaron espadas, brujos levantaron conjuros. Pero Arden solo levantó una mano, y una onda de energía oscura los derribó a todos.
Me quedé de pie, atónita.
—¿Por qué? —logré decir—. ¡Eras nuestro líder, nuestro protector!
Él rió, un sonido quebrado.
—Protector, sí. Protector de la verdad que ustedes nunca quisieron aceptar. El vacío no destruye… libera. Rompe las cadenas de la carne, de la sangre, de la magia. No hay hambre, no hay dolor. Solo eternidad.
En ese instante entendí: no buscaba poder, buscaba aniquilarlo todo. Para él, era una religión.
Con un gesto, arrancó los sellos que mantenían prisionero a Maelis, que cayó de rodillas. Pero en lugar de agradecerle, el joven traidor lo miró aterrado.
—¡Tú… tú eras el maestro!
Arden asintió.
—Siempre fuiste útil, hijo. Nada más.
La traición era más profunda de lo que imaginábamos. Y ahora, el enemigo tenía rostro: uno de los nuestros.
Con un último movimiento, Arden abrió las manos y una grieta gigantesca rasgó el cielo dentro mismo de la fortaleza. Del abismo emergió un ejército aún mayor, y en el centro de todo, una sombra titánica que no era ni criatura ni humano: era el propio heraldo del vacío.
La batalla final había comenzado, y el traidor estaba en casa.
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Editado: 18.08.2025