Lucian
El amanecer trajo un aire distinto. No de victoria, sino de renacimiento. Donde antes había cenizas, ahora los primeros brotes verdes aparecían entre las grietas del suelo. Era como si el mundo respondiera, tímidamente, a nuestra lucha.
Los días se transformaron en semanas. Se convocó a una gran asamblea, no de clanes separados, sino de todos juntos. El Consejo fue reconstruido, no como un círculo de ancianos ocultos, sino como un salón abierto donde cada facción tenía voz.
Me sorprendió ver a Seraphina en el centro, liderando las discusiones con calma y firmeza. La misma joven que alguna vez dudó de su lugar entre los brujos ahora era vista como puente entre mundos. Y yo… bueno, yo me convertí en su sombra, su guardián, y a veces su espada cuando la política se tornaba demasiado áspera.
No fue fácil. Hubo intentos de sabotaje, discusiones violentas, e incluso un duelo entre vampiros que se negaban a aceptar la nueva era. Pero el recuerdo de Arden, el miedo al vacío, era más fuerte que el odio. Cada vez que la desconfianza crecía, alguien recordaba a los caídos y el silencio los volvía a unir.
Una noche, después de una jornada agotadora, Seraphina me llevó a lo alto de la torre reconstruida. Desde allí se veía toda la ciudad: las luces nuevas, los campamentos mezclados, las hogueras de vampiros y brujos lado a lado.
—¿Lo ves? —dijo, señalando—. Es frágil, pero es real. Arden quiso rompernos, y lo que hizo fue empujarnos a algo nuevo.
La miré, y no pude evitar sonreír.
—Eres más líder de lo que admites.
—Y tú más noble de lo que crees.
El viento soplaba fuerte, y por un momento nos sentimos libres, como si todo fuera posible.
El pacto fue sellado oficialmente bajo la luna llena. Un juramento escrito en sangre y fuego: que jamás volveríamos a dividirnos, que el Consejo sería de todos, y que si el vacío regresaba, lo enfrentaríamos juntos.
Yo pronuncié las palabras finales:
—Que el vacío no nos encuentre como enemigos, sino como un mismo filo, una misma llama.
La multitud respondió en un rugido que hizo vibrar la tierra.
Ese fue el cierre de la guerra. Pero no el fin de la historia.
Con los meses, el mundo empezó a cambiar. Los vampiros compartieron su longevidad en rituales con brujos. Los brujos enseñaron a los vampiros la disciplina de los sellos. Nacieron alianzas, amistades, incluso amores que antes hubieran sido prohibidos.
El vacío había dejado cicatrices, sí, pero también abrió un camino nuevo.
Una tarde, Seraphina y yo caminamos por el bosque donde alguna vez entrené de niño. El aire estaba limpio, y los pájaros habían regresado. Ella recogió una flor blanca y me la puso en la mano.
—No sabemos qué vendrá, Lucian. Pero sé que no seremos recordados solo por la guerra. Seremos recordados por lo que construimos después.
La abracé, y por primera vez me permití imaginar un futuro sin sangre.
El epílogo de esta historia no fue un final cerrado, sino una puerta abierta. Porque el vacío siempre acecharía en la sombra, esperando grietas. Pero ahora sabíamos que no estaríamos solos.
Y eso lo cambiaba todo.
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Editado: 18.08.2025