Seraphina
La noche era más oscura de lo habitual, como si el cielo mismo contuviera la tensión que se había acumulado durante meses. Ravenwick estaba en silencio, pero no en paz. Los árboles susurraban advertencias que solo los brujos podían escuchar. Los fantasmas de antiguas traiciones flotaban entre las casas abandonadas y las ruinas del Consejo. Todo parecía conspirar para recordarme que el final se acercaba, y que sería mi responsabilidad enfrentar lo que nadie más podía.
Lucian estaba a mi lado, su presencia un ancla en medio de un océano de incertidumbre. Sus ojos brillaban con una mezcla de anticipación y preocupación; sabía que el conjuro que estaba por lanzar no solo pondría a Ravenwick a salvo, sino que podía costarme la vida.
—Seraphina… —dijo con esa voz que podía partir la noche en dos—. ¿Estás segura de esto?
Asentí sin vacilar. Había estudiado cada antiguo grimorio, cada runa y cada conjuro prohibido. Había sentido la energía del vacío manifestarse en cada esquina de nuestra ciudad, y entendía que no había otra forma. Este hechizo requeriría todo mi poder, cada fragmento de mi sangre y de mi linaje Blackthorne.
—No hay otra opción —susurré—. Si no lo hago, Ravenwick caerá.
Lucian me tomó de las manos y noté que su calor era más que físico; había en él un vínculo que trascendía lo prohibido, un lazo que nos había unido desde el primer instante. Sus dedos apretaron los míos con fuerza, transmitiéndome valor.
Nos situamos en el centro de la plaza mágica, donde los símbolos ancestrales estaban grabados en piedra. Nyx apareció junto a nosotros, su silueta más grande de lo normal, como si comprendiera la magnitud del ritual que estaba por comenzar. Sus ojos dorados brillaban con intensidad, y un ronroneo grave resonó en el aire, vibrando en mi pecho como un tambor ancestral.
—No estás sola —dijo Lucian, y su voz se mezcló con la mía mientras comenzábamos a recitar los encantamientos.
Las palabras antiguas resonaban en la plaza, y las runas comenzaron a brillar con un fulgor dorado que recordaba al fuego de las hojas en otoño. El suelo tembló ligeramente, y un viento invisible giró a nuestro alrededor, levantando cenizas y hojas secas en espirales caóticas.
Sentí el poder fluyendo dentro de mí, cada fibra de mi cuerpo vibrando con energía que nunca antes había sentido. El hechizo requería sacrificio: la parte de mi esencia que se unía a Lucian durante nuestro vínculo prohibido sería absorbida por la magia para sellar la grieta que aún amenazaba a Ravenwick.
—Seraphina… —dijo Lucian, percibiendo mi vacilación—. Hazlo. Confío en ti.
Cerré los ojos y dejé que la magia me recorriera, que cada palabra, cada movimiento, cada pensamiento se fundiera en un solo propósito. Sentí calor, dolor, miedo y una claridad absoluta. Las runas se encendieron con un fulgor cegador, y la plaza vibró como si todo Ravenwick contuviera la respiración.
Nyx saltó sobre la piedra central, y su sombra se expandió hasta cubrirnos a ambos, absorbiendo parte de la energía y estabilizando el conjuro. Comprendí que no estaba sola; el guardián ancestral de mi linaje estaba protegiéndome, guiando cada movimiento, evitando que el hechizo me consumiera por completo.
—Lucian… —susurré entre el rugido del viento y las llamas de energía—. Gracias por creer en mí.
—Siempre —respondió, y sus ojos se volvieron de un rojo intenso por un instante, reflejando el poder que nos rodeaba—. Nunca te soltaré.
El hechizo alcanzó su punto crítico. Una grieta de sombra surgió en el centro de la plaza, intentando devorar todo a su alrededor. Pero la luz de las runas y la fuerza de nuestra unión la envolvieron, empujando la oscuridad hacia adentro hasta que la grieta comenzó a cerrarse, fragmento por fragmento.
Sentí un dolor agudo en mi pecho, como si me arrancaran parte del alma. Cada hechizo tiene un precio, y este lo estaba pagando con lo más preciado de mí misma: la esencia de mi amor con Lucian, el vínculo que nos mantenía unidos en cuerpo y alma.
—No… no puedo… —jadeé, tambaleándome bajo la intensidad del poder.
Lucian me sostuvo, su fuerza y calor combinándose con la energía del hechizo. Sus manos recorrían mis brazos, hombros y espalda, como si cada toque me diera un respiro, un ancla contra la vorágine de magia que amenazaba con devorarme.
—Sigue… lo estamos logrando —dijo, y su voz cortaba el rugido del viento como un hilo firme de esperanza.
La grieta se cerró lentamente, y por un instante, el mundo quedó suspendido. La energía del hechizo se concentró en un último destello dorado que iluminó toda Ravenwick. Una sensación de calma absoluta se apoderó de la plaza; la amenaza se había disipado.
Pero el precio fue evidente. Sentí como si algo dentro de mí se hubiera consumido, una parte de la conexión que compartía con Lucian. Caí de rodillas, agotada, y él me sostuvo contra su pecho, respirando con dificultad.
—Lo hiciste… lo lograste —susurró, y sus labios tocaron mi frente con un gesto de ternura que compensaba la dureza de la batalla.
Nyx se acercó y se frotó contra nosotros, ronroneando de manera profunda. La sombra del gato se redujo a su tamaño normal, pero en sus ojos seguía brillando un rastro de poder antiguo. Era un recordatorio silencioso de que, aunque habíamos ganado, la magia siempre tiene memoria y nosotros siempre cargaremos con sus consecuencias.
Nos levantamos juntos, apoyándonos uno en el otro, conscientes de que la ciudad estaba a salvo, pero que nuestras vidas habían cambiado para siempre. El hechizo había funcionado, pero yo ya no era exactamente la misma. Una parte de mi esencia ahora era parte de la magia que mantenía a Ravenwick unida y protegida.
Lucian me miró y sonrió, aunque con un dejo de tristeza:
—Te prometí que siempre estaríamos juntos… y lo estamos. Solo que ahora también eres parte de algo más grande.
Asentí, comprendiendo que el último conjuro no solo había salvado a la ciudad, sino que había sellado nuestro destino como protectores y guardianes de Ravenwick.
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Editado: 18.08.2025